Evangelio del domingo, 15 de septiembre de 2024

En el Evangelio del día de hoy Jesús te pregunta: "¿quién decís que soy?".Probablemente dirás "el Hijo de Dios" o cualquier otra respuesta, pero Dios quiere que respondas, node forma impetuosa como hizo Pedro, sino que veas en tu corazón y valores si lo que dices con los labios lo dices con tus acciones.

La vida cristiana no es fácil y el ímpetu por dar respuestas rápidas pueden llevarte a no comprender la magnitud de lo que dices o haces, es por esto que después que Pedro profesa que Jesús es el Hijo de Dios Vivo le increpa diciéndole:"¡Quítate de mí vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!".Habiendo subrayado esto, pregúntate, ¿quién es realmente Jesús para mí? ¿Le veo como Dios hecho hombre o como uno más de quien se cuentan historias maravillosas y fantásticas? Para ayudarte a contestar éstas y otras preguntas que puedan surgirte contéstate y recuerda, ¿cómo, (cuándo y dónde) fue la experiencia con Jesús que me cambió la vida?

Si eres casado o tienes una relación sentimental con alguien, recuerda esos momentos que te llevaron a querer entablar una relación, que te llevaron a tener un proyecto común con esa persona; reviviendo esos momentos memorables podrás responder quién es la persona que está a tu lado, afianzarás esos lazos que les unen y renovarás el amor que hay en ti por esa persona especial en tu vida. De la misma forma, pero ahora con Cristo, recuerda esos momentos en que libremente decidiste seguirle y hacerle parte de tu vida; revive esos momentos y podrás responder quién es para ti y de igual forma afianzaras los lazos familiares y amistosos que les unen.

Que san José y la Virgen María te guíen en tu caminar, que puedas renovar tu relación con Cristo y responderte quién es Él en tu vida.

S.S. Francisco, ángelus 31 de agosto de 2014.

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«El proyecto de Dios en la Natividad de la Virgen María»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, nueve meses después de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebramos la Natividad de la Virgen María, nuestra Madre.

Con su nacimiento, germina en el mundo la aurora de la salvación, se cumplen todas las expectativas del Antiguo Testamento y emprende su ruta la puerta divina en su perpetua virginidad: «De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia, apareció en la Tierra y convivió con los hombres» (San Juan Damasceno).

La presencia de María, la «llena de gracia» (Lc 1, 28) destinada a ser la Madre de Dios hecho hombre, está unida de manera indisoluble a la de Cristo, el Sol que nace de lo alto (cf. Lc 1, 78) –merced a la bondad misteriosa de nuestro Dios–para cambiar los corazones más sombríos de la humanidad.

Decía san Agustín que Ella «es la flor del campo de quien floreció el precioso lirio de los valles» y, a través de su nacimiento, «la naturaleza heredada de nuestros primeros padres cambia». Así lo manifiesta la Iglesia, en el Oficio de Laudes, poniendo el corazón en la solemnidad que hoy conmemoramos: «Por tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a todo el mundo: de ti nació el Sol de justicia, Cristo, Dios nuestro».

La natividad de la Virgen ha de guiarnos, con profunda ternura y devoción, a la senda de la vida naciente, donde tantas madres esperan, algunas incluso contra toda esperanza, la llegada del hijo de sus entrañas. «El embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso; la madre acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida» (AL 168), revela el Papa Francisco en su exhortación postsinodal Amoris laetitia. A la luz de esta promesa que perpetúa cómo cada mujer participa del misterio de la Creación, cada familia ha de convertirse en esa iglesia doméstica que se transforma en sede de la Eucaristía, con Cristo sentado en la misma mesa, donde los padres son los cimientos de la casa y los hijos las piedras vivas de la familia (cf. 1 P 2, 5).

La Sagrada Escritura «considera a la familia como la sede de la catequesis de los hijos» (AL 16). Este mensaje principal, que el Papa recuerda en esta exhortación sobre el amor en la familia, afirma que «amar es volverse amable» porque el verdadero amor «no obra con rudeza, no actúa de modo descortés y no es duro en el trato». Y así ha de ser en la familia, con unos «modos, palabras y gestos agradables» y no «ásperos ni rígidos», donde la cortesía «es una escuela de sensibilidad y gratuidad», que exige a la persona «cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar y, en ciertos momentos, a callar» (AL 99).

Decía santo Tomás de Aquino que «todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean» (Summa Theologiae II-II, q. 114, a. 2, ad 1). Un estilo de vida y una opción preferencial que exigen un cuidado exquisito en la caridad conyugal, donde el matrimonio refleja el amor con el que Cristo ama a su Iglesia.

El nacimiento de María nos conduce hacia ese amor inagotable de Dios que nos permite ver, más allá de toda circunstancia o condición, el valor de cada madre, de cada hijo y de todo ser humano.

Junto a la Sagrada Familia de Nazaret, pido por cada matrimonio y cada familia, para que sigáis siendo hogar de comunión, cenáculo de oración y esplendor del verdadero amor. Que la delicadeza, la belleza y la humildad de María os conduzcan a la alegría del Evangelio. Y cuando arrecie la tempestad, tened presente que el Señor llama a la puerta de la familia, de vuestra casa, para compartir con vosotros la cena eucarística, presencia y memorial perpetuo de su infinito amor (cf. Ap 3, 20).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Evangelio del domingo, 8 de septiembre de 2024

Pensemos en los muchos que Jesús ha querido encontrar, sobre todo, personas afectadas por la enfermedad y la discapacidad, para sanarles y devolverles su dignidad plena. Es muy importante que justo estas personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar cultura del encuentro […]

Aquí están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y se excluye. La persona enferma y discapacitada, precisamente a partir de su fragilidad, de su límite, puede llegar a ser testigo del encuentro: el encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe, y el encuentro con los demás, con la comunidad. En efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad.

