«¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!»

Hoy, se nos invita a reflexionar sobre el fin de la existencia; se trata de una advertencia del Buen Dios acerca de nuestro fin último; no juguemos, pues, con la vida. «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio» (Mt 25,1). El final de cada persona dependerá del camino que se escoja; la muerte es consecuencia de la vida -prudente o necia- que se ha llevado en este mundo. Muchachas necias son las que han escuchado el mensaje de Jesús, pero no lo han llevado a la práctica. Muchachas prudentes son las que lo han traducido en su vida, por eso entran al banquete del Reino.

La parábola es una llamada de atención muy seria. «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13). No dejen que nunca se apague la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. El Reino está ya aquí. Enciendan las lámparas con el aceite de la fe, de la fraternidad y de la caridad mutua. Nuestros corazones, llenos de luz, nos permitirán vivir la auténtica alegría aquí y ahora. Los que viven a nuestro alrededor se verán también iluminados y conocerán el gozo de la presencia del Novio esperado. Jesús nos pide que nunca nos falte ese aceite en nuestras lámparas.

Por eso, cuando el Concilio Vaticano II, que escoge en la Biblia las imágenes de la Iglesia, se refiere a esta comparación del novio y la novia, y pronuncia estas palabras: «La Iglesia es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado, a la que Cristo amó y se entregó por ella para santificarla, la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la alimenta y la cuida. A ella, libre de toda mancha, la quiso unida a sí y sumisa por el amor y la fidelidad».

12 de noviembre, Día de la Iglesia diocesana: “Orgullosos de nuestra fe”

“Orgullosos de nuestra fe”

Este es el lema que propone el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia para la Campaña del Día de la Iglesia diocesana, que este año se celebra el 12 de noviembre. Un Día de fiesta, de celebración, en el que “recordamos y agradecemos nuestra pertenencia a una comunidad cristiana”. Y un Día para el agradecimiento y para tomar conciencia de que somos miembros de una gran familia. Lo que la Iglesia hace “es gracias al tiempo, las cualidades, la oración y el apoyo económico de todo el pueblo de Dios”.

Cada año, el Día de la Iglesia diocesana pone en marcha esta Campaña para reforzar ese sentimiento de pertenencia de los creyentes y para “tocar” su corazón, también el de aquellos que, por distintas circunstancias de la vida, se han alejado de la práctica religiosa.

En España, la Iglesia católica se estructura en torno a 70 diócesis, 69 territoriales a las que hay que unir el arzobispado Castrense. Según los datos de la última Memoria anual de actividades, la Iglesia cuenta con 22.947 parroquias; 16.126 sacerdotes; 1.028 seminaristas; 35.507 religiosas y religiosos; 8.326 monjes y monjas de clausura; 10.382 misioneros; y millones de laicos. De ellos, 408.722 forman parte de alguna de las 86 asociaciones y movimientos.

Evangelio del domingo, 12 de noviembre de 2023

Estamos en el mes de Noviembre, mes de los difuntos y último mes del año litúrgico. Es natural que la Iglesia nos presente especialmente el tema de nuestro final de esta vida y lo que debemos hacer ahora para conseguir un final dichoso. Hoy nos presenta la parábola de las diez vírgenes o jóvenes, de las cuales cinco son necias y cinco son sensatas en la espera del esposo. Hay algunas cosas que nos parecen un poco raras y que se acomodan a la cultura de entonces, como el hecho de tardar el esposo, que parece ser que sucedía con frecuencia, pues en ese momento tardaban en determinar la dote y otros asuntos entre el novio y la familia de la novia. En fin lo que nos interesa a nosotros es conocer el mensaje que nos quería dar Jesucristo.

Lo principal es que hay que estar vigilantes porque no sabemos cuándo vendrá el Señor. La primitiva cristiandad creía que esta segunda venida de Jesucristo se iba a realizar pronto, de modo que estaban preocupados por la suerte de los difuntos que ya no le podrían ver a Jesús. San Pablo, en el primer escrito que se conserva del Nuevo Testamento, que es la 1ª carta a los tesalonicenses y que se lee hoy en la 2ª lectura, les tiene que decir que no se aflijan por eso, que los difuntos le ven antes que nosotros al Señor. Luego dirá que el Señor vendrá cuando menos lo pensemos. Con ello la Iglesia nos dice que el final de esta vida es sobre todo un encuentro con el Señor y que, para que ese encuentro sea lleno de felicidad, debemos estar preparados.

