Evangelio del domingo, 18 de agosto de 2024

Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todos a los más pobres.

La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos viene al encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la Salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso.

La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo ya no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy sabemos es un problema cada vez más grave.

S.S. Francisco, Angelus 7 de junio de 2013.

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La fiesta de Santa Clara de Asís y la Campaña Protemplos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy domingo celebramos a santa Clara, fundadora –junto a san Francisco– de la Orden de las Hermanas Pobres. Clara nació en Asís (Italia) en 1193 y, desde muy niña, Dios la dotó de innumerables virtudes para vivir en santidad según el modo de Cristo. La religiosa es «una de las santas más queridas», tal y como recordó el Papa Benedicto XVI durante una audiencia general dedicada en su honor en 2010. Su testimonio nos muestra «cuánto debe la Iglesia a mujeres valientes y llenas de fe como ella», capaces de dar un impulso decisivo «para la renovación de la Iglesia».

A la santa contemplativa y hondamente sensible le apasionaba cómo sus hermanos franciscanos cuidaban a los leprosos, donándose por ellos hasta el final y sin importarles en absoluto las fuerzas que les quedasen en el alma. Tanto fue así que un Domingo de Ramos de 1212 decide abandonarlo todo y responder al deseo que Dios había puesto en su corazón.

Consagrada al Señor de manos de san Francisco y acompañada de los Hermanos Menores, comienza a darse sin límites como expresión de libertad, servicio y entrega. Así, tras iniciar la segunda Orden Franciscana, Clara y sus hermanas se trasladan al convento de San Damián, donde la santa permaneció 41 años hasta el día de su muerte.

Este es el velo que envuelve, custodia y colma de plenitud el sentir de las Hermanas Clarisas: una vida que responde a ese anhelo profundo de Cristo que habita revestido de pobreza, humildad y caridad. Ellas, quienes vivían sin poseer nada, libres de cualquier atadura física, material y espiritual, nos enseñan el camino más bello, más verdadero y más perfecto que nos lleva a abrazar el corazón de Dios.

La vida monástica y, a la vez, inquieta de santa Clara le llevó a ser la primera mujer en escribir una Regla de vida religiosa, sometida a la aprobación del Papa, con la intención de que el carisma instaurado por san Francisco se conservase intacto en todas las comunidades. Aun así, merced a su gran humildad, deseaba ser siempre la última y la gran servidora de todas las demás.

Toda una vida de entrega que se vio visitada por la enfermedad; estuvo enferma durante 27 años y, sin embargo, nunca profirió una sola queja y siempre se lo ofreció todo con amor a su Amado. Por ello, confesaba que «desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman, sino que me consuelan».

Coincidiendo con esta fiesta, también celebramos en nuestra archidiócesis la campaña protemplos. Somos conscientes del inmenso legado patrimonial religioso y cultural que hemos recibido de nuestros mayores. En los múltiples templos que jalonan toda la geografía burgalesa se expresa la fe que se ha plasmado en magníficas iglesias, retablos órganos, imágenes, orfebrería, misales y cantorales, archivos y legados que tenemos obligación de custodiar, estudiar, exponer y transmitir a las nuevas generaciones.

Quisiera agradecer la ayuda que recibimos de las diversas instituciones culturales y de las administraciones estatales, autonómicas y locales para su mantenimiento. Pero sigue siendo insuficiente. Por eso, con esta campaña pretendemos solicitar la colaboración tanto de particulares como de asociaciones y organizaciones para que nos ayuden en la rehabilitación y sostenimiento de la historia multisecular cultural y de fe de nuestros pueblos y tierras plasmada en sus iglesias y ermitas.

Con Santa Clara, pedimos a la Virgen María que nos enseñe a amar como Ella, siguiendo la huella perpetua de la humildad como camino de amor y eternidad.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Evangelio del domingo, 11 de agosto de 2024

Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que existen muchas ofertas de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es sólo el que nos da el Señor. El alimento que nos ofrece el Señor es distinto de los demás, y tal vez no nos parece tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo. Entonces soñamos con otras comidas, como los judíos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, pero olvidaban que esos alimentos los comían en la mesa de la esclavitud. Ellos, en esos momentos de tentación, tenían memoria, pero una memoria enferma, una memoria selectiva. Una memoria esclava, no libre.

Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares gustosos, pero en la esclavitud?

Homilía de S.S. Francisco, 19 de julio de 2014.

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Edith Stein: una mirada hacia el corazón de Europa

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

El día 9, la Iglesia conmemora a santa Teresa Benedicta de la Cruz, copatrona de Europa desde 1998. Edith Stein, carmelita, filósofa y contemplativa judía convertida al catolicismo «en sacrificio de expiación para alcanzar la verdadera paz», tal y como escribió ella misma después de ser trasladada al Carmelo holandés de Echt tras la Noche de los cristales rotos.

Esta santa, enamorada de la fe de san Agustín y santo Tomás, murió abrazada a la cruz de Jesucristo y al sufrimiento de su pueblo en las cámaras de gas de Auschwitz, en 1942. Pero no lo hizo de cualquier manera, porque su fe era más grande que su miedo. Por ello, vivió un martirio que jamás detuvo sus ansias de ser otro Cristo en la tierra: en los campos de concentración cuidó a los niños, consoló a los enfermos y predicó la Palabra para paliar el dolor que lo inundaba absolutamente todo.

«Si te decides por Cristo, se te puede pedir también el sacrificio de la vida», escribió. Esta es la síntesis de una historia «llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy», confesó el Papa san Juan Pablo II con ocasión de su beatificación en Colonia, el 1 de mayo de 1987. Síntesis, al mismo tiempo, «de la verdad plena sobre el ser humano, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios».

Recuerdo, cuando el Santo Padre la canonizó en 1998, cómo destacó que declararla copatrona de Europa suponía poner en el horizonte del Viejo Continente un mensaje de esperanza y fraternidad basado en una tradición multisecular que bebe del Evangelio y ha configurado nuestra civilización. Una afirmación que nos lleva a recapacitar sobre los grandes desafíos de la Iglesia que peregrina en Europa, el sentido de sus raíces cristianas y el rumbo de la nueva evangelización que nuestro continente urgentemente necesita.

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Evangelio del domingo, 4 de agosto de 2024

En este domingo Jesús viene a ser nuestro compañero, «cum panis» –el que comparte el pan. El Evangelio que meditamos se ubica después de la multiplicación de los panes. Mucha gente seguía a Jesús, no porque vieran en Él al mesías, al hijo del Dios vivo, sino por haber comido gratis sin darse cuenta del signo que había detrás.

Nuestro recorrido por la vida es un continuo camino, como el pueblo de Israel por el desierto después de haber salido de la esclavitud. Dios nos acompaña, nos alimenta con el pan vivo que ha bajado del cielo que es la Eucaristía como nuevo y verdadero maná; pero nosotros, como los israelitas, nos acostumbramos a este alimento y nos empezamos a quejar por el calor abrasador de nuestros problemas, nos quejamos de los guías que Dios ha elegido y nos encerramos tanto en nuestra propia vida que perdemos la perspectiva de la compañía real y cercana de Dios.

En definitiva, es más fácil decir Dios no existe, ¿de qué me sirve a mí un Dios lejano? Cuando esto sucede empezamos a buscar otros alimentos podridos, otros falsos dioses creados a nuestra imagen y semejanza que, llenando el vientre con la banalidad de las alegrías pasajeras, nos dejan más vacíos en nuestro interior, en nuestro ser verdadero.

¿Qué tipo de pan queremos comer este día? Si elegimos el pan vivo que ha bajado del cielo, nuestra alegría será completa y nuestras fuerzas se renovarán para hacerle frente a esta semana.

.«Además, el “Pan de cada día”, no lo olvidemos, es Jesús. Sin él no podemos hacer nada. Él es el alimento primordial para vivir bien. Sin embargo, a veces lo reducimos a una guarnición. Pero si él no es el alimento de nuestra vida, el centro de nuestros días, el respiro de nuestra cotidianidad, nada vale, todo es guarnición. Pidiendo el pan suplicamos al Padre y nos decimos cada día: sencillez de vida, cuidado del que está a nuestro alrededor, Jesús sobre todo y antes de nada».

Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018.

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Parroquia Sagrada Familia