28 Mar
Jueves Santo - Santa Misa
Fecha 28.03.2024 17:00
28 Mar

Lavatorio de los pies.
Traslado del Santísimo al monumento.

No apartes tu rostro del pobre

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, por séptima vez desde que la instituyó el Papa Francisco, celebramos la Jornada Mundial de los Pobres: un signo copioso de la misericordia del Padre, una cita que sella –de principio a fin– nuestro compromiso con los preferidos de Dios.

Hacer del Evangelio nuestra hoja de ruta solo adquiere un sentido verdadero cuando comprendemos que el Reino de Dios es la bienaventuranza que sana y salva a todos y de modo particular a los más necesitados. La Buena Noticia proclamada por el Señor supone el triunfo verdadero sobre todo lo que nos impide ser y vivir hasta el fondo la filiación divina. Una victoria que alcanza su plenitud en los más débiles, en aquellos que sufren cualquier tipo de pobreza, la enfermedad, la soledad, la angustia o la marginación. Nosotros también estamos en este grupo de pobres y necesitados. Y, si no nos damos cuenta es que, además de pobres, estamos ciegos.

No apartes tu rostro del pobre (Tb 4, 7), reza el lema de este año para una Jornada que nos ayuda a «captar la esencia de nuestro testimonio», tal y como expresa en su carta el Papa Francisco. Y lo cuenta mediante una escena familiar: «Tobit despide a su hijo Tobías, que está a punto de emprender un largo viaje. El anciano teme no volver a ver a su hijo y, por ello, le deja su testamento espiritual». Tobit había sido deportado a Nínive y se había quedado ciego tras llevar a cabo un acto de misericordia, «por lo que era doblemente pobre». Pero siempre había tenido una certeza, expresada en el sentido que su nombre significaba: «El Señor ha sido mi bien». Este hombre, que siempre confió en el Señor, tal y como relata el Papa, «no desea tanto dejarle a su hijo algún bien material, cuanto el testimonio del camino a seguir en la vida, por eso le dice: “Acuérdate del Señor todos los días de tu vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni quebrantes sus mandamientos. Realiza obras de justicia todos los días de tu vida y no sigas los caminos de la injusticia” (4, 5)».

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Día de la Iglesia diocesana

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Un día me puse a pensar cuál será el último puesto que puede haber en el mundo. Y descubrí que el último puesto es a los pies de Judas. Y quise colocarme yo allí, pero no pude, porque allí estaba Jesucristo arrodillado lavándole los pies. Desde entonces creció mi aprecio por la humildad».

Tras estas palabras que pronunció san Francisco de Borja y que dejan paso a un tímido y fecundo silencio, deseo recapitular dónde nace lo verdaderamente importante de la fiesta que hoy celebramos: el Día de la Iglesia Diocesana.

Esta casa que nos cobija y nos reúne bajo el manto misericordioso del Señor es un hogar donde nos pertenecemos mutuamente y donde las alegrías y los padecimientos de nuestros hermanos son, también, los nuestros.

Por eso, nuestra alegría como Iglesia Diocesana es dejarnos afectar por la pena o la alegría de aquel que está sentado a nuestro lado, aunque apenas diga nada de aquello que le conmueve; es hacernos prójimos dejando en casa un universo entero de incertidumbres; es abandonarlo todo porque alguien necesita una palabra de aliento, un gesto de fe o un abrazo eucarístico que dé sentido a su vivir.

La alegría de nuestra fe no consiste en hablar de nosotros mismos y de todo cuanto construimos con nuestras propias manos, sino que se trata de reforzar el sentimiento de pertenencia al corazón compasivo del Padre.

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«¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!»

Hoy, se nos invita a reflexionar sobre el fin de la existencia; se trata de una advertencia del Buen Dios acerca de nuestro fin último; no juguemos, pues, con la vida. «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio» (Mt 25,1). El final de cada persona dependerá del camino que se escoja; la muerte es consecuencia de la vida -prudente o necia- que se ha llevado en este mundo. Muchachas necias son las que han escuchado el mensaje de Jesús, pero no lo han llevado a la práctica. Muchachas prudentes son las que lo han traducido en su vida, por eso entran al banquete del Reino.

La parábola es una llamada de atención muy seria. «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13). No dejen que nunca se apague la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. El Reino está ya aquí. Enciendan las lámparas con el aceite de la fe, de la fraternidad y de la caridad mutua. Nuestros corazones, llenos de luz, nos permitirán vivir la auténtica alegría aquí y ahora. Los que viven a nuestro alrededor se verán también iluminados y conocerán el gozo de la presencia del Novio esperado. Jesús nos pide que nunca nos falte ese aceite en nuestras lámparas.

Por eso, cuando el Concilio Vaticano II, que escoge en la Biblia las imágenes de la Iglesia, se refiere a esta comparación del novio y la novia, y pronuncia estas palabras: «La Iglesia es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado, a la que Cristo amó y se entregó por ella para santificarla, la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la alimenta y la cuida. A ella, libre de toda mancha, la quiso unida a sí y sumisa por el amor y la fidelidad».

