Nuestro Seminario de San José cumple 125 años

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Nuestro Seminario de San José cumplirá el próximo domingo 125 años formando sacerdotes a la medida del inmenso amor de Dios. Os invito a conocer los actos que han preparado para dicha efeméride y participar en ellos dando gracias a Dios por tantos dones recibidos.

Hoy recordamos, de manera muy especial, al cardenal fray Gregorio María Aguirre –entonces arzobispo de Burgos– y al hoy beato Manuel Domingo y Sol, quienes fundaron, en 1897, el Seminario Menor de San José. El 22 de abril de ese mismo año fue colocada la primera piedra del edificio. Tras concluir las obras, en noviembre de 1898, el centro formativo inició su andadura académica, encargando el cuidado y la formación de los jóvenes a la hermandad de sacerdotes Operarios Diocesanos.

La inauguración de aquel curso guarda un detalle imborrable: comenzó con la celebración de la Eucaristía y la posterior reserva del Santísimo Sacramento en el sagrario de su capilla. Desde entonces, el Seminario recuerda, cada segundo domingo de noviembre y con especial emoción, aquella primera reserva eucarística con su entrañable fiesta del Reservado, a la que asisten no solo los seminaristas y sus familias, sino también numerosos sacerdotes que se han formado entre los viejos muros del edificio del Paseo del Empecinado.

Qué importante es contemplar cómo permanece y sigue dando frutos en abundancia esta comunidad de vida: como semilla de futuros sacerdotes, como lugar de crecimiento interior, como comunidad educativa y misionera, como experiencia fuerte de Dios y como respuesta a una llamada que cambia por completo la mirada, el alma y el corazón para la tarea evangelizadora.

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Evangelio del domingo, 29 de octubre de 2023

Estamos en Jericó, ciudad cosmopolita, multiétnica y rica en dinero y vicios. Aquí vive Zaqueo. Es ‘publicano’, es decir, recaudador de impuestos. Es muy rico, porque es el ‘jefe’ de todos los de su oficio que hay en la ciudad. Todo el mundo le conoce y considera «pecador público», pues cobra los impuestos para el poder invasor: Roma. Con todo, no es una manzana completamente podrida.

En el hondón de su alma hay una cierta nostalgia de Dios, una cierta nostalgia del bien. Por eso, al oír que Jesús se encuentra en la ciudad para subir a Jerusalén, corre a subirse a un árbol para verle, porque es muy pequeño de estatura. Cuando llega Jesús, se detiene y le dice: «Zaqueo, baja enseguida porque quiero comer contigo en tu casa». El escándalo que se monta es más que mayúsculo. Jesús lo sabe, pero arriesga. Y gana la partida.

Ya en casa, en un momento del convite, Zaqueo se pone en pie y dice a Jesús: «Mira, si a alguno he robado, le devolveré el doble y al que haya estafado, le devolveré cuatro veces más». El amor de Dios, hecho misericordia sincera, ha derretido la miseria de Zaqueo. Jesús apostilla: «Hoy ha sido la salvación de esta casa. También éste es hijo de Abrahán».

Todos somos un poco o un mucho Zaqueo, aunque no seamos ricos ni recaudadores de impuestos. Todos, también, llevamos en el fondo del alma la nostalgia de Dios, la nostalgia de una vida recta, de una existencia que valga la pena. Hoy pasa Jesús junto a nosotros y nos ofrece su amor misericordioso. ¡Ojalá lo acojamos con el mismo gozo y sinceridad que el Zaqueo de Jericó!

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Llamados, como los santos, a la perfección del amor

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

El Señor nos eligió a cada uno de nosotros «para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4). Esta semana celebramos la festividad de Todos los Santos: aquellos que «ya han llegado a la presencia de Dios» y que mantienen con nosotros «lazos de amor y comunión», tal y como escribe el Papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudate et exultate, donde hace una llamada a la santidad en el mundo actual.

