«El Bautismo y la vocación cristiana»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy conmemoramos el Bautismo de Jesús: el día en el que san Juan Bautista, a orillas del río Jordán, proclamó a Cristo como Cordero de Dios y se manifestó la presencia del Padre con el Espíritu Santo junto al Señor (Mt 3, 13-17). La imagen del cordero era bien conocida para el pueblo hebreo. Su sacrificio les libró de la esclavitud de Egipto y comenzaron el camino de la libertad hacia la Tierra prometida.

Desde aquel momento, el Bautismo convierte a las personas en miembros del Cuerpo de Cristo, del Pueblo de Dios, es decir, de la Iglesia. Los bautizados somos, por tanto, discípulos de Jesús, con una misión que guía nuestras vidas y consiste en aprender a amar como Él nos ama y anunciar en todos los ambientes la misericordia de Dios y la vida que Él otorga.

El agua del río Jordán purifica el corazón de toda la humanidad. Así, Jesús nos otorga la filiación divina y nos enseña a dirigirnos a Dios como Padre, fuente de la verdad y del amor, que nos capacita para edificar una sociedad justa y fraterna, donde todos tienen cabida en la mesa generosa que Él nos regala.

A Dios le basta una gota de agua para bañar de esperanza cada rincón de esta tierra. Todo encuentra una nueva plenitud en Él. También nuestro propio ser es transformado al hacernos verdaderamente hijos de Dios, nuestra más profunda y verdadera identidad, porque no nacimos de sangre ni de deseo humano, sino de su amor (cf. Jn 1, 12-13).

El nuevo año que ahora comenzamos marca el rumbo de un Pueblo, el nuestro, que camina en la Historia y que debe testimoniar que Jesús está vivo y nos abre a la esperanza. Con el Bautismo da comienzo la vida pública de Jesús. Y también la nuestra, pues –mediante el don del Espíritu– entramos a formar parte de la familia de Dios, de una comunidad cristiana que nace al pie de la Cruz para abarcar el corazón de todo el universo.

El Señor se deja bautizar por Juan como uno más, en humildad y sencillez. De este modo acoge nuestro barro y nuestras limitaciones para hacerlas suyas. De esta manera, transforma el gesto de dejarse bautizar en una manifestación de su divinidad.

La celebración del Bautismo cristiano comienza con la señal de la cruz. Es la manera de hacernos miembros del hogar, de la familia, de la comunidad cristiana. Porque la cruz es signo de un amor entregado que se convierte en un don para nosotros, para que también nosotros seamos don para los demás. El agua derramada sobre nuestra cabeza purifica nuestro ser, y ceñidos en una vestidura blanca impuesta el día de nuestro bautismo, nos revestimos de eternidad para caminar según el Espíritu (cf. Ga 5, 16).

El bautizado no porta un signo visible que lo distingue de los demás. Sin embargo, se ha convertido en templo en el que habitan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y ahí no prevalecen nuestras limitaciones, caídas o defectos, porque la gracia de Dios empapa la Tierra, y también nuestro barro, para vivificarlo con su misericordia.

El don recibido en el bautismo nos impulsa a vivir constantemente en el amor a Dios y al prójimo, haciendo el bien a todos y poniéndonos al servicio del más necesitado, teniendo los mismos sentimientos de Cristo Jesús y viviendo con alegría nuestra condición de discípulos y misioneros.

Para este nuevo año, os propongo vivir esta nueva condición, que es la realidad más profunda de nuestra propia identidad, viviendo las obras de misericordia: visitando al enfermo, dando de comer al hambriento y de beber al sediento, dando posada al migrante y al peregrino, vistiendo al desnudo, visitando al encarcelado, enterrando al difunto, enseñando con mansedumbre al que no sabe, aconsejando con delicadeza al desorientado, corrigiendo con humildad al equivocado, perdonando al que nos ofende, consolando al triste, sobrellevando con paciencia los defectos propios y los del prójimo y orando por los vivos y por los difuntos.

Ponemos este deseo de plenitud en las manos de la Virgen María. Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga durante este año 2024 que acabamos de comenzar.

Evangelio del domingo, 7 de enero de 2024

Al principio del cristianismo se creía que con estar bautizados con agua ya se era seguidor del Maestro, pero eso sólo no es suficiente. Para seguir al Maestro necesitamos acoger a su Espíritu, aparte de estar bautizados con agua.
En los momentos de crisis parece que todos nos acordamos de Dios, nuestra fe aumenta y tratamos de vivir más fielmente su Palabra.
En la actualidad convivimos diferentes culturas, y aunque algunas quieren imponer su fe a la fuerza, los cristianos debemos ser fieles al Espíritu de Dios, trabajar por la unidad, empatizar con los otros y que entre todos consigamos un mundo más unido y feliz.
Nos quejamos de que muchas de nuestras iglesias están vacías, que la increencia cada vez es mayor, pero no nos paramos a escuchar… no nos estará Dios pidiendo que estemos atentos a nuevas formas de encuentro acorde con los tiempos actuales.
El Espíritu de Dios siempre está presente, Cristo vive, pero debemos dejarnos seducir por Él, impregnarnos de su amor para poder hacerlo extensible en el entorno donde cada uno nos movemos.
La Iglesia no es para unos cuantos, es para todos. Todos tenemos cabida en ella, por ello. El rostro de la Iglesia debe reflejar en todo momento el amor, la justicia, la paz y vivir como Cristo nos enseña.
Ha llegado el momento de que el Evangelio resuene allí donde quiera que estemos para que el mensaje de Jesús sea conocido por todos y acogido con amor. A nosotros nos toca ser el eco que lleve el mensaje, como lo llevó, Juan Bautista.