12 de noviembre, Día de la Iglesia diocesana: “Orgullosos de nuestra fe”

“Orgullosos de nuestra fe”

Este es el lema que propone el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia para la Campaña del Día de la Iglesia diocesana, que este año se celebra el 12 de noviembre. Un Día de fiesta, de celebración, en el que “recordamos y agradecemos nuestra pertenencia a una comunidad cristiana”. Y un Día para el agradecimiento y para tomar conciencia de que somos miembros de una gran familia. Lo que la Iglesia hace “es gracias al tiempo, las cualidades, la oración y el apoyo económico de todo el pueblo de Dios”.

Cada año, el Día de la Iglesia diocesana pone en marcha esta Campaña para reforzar ese sentimiento de pertenencia de los creyentes y para “tocar” su corazón, también el de aquellos que, por distintas circunstancias de la vida, se han alejado de la práctica religiosa.

En España, la Iglesia católica se estructura en torno a 70 diócesis, 69 territoriales a las que hay que unir el arzobispado Castrense. Según los datos de la última Memoria anual de actividades, la Iglesia cuenta con 22.947 parroquias; 16.126 sacerdotes; 1.028 seminaristas; 35.507 religiosas y religiosos; 8.326 monjes y monjas de clausura; 10.382 misioneros; y millones de laicos. De ellos, 408.722 forman parte de alguna de las 86 asociaciones y movimientos.

Evangelio del domingo, 12 de noviembre de 2023

Estamos en el mes de Noviembre, mes de los difuntos y último mes del año litúrgico. Es natural que la Iglesia nos presente especialmente el tema de nuestro final de esta vida y lo que debemos hacer ahora para conseguir un final dichoso. Hoy nos presenta la parábola de las diez vírgenes o jóvenes, de las cuales cinco son necias y cinco son sensatas en la espera del esposo. Hay algunas cosas que nos parecen un poco raras y que se acomodan a la cultura de entonces, como el hecho de tardar el esposo, que parece ser que sucedía con frecuencia, pues en ese momento tardaban en determinar la dote y otros asuntos entre el novio y la familia de la novia. En fin lo que nos interesa a nosotros es conocer el mensaje que nos quería dar Jesucristo.

Lo principal es que hay que estar vigilantes porque no sabemos cuándo vendrá el Señor. La primitiva cristiandad creía que esta segunda venida de Jesucristo se iba a realizar pronto, de modo que estaban preocupados por la suerte de los difuntos que ya no le podrían ver a Jesús. San Pablo, en el primer escrito que se conserva del Nuevo Testamento, que es la 1ª carta a los tesalonicenses y que se lee hoy en la 2ª lectura, les tiene que decir que no se aflijan por eso, que los difuntos le ven antes que nosotros al Señor. Luego dirá que el Señor vendrá cuando menos lo pensemos. Con ello la Iglesia nos dice que el final de esta vida es sobre todo un encuentro con el Señor y que, para que ese encuentro sea lleno de felicidad, debemos estar preparados.

Aquellas diez jóvenes estaban todas dormidas, señal de que no pensaban en una inminente venida del esposo. La diferencia entre ellas estaba en que, para encender sus lámparas, unas tenían suficiente aceite y otras habían sido tan necias que no habían traído aceite de repuesto. Este aceite es el símbolo de nuestra fe, símbolo de la gracia de Dios, de la vida de Dios que debemos llevar en nuestra alma. Es algo personal. No vale que otra persona me quiera dar algo de su gracia, aunque me puede ayudar; pero esta fe y gracia es algo personal, que forma parte de la propia identidad. Por eso el esposo tendrá que decirles: “No os conozco”. Este estar con la lámpara apagada y sin aceite es como tantos que están sin luz espiritual y sin esperanza, son aquellos que no ven sentido a su vida, aunque tengan muchos bienes materiales.

Aquellas cinco jóvenes no previsoras reciben una dura condena. El hecho es que parece que no han hecho nada malo, no golpean a los criados como en otra parábola hace el mayordomo infiel; pero no hacen nada positivo y esto ya es malo. Es como no dar de comer al hambriento o vestir al desnudo o negar el auxilio en carretera.

La vigilancia por lo tanto es algo positivo, no es quedarse “cruzado de brazos”, sino hacer algo positivo para acoger a Jesús que viene. Y a Jesús no sólo hay que esperarle cuando venga al final de nuestra vida, sino que constantemente nos viene a visitar y llama continuamente a la puerta de nuestro corazón. Vigilar no es despreocuparse de las cosas materiales, sino ver a Dios en los acontecimientos de nuestra vida y de la historia. Hay mucha gente que vigila sus negocios materiales, por el miedo, y no vigila su vida del alma de las acechanzas del mal.

Vigilar es tener esperanza en la vida futura que Dios nos prepara. Por eso la vida cristiana está envuelta en la alegría. Y eso debe ser así porque se ama. Cuando se ama de verdad, hay alegría y la vigilancia es una alegría. Jesús vendrá, pero ya está con nosotros de muchas maneras, sobre todo en la Eucaristía. Celebrar dignamente la Eucaristía es ir cargando más nuestra lámpara del verdadero aceite que sale del corazón de Cristo. Esa es la verdadera Sabiduría, de la que habla la Escritura. Se consigue por la gracia de Dios y por un dejar con nuestra voluntad que la gracia viva en nosotros por un amor a Dios constante, que se muestra en el cumplimiento de sus mandamientos y por la entrega constante a los deberes de cada día y a hacer el bien en lo que podamos a los demás. Así estaremos vigilantes ante el Señor.

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Parroquia Sagrada Familia