Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy domingo celebramos a santa Clara, fundadora –junto a san Francisco– de la Orden de las Hermanas Pobres. Clara nació en Asís (Italia) en 1193 y, desde muy niña, Dios la dotó de innumerables virtudes para vivir en santidad según el modo de Cristo. La religiosa es «una de las santas más queridas», tal y como recordó el Papa Benedicto XVI durante una audiencia general dedicada en su honor en 2010. Su testimonio nos muestra «cuánto debe la Iglesia a mujeres valientes y llenas de fe como ella», capaces de dar un impulso decisivo «para la renovación de la Iglesia».
A la santa contemplativa y hondamente sensible le apasionaba cómo sus hermanos franciscanos cuidaban a los leprosos, donándose por ellos hasta el final y sin importarles en absoluto las fuerzas que les quedasen en el alma. Tanto fue así que un Domingo de Ramos de 1212 decide abandonarlo todo y responder al deseo que Dios había puesto en su corazón.
Consagrada al Señor de manos de san Francisco y acompañada de los Hermanos Menores, comienza a darse sin límites como expresión de libertad, servicio y entrega. Así, tras iniciar la segunda Orden Franciscana, Clara y sus hermanas se trasladan al convento de San Damián, donde la santa permaneció 41 años hasta el día de su muerte.
Este es el velo que envuelve, custodia y colma de plenitud el sentir de las Hermanas Clarisas: una vida que responde a ese anhelo profundo de Cristo que habita revestido de pobreza, humildad y caridad. Ellas, quienes vivían sin poseer nada, libres de cualquier atadura física, material y espiritual, nos enseñan el camino más bello, más verdadero y más perfecto que nos lleva a abrazar el corazón de Dios.
La vida monástica y, a la vez, inquieta de santa Clara le llevó a ser la primera mujer en escribir una Regla de vida religiosa, sometida a la aprobación del Papa, con la intención de que el carisma instaurado por san Francisco se conservase intacto en todas las comunidades. Aun así, merced a su gran humildad, deseaba ser siempre la última y la gran servidora de todas las demás.
Toda una vida de entrega que se vio visitada por la enfermedad; estuvo enferma durante 27 años y, sin embargo, nunca profirió una sola queja y siempre se lo ofreció todo con amor a su Amado. Por ello, confesaba que «desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman, sino que me consuelan».
Coincidiendo con esta fiesta, también celebramos en nuestra archidiócesis la campaña protemplos. Somos conscientes del inmenso legado patrimonial religioso y cultural que hemos recibido de nuestros mayores. En los múltiples templos que jalonan toda la geografía burgalesa se expresa la fe que se ha plasmado en magníficas iglesias, retablos órganos, imágenes, orfebrería, misales y cantorales, archivos y legados que tenemos obligación de custodiar, estudiar, exponer y transmitir a las nuevas generaciones.
Quisiera agradecer la ayuda que recibimos de las diversas instituciones culturales y de las administraciones estatales, autonómicas y locales para su mantenimiento. Pero sigue siendo insuficiente. Por eso, con esta campaña pretendemos solicitar la colaboración tanto de particulares como de asociaciones y organizaciones para que nos ayuden en la rehabilitación y sostenimiento de la historia multisecular cultural y de fe de nuestros pueblos y tierras plasmada en sus iglesias y ermitas.
Con Santa Clara, pedimos a la Virgen María que nos enseñe a amar como Ella, siguiendo la huella perpetua de la humildad como camino de amor y eternidad.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.