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Oración para despedir el año

Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad,
tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
Al terminar este año quiero darte gracias
por todo aquello que recibí de TI.

Gracias por la vida y el amor, por las flores,
el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto
fue posible y por lo que no pudo ser.

Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que
pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos
y lo que con ellas pude construir.

Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé,
las amistades nuevas y los antiguos amores,
los más cercanos a mí y los que estén más lejos,
los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar,
con los que compartí la vida, el trabajo,
el dolor y la alegría.

Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón,
perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,
por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho,
y perdón por vivir sin entusiasmo.

También por la oración que poco a poco fui aplazando
y que hasta ahora vengo a presentarte.

Por todos mis olvidos, descuidos y silencios
nuevamente te pido perdón.

En los próximos días iniciaremos un nuevo año
y detengo mi vida ante el nuevo calendario
aún sin estrenar y te presento estos días
que sólo TÚ sabes si llegaré a vivirlos.

Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría,
la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.

Quiero vivir cada día con optimismo y bondad
llevando a todas partes un corazón lleno
de comprensión y paz.

Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios
a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.

Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno
que mi espíritu se llene sólo de bendiciones
y las derrame a mi paso.

Cólmame de bondad y de alegría para que,
cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí
encuentren en mi vida un poquito de TI.

Danos un año feliz y enséñanos
a repartir felicidad.

Amén

«Fiesta de la Sagrada Familia»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret: un día señalado en el calendario de aquellos que deciden amar por encima de cualquier hecho, posibilidad o circunstancia, una ocasión trascendental para poner en el centro de nuestras vidas a Jesús, María y José. Fijar la mirada en la Sagrada Familia es dejarse cuidar por la ternura de la Virgen María, por el silencio delicado de san José y por el amor derramado de Jesús.

María, quien conservaba todo en su corazón (cf. Lc 2, 51), fue elegida por Dios como modelo de santidad para su pueblo. Solo sus ojos generosos y confiados fueron capaces de amar hasta el extremo como lo hizo por su Hijo, hasta lo más imaginable que puede caber en el alma de una madre. Es tanto lo que su corazón cobija que hasta el mismísimo Señor quiso nacer en su vientre. «Claro que Dios podría hacer un mundo más bello que este», dejó escrito san Juan María Vianney, «pero no sería más bello si en él faltase María».

José, el corazón entrañable de Dios, hizo de cada gesto una oración, de cada espera un motivo, de cada oscuridad una esperanza donde poder descansar el peso de la fe. Es el padre de la presencia discreta, de la confianza callada, de la entrega gratuita por amor. Todo por Él, para que el Niño Jesús creciera en sabiduría, edad y gracia (cf. Lc 2, 52). Si merced a él Cristo se forjó como hombre, nosotros, si permanecemos en él, nos fraguamos como hijos, padres y hermanos hechos a la medida de su bondad. Ojalá nunca olvidemos que sus hechuras de hombre bueno y justo (cf. Mt 1, 19) modela y configura nuestra entrega.

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Evangelio del domingo, 31 de diciembre de 2023

La presentación de Jesucristo toca el timbre de nuestra conciencia al recordarnos lo importante que es presentarnos, ofrecernos a Dios. Este presentarse adquiere diversos matices: primero, la donación que hacemos de nosotros mismos a Dios al escucharle, al dejar que cada día vaya plasmando su obra en nuestra vida. Cada alma en particular fue creada con un fin, con una misión concreta dentro del plan providente de Dios, y Dios quiere hablar y manifestarse en el mundo, pero necesita voluntarios. Significa además la entrega que hacemos a todos los que vamos encontrando en nuestro camino. ¡Cuánto puede ayudar una sonrisa! Basta un gesto, una actitud. Por último, dicha presentación asegura, firma un pacto, cuyo cumplimiento tendrá lugar en el momento de nuestro abrazo definitivo con Dios, cuando cansados de nuestro peregrinar por esta tierra, le podamos decir a Dios: ¡Valió la pena apostar por ti!

No son las grandes predicaciones, no son las grandes obras de apostolado ni los proyectos de gran envergadura los que suscitan la verdadera admiración de los hombres. El asombro viene cuando detrás de todo aquello está un hombre que vive de Dios, un hombre que aprendió a presentarse a Dios y a los demás. María Santísima es experta en llevar nuestras obras a buen puerto. Basta una decisión libre y un entusiasmo por lo que tenemos que hacer.

 

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Parroquia Sagrada Familia