Evangelio del domingo, 18 de febrero de 2018

‛Detente, mira y vuelve’. Estos tres verbos, con los que abrió el Papa Francisco la cuaresma, me parecen el mejor comentario al evangelio de este domingo. Porque este domingo se llama “de las tentaciones”, ya que Jesucristo las sufrió en el desierto y nosotros también. Nosotros, en efecto, somos puestos a prueba por Satanás. Y no durante cuarenta días, sino a lo largo de toda nuestra vida y, además, corremos el riesgo de no darnos cuenta de ello. Por eso, hay que pararse, detenerse.

Sí, hay que pararse, porque existe como un “mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad, el tiempo de Dios”.

Pero no basta con pararse. Es preciso mirar lo que se abre ante nuestros ojos en medio de la vorágine de la vida. No es fácil mirar, que es algo muy distinto de ver. Hay que mirar rostros concretos, rostros de carne y hueso. Los rostros de “nuestras familias que siguen apostando día a día para sacar la vida adelante”. Los rostros interpelantes de “nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, que exigen dedicación y protección”. Los rostros de “nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos”. Los rostros, especialmente, “de Cristo Crucificado por amor y sin exclusión” y el de su Madre, que también es Madre nuestra.

Si nos detenemos, si miramos con verdad y sin prisas estos rostros, veremos que es urgente e inevitable volver. Sí, volver a casa, volver a la iglesia, volver a los sacramentos. “¡Vuelve!, sin miedo a participar de la fiesta de los perdonados, a experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios. Deja que el Señor sane las heridas del pecado y cumpla la profecía hecha a nuestros padres: os daré un corazón nuevo”. Todos tenemos muchas heridas. Las de algunos son especialmente dolorosas, porque no se sienten queridos por nadie y han olvidado que son hijos, quizás pródigos, pero hijos de Dios, que está a la puerta para darles el abrazo de su perdón misericordioso.

Todavía no es demasiado tarde. Pero ya es hora de volver a casa.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,12-15):

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.

Decía:

«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Parroquia Sagrada Familia