Evangelio del domingo, 8 de enero de 2023
En este año del ciclo A la escena del Bautismo de Jesús nos la narra el evangelista san Mateo. Tiene dos partes, una algo menos importante que es el bautismo propiamente dicho y una segunda parte, que es la principal y que fue la manifestación de Dios Padre y el Espíritu Santo, dando un sentido más profundo al acontecimiento.
En cuanto al bautismo, debemos saber distinguir el bautismo que hacía Juan Bautista con la gente en general, el bautismo que hizo con Jesús y nuestro bautismo, que es algo muy diferente y es un sacramento. San Juan Bautista predicaba la penitencia como una manera especial de prepararse para recibir al Mesías y los mensajes que nos traería de parte de Dios. Y mucha gente se arrepentía. Para constatar ese arrepentimiento y ratificarlo ante la comunidad y sobre todo ante Dios de una manera externa, bautizaba. Juan no podía quitar los pecados. Un día señalaría a Jesús diciendo que Él es el que quita los pecados del mundo. Pero mientras esto sucediera, Juan ratificaba con el bautismo lo que suponía que pasaba en el corazón de la gente arrepentida, y con el bautismo señalaba la limpieza de corazón.
El bautismo que hizo Juan sobre Jesús no era lo mismo. Jesús no podía arrepentirse de pecados. ¿Entonces por qué se bautizó? Es difícil comprenderlo. Él no tenía pecado, pero era uno de los nuestros y cargaría con nuestros pecados para redimirnos. En ese momento está mostrando que es uno de los nuestros, que está en la fila de las personas que quieren acercarse a Dios, que pertenece al grupo de buenos galileos que con recto corazón se habían acercado al Jordán para escuchar al profeta y vivir según los caminos del Señor. Es uno más del grupo de “pobres de Yaveh”.
Nuestro bautismo es diferente. Por los méritos de Jesús recibimos verdaderamente el Espíritu Santo. Se quitan todos los pecados y se nos da una gracia especial que nos hace hijos de Dios. Si uno es mayor, necesita arrepentirse de sus pecados. La gracia se nos da ciertamente, pero de forma incipiente. Luego hay que desarrollarla de una manera constante durante toda la vida. Lo triste es que para muchos esa gracia del bautismo se queda en un estado primitivo o se pierde. Por eso este es un día muy apto para que todos agradezcamos a Dios esta gracia inmensa del bautismo, y sobre todo para que demos un impulso grande a esa gracia renovando esos compromisos bautismales que hicieron por nosotros nuestros padres.
Lo verdaderamente importante fue lo que pasó con Jesús después del bautismo. Fue una manifestación de Dios de algo grandioso que sucedía en el ser de Jesús: Fue “ungido por el Espíritu Santo”. Para exponerlo de una manera gráfica, como les gustaba a los orientales, el evangelio dice que “el cielo se abrió”, como cuando cae una gran lluvia, y el Espíritu Santo bajó “como una paloma”, de una manera veloz y al mismo tiempo suave. Jesús siente que, como hombre es hijo de Dios, y que tiene plena autorización para comenzar a enseñarnos que todos podemos llegar a ser hijos de Dios. Es como la graduación, como la Confirmación. Desde ese momento comenzaba la verdadera nueva alianza, el Reino del amor de Dios. También Dios nos une a esa tarea de trabajar por este reino de amor, de justicia y de paz. Fue tal el impacto que esta gran verdad y este compromiso recaía en Jesús, de predicar la paternidad amorosa de Dios, que se retiró durante muchos días al desierto a orar y meditar.
Cuando Juan Bautista iba a bautizar a Jesús, sintió que no era digno; pero Jesús le dijo que convenía hacer “lo que es justo”. Esta justicia en el evangelio de san Mateo quiere significar la Voluntad de Dios. Por eso nuestro compromiso bautismal nos debe llevar a cumplir más y más la voluntad de Dios. San Juan percibe allí que Jesús es Hijo de Dios y lo proclamará como Salvador ante algunos de sus discípulos. Nosotros dejémonos ungir por el Espíritu Santo, que ya recibimos en el bautismo, para recibir más la salvación y poder ser salvadores de otros.