Aquellas diez jóvenes estaban todas dormidas, señal de que no pensaban en una inminente venida del esposo. La diferencia entre ellas estaba en que, para encender sus lámparas, unas tenían suficiente aceite y otras habían sido tan necias que no habían traído aceite de repuesto. Este aceite es el símbolo de nuestra fe, símbolo de la gracia de Dios, de la vida de Dios que debemos llevar en nuestra alma. Es algo personal. No vale que otra persona me quiera dar algo de su gracia, aunque me puede ayudar; pero esta fe y gracia es algo personal, que forma parte de la propia identidad. Por eso el esposo tendrá que decirles: “No os conozco”. Este estar con la lámpara apagada y sin aceite es como tantos que están sin luz espiritual y sin esperanza, son aquellos que no ven sentido a su vida, aunque tengan muchos bienes materiales.

Aquellas cinco jóvenes no previsoras reciben una dura condena. El hecho es que parece que no han hecho nada malo, no golpean a los criados como en otra parábola hace el mayordomo infiel; pero no hacen nada positivo y esto ya es malo. Es como no dar de comer al hambriento o vestir al desnudo o negar el auxilio en carretera.

La vigilancia por lo tanto es algo positivo, no es quedarse “cruzado de brazos”, sino hacer algo positivo para acoger a Jesús que viene. Y a Jesús no sólo hay que esperarle cuando venga al final de nuestra vida, sino que constantemente nos viene a visitar y llama continuamente a la puerta de nuestro corazón. Vigilar no es despreocuparse de las cosas materiales, sino ver a Dios en los acontecimientos de nuestra vida y de la historia. Hay mucha gente que vigila sus negocios materiales, por el miedo, y no vigila su vida del alma de las acechanzas del mal.

Vigilar es tener esperanza en la vida futura que Dios nos prepara. Por eso la vida cristiana está envuelta en la alegría. Y eso debe ser así porque se ama. Cuando se ama de verdad, hay alegría y la vigilancia es una alegría. Jesús vendrá, pero ya está con nosotros de muchas maneras, sobre todo en la Eucaristía. Celebrar dignamente la Eucaristía es ir cargando más nuestra lámpara del verdadero aceite que sale del corazón de Cristo. Esa es la verdadera Sabiduría, de la que habla la Escritura. Se consigue por la gracia de Dios y por un dejar con nuestra voluntad que la gracia viva en nosotros por un amor a Dios constante, que se muestra en el cumplimiento de sus mandamientos y por la entrega constante a los deberes de cada día y a hacer el bien en lo que podamos a los demás. Así estaremos vigilantes ante el Señor.

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«El que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

Hoy, el Señor nos hace un retrato de los notables de Israel (fariseos, maestros de la Ley…). Éstos viven en una situación superficial, no son más que apariencia: «Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres» (Mt 23,5). Y, además, cayendo en la incoherencia, «porque dicen y no hacen» (Mt 23,3), se hacen esclavos de su propio engaño al buscar sólo la aprobación o la admiración de los hombres. De esto depende su consistencia. Por sí mismos no son más que patética vanidad, orgullo absurdo, vaciedad… necedad.

Desde los inicios de la humanidad continúa siendo la tentación más frecuente; la antigua serpiente continúa susurrándonos al oído: «El día en que comiereis de él (el fruto del árbol que está en medio del jardín), se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gn 3,5). Y continuamos cayendo en ello, nos hacemos llamar: “rabí”, “padre” y “guías”… y tantos otros ampulosos calificativos. Demasiadas veces queremos ocupar el lugar que no nos corresponde. Es la actitud farisaica.

Los discípulos de Jesús no han de ser así, más bien al contrario: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23,11). Y como que tenemos un único Padre, todos ellos son hermanos. Como siempre, el Evangelio nos deja claro que no podemos desvincular la dimensión vertical (Padre) y la horizontal (nuestro) o, como explicitaba el domingo pasado, «amarás al Señor, tu Dios (…). Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37.39).