Y ahora miremos a la Virgen. En ella se dio el primer encuentro: el encuentro entre Dios y la humanidad. Pidamos a la Virgen que nos ayude a ir adelante en esta cultura del encuentro. Y nos dirigimos a Ella con el Ave María.»

Discurso de S.S. Francisco, 29 de marzo de 2014

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Recomencemos, desde Cristo, en lo cotidiano de la vida

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Recomenzamos el tiempo cotidiano de la vida y volvemos a la entrega diaria. Y ahí, en este volver a empezar, Cristo se hace verdaderamente presente para recordarnos que debemos santificarnos en el ofrecimiento de la vida, el trabajo, la familia, las alegrías y las dificultades.

Decía san Josemaria Escrivá que «es en medio de las cosas más materiales de la tierra donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres». De esta manera, cuando hacemos del trabajo ordinario un lugar de encuentro con el Señor, todo adquiere un sentido nuevo, sobrenatural, distinto. Hagámoslo con empeño, sin dejar un solo detalle sin cuidar, porque en el Cielo, adonde nos dirigimos de la mano de Dios, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría que puedan suplir nuestra labor en esta Tierra (cf. Ec 9, 10).

El apóstol Pablo instaba a la comunidad de Corinto a mantenerse «firme e inconmovible», sin dejar de progresar en la obra del Señor, consciente de que su trabajo en Él no es en vano y «sabiendo que no dejará sin recompensa nuestro trabajo» (1 Cor 15, 57).

Cristo se hace presente, una y otra vez, en el quehacer frecuente de la vida. Ahí nos habla, nos renueva y nos alimenta con su presencia. Por eso, hemos de educar la mirada hacia Él para mirar con ojos nuevos las pequeñas cosas que hacen, de su Reino, un hogar tranquilo, sosegado y apacible de eterna salvación para todos. Mirar para aprender a ver, y viceversa, hasta que advirtamos a Dios en cada detalle, sentido y circunstancia de nuestra frágil existencia.

Cada inicio se convierte en una oportunidad para mirar como el Señor nos mira. A menudo, cuando su presencia permanece escondida entre cientos de detalles frecuentes, me pregunto cómo será la mirada de Jesús cuando habita en nuestros ojos. Y me imagino su rostro, su semblante y su gesto al contemplar el milagro de la vida. Y pienso que esa es la única manera en la que hemos de vivir: aprendiendo a mirar cómo Él lo hace.

Recomenzar desde Cristo es, también, acompañar y dejarse acompañar, acoger a quien acude a nuestro encuentro para buscar una luz o abandonarnos al hermano que aparece para iluminarnos el camino. Empezar de nuevo es ver a Dios en los ojos alborozados del resucitado y en las lágrimas mendicantes del herido, es darles un sentido renovado a los acontecimientos y es buscar la voluntad del Padre en todo aquello que nos sucede. Empezar es vivir el servicio con alegría, es desposeerse de las comodidades que nos encadenan y es amar lo que no siempre nos apasiona.

La vida en Cristo es un milagro que responde a un amor –el suyo– que no se marchita jamás. Cuidar el lugar que Dios ocupa en nuestra vida es el comienzo de una nueva aventura. Cada amanecer, por tanto, ha de revestirse de un deseo renovado que implica vivir la santidad en las pequeñas cosas, en todo aquello que parece insignificante a los ojos del mundo, en lo que por su incalculable sencillez y humildad pasan desapercibidas a los ojos superficiales.

De cara a esta etapa que ahora comienza y de la mano de la Virgen María, os invito a cuidar los detalles que tejen nuestra existencia, hasta que entendamos que nuestra vida «está escondida con Cristo en Dios» (Col 3, 3). Y no hay más camino hacia el Reino que este amor que tantas veces no se puede comprender porque supera toda nuestra capacidad, conciencia y entendimiento.

Aprendamos de María a tener presente al Señor en cada tarea, no nos apartemos de Dios cuando aflore el cansancio y recordemos siempre que el Señor recompensará con el infinito a cada uno por el bien que haya hecho (cf. Ef 6, 8).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Evangelio del domingo, 1 de septiembre de 2024

Los fariseos se preocupaban sólo por guardar las normas externas sin detenerse a pensar que los pensamientos y deseos del corazón son los que dan realmente el valor a nuestras acciones. Dios ve el corazón del hombre sin detenerse en las apariencias. No es fácil desapegarse de las opiniones de los demás; es más, muchas veces actuamos por temor a lo que los demás piensan de nosotros y no hacemos aquello que es correcto.

El ser cristiano es una llamada a la santidad, a amar a Dios con todo el corazón. Por eso debo preguntarme cada día, ¿he hecho algo simplemente para complacer a los demás y por eso me he olvidado de hacer el bien? Si algún día encuentro que la respuesta es sí, debo aceptar que actué hipócritamente. Aun así, Jesús nos ofrece su perdón y su amor, y nos llama a ser valientes y a tomar responsabilidad por nuestras acciones y nuestras intenciones. ¿Estoy dispuesto a seguirlo?

«Respondiendo a aquellos fariseos que le habían preguntado, Jesús intenta también ayudarles a poner orden en su religiosidad, a reestablecer aquello que verdaderamente cuenta y aquello que es menos importante. […] El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin amor, tanto la vida como la fe permanecen estériles. Aquello que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal estupendo, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. De hecho, hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo y para amar con Él a todas las demás personas».

Homilía de S.S. Francisco, 29 de octubre de 2017

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