Con la intención de prepararnos para este gran día que celebra la Iglesia, ponemos la mirada en las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12) con la intención de señalar el camino que el Señor propone para sus discípulos. En este sentido, el Papa destaca que en ellas «se dibuja el rostro del Maestro», que estamos llamados a transparentar «en lo cotidiano de nuestras vidas».

Qué importante es encarnar la santidad en el contexto actual; ya sea en nuestras familias, en nuestros trabajos o en nuestros ambientes. El Señor nos llama a caminar en su presencia y a ser santos (cf. Gn 17, 1). Lo que quiere es que crezcamos en santidad a su lado y gastemos hasta el último aliento en ser amados y amar como Él nos ha amado. Su lenguaje es la misericordia, la entrega y el perdón; y su medida es el amor con el que nos ha amado desde toda la eternidad: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,5).

El Papa, en dicha exhortación, habla de «los santos de la puerta de al lado»; personas, como tú y como yo, que participan de la santidad del Pueblo de Dios. Una Iglesia peregrina que está inmersa en el mundo y que «viven cerca de nosotros» y «son un reflejo de la presencia de Dios».

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Domund 2023: “Corazones ardientes, pies en camino”

DOMUND

Jornada Mundial de las Misiones

El Domund es el día en que, de un modo especial, la Iglesia universal reza por los misioneros y colabora con las misiones. Se celebra en todo el mundo el penúltimo domingo de octubre, el “mes de las misiones”.

“No es posible encontrar verdaderamente a Jesús resucitado sin sentirse impulsados por el deseo de comunicarlo a todos”

(Mensaje del Papa Francisco para el Domund 2023)

Solo el encuentro con el Resucitado ilumina nuestra vida y hace arder nuestro corazón. Lo han experimentado los misioneros y misioneras, quienes, con su corazón ardiente, nos muestran el camino hacia los hermanos más pobres y necesitados, y la presencia del Señor vivo en medio de ellos.

Ese encuentro personal con Cristo hace que los ojos de las personas se abran y mueve a la acción. Así, los misioneros se ponen en camino y entregan su vida para que el Evangelio llegue a todos los rincones del mundo.

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«Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios»

Hoy, se nos presenta para nuestra consideración una "famosa" afirmación de Jesucristo: «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» (Mt 22,21).

No entenderíamos bien esta frase sin tener en cuenta el contexto en el que Jesús la pronuncia: «los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra» (Mt 22,15), y Jesús advirtió su malicia (cf. v. 18). Así, pues, la respuesta de Jesús está calculada. Al escucharla, los fariseos quedaron sorprendidos, no se la esperaban. Si claramente hubiese ido en contra del César, le habrían podido denunciar; si hubiese ido claramente a favor de pagar el tributo al César, habrían marchado satisfechos de su astucia. Pero Jesucristo, sin hablar en contra del César, lo ha relativizado: hay que dar a Dios lo que es de Dios, y Dios es Señor incluso de los poderes de este mundo.

El César, como todo gobernante, no puede ejercer un poder arbitrario, porque su poder le es dado en "prenda" o garantía; como los siervos de la parábola de los talentos, que han de responder ante el Señor por el uso de los talentos. En el Evangelio de san Juan, Jesús dice a Pilatos: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba» (Jn 19,10). Jesús no quiere presentarse como un agitador político. Sencillamente, pone las cosas en su lugar.

La interpretación que se ha hecho a veces de Mt 22,21 es que la Iglesia no debería "inmiscuirse en política", sino solamente ocuparse del culto. Pero esta interpretación es totalmente falsa, porque ocuparse de Dios no es sólo ocuparse del culto, sino preocuparse por la justicia, y por los hombres, que son los hijos de Dios. Pretender que la Iglesia permanezca en las sacristías, que se haga la sorda, la ciega y la muda ante los problemas morales y humanos de nuestro tiempo, es quitar a Dios lo que es de Dios. «La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio público (…) no es tolerancia, sino hipocresía» (Benedicto XVI).

Parroquia Sagrada Familia