Toda la liturgia de la Palabra de este domingo está impregnada por la ternura y la exigencia de la filiación y de la fraternidad. Fácilmente resuenan en nuestro corazón aquellas palabras de san Juan: «Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso» (1Jn 4,20). La nueva evangelización —cada vez más urgente— nos pide fidelidad, confianza y sinceridad con la vocación que hemos recibido en el bautismo. Si lo hacemos se nos iluminará «el camino de la vida: hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre» (Sal 16,11).

Evangelio del domingo, 5 de noviembre de 2023

San Mateo escribe su evangelio un poco como por temas: a veces reúne doctrina en forma de sermones, otras veces agrupa milagros o parábolas. Ahora agrupa palabras o frases en contra del proceder de los fariseos. Son palabras duras, especialmente las que prosiguen al evangelio de este día. 

San Mateo, que dirige su evangelio especialmente a los judíos  que se habían convertido, seguramente está comprobando cómo entre los nuevos cristianos se habría filtrado la manera hipócrita de actuar de los fariseos en cuanto a los actos de religión, que debieran ser de culto y honor a Dios. Por eso recuerda, más que otros evangelistas, palabras de Jesús que van en contra de esta hipocresía farisaica.

Hoy Jesús habla a la gente. Les dice que los fariseos se sienten como los dueños de la explicación de la palabra de Dios. Esto se indica por la frase de que “se han sentado en la cátedra de Moisés”. Se llamaba así al lugar de la sinagoga desde donde se comentaba la palabra que había sido proclamada. De suyo, según el Antiguo Testamento, esa cátedra sólo debía ser usada por los sacerdotes; pero de hecho era usada por quien se creía entendido en la palabra de Dios.

Jesús no culpa de esto a los fariseos. Es más, parece que Jesús les acepta como maestros legítimos de la Ley. Por eso le dice a la gente que debe seguir lo que ellos dicen. Lo malo está en que esos fariseos y letrados no cumplen con lo que dicen a la gente. Y lo peor es que a la gente le quieren poner “fardos pesados e insoportables”, mientras que ellos “no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.

Esto es lo que se llama ser hipócritas. Es algo que Jesús recrimina a los fariseos, pero que nos debe poner a nosotros en alerta. La hipocresía era el gran pecado de los fariseos. Creían complacer a Dios por medio del cumplimiento de prácticas externas, mientras que su corazón estaba lejos de Él. Y Jesús va delatando esa hipocresía con hechos concretos, como por ejemplo alargar las filacterias. Estos eran pequeños recuerdos de la Ley que llevaban algunos para demostrar su respeto a la Ley; pero los fariseos lo ampliaban para que la gente les honrase a ellos y fueran más estimados.

Podríamos decir que no les importa lo que Dios piense de ellos, sino lo que piense la gente. Esto les llevaba a una gran vanidad y presunción. Por eso, cuando había un banquete, buscaban los primeros puestos o simplemente tener un puesto más honorable en la sinagoga. Es lo contrario de lo que enseñaría Jesús sobre el sentirse pequeño para que Dios pueda disponer mejor de nosotros. En realidad los actos religiosos de los fariseos no eran tal, ya que no buscaban la honra de Dios, sino acrecentar su propio egoísmo.

También les gustaba a los fariseos que la gente les llamase “maestros”. Aprovecha Jesús para decirnos que el único verdadero maestro es Dios e igualmente es el único verdadero padre. No quiere decir que no podamos llamar maestro o educador a quien lo sea, e igualmente padre al propio en cuanto a la naturaleza; pero nos dice que por encima de esos títulos está la paternidad de Dios. La hipocresía es una constante tentación. Jesús quiere que seamos auténticos o sinceros.

Termina hoy Jesús hablando de la autoridad. Alguno debe conducirnos por el buen camino, desde el padre de familia hasta las autoridades civiles o eclesiásticas. ¡Qué difícil es saber gobernar bien! Hoy nos dice Jesús que quien quiera gobernar debe hacerlo como quien está al servicio. Ya sabemos que muchas veces sucede en todos los estamentos. Especialmente en la propaganda para la política se suele hablar de ponerse al servicio de los demás; pero todos sabemos que, mientras no haya una gran santidad, el ser humano cae en el egoísmo y suele “barrer para casa”. Para llegar a servir de verdad, uno debe prepararse “sirviendo”, buscando el bien para los demás, aunque en realidad no esté constituido en autoridad. 

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Parroquia Sagrada Familia