Evangelio del Domingo, 7 de Junio de 2015
A finales del siglo doce surgió en Lieja (Bélgica) un movimiento eucarístico que tuvo por centro la Abadía de Cornillon.
En 1193 nació cerca de esta Abadía una niña a quien bautizaron con el nombre de Juliana y que, al quedar huérfana siendo muy pequeña, fue confiada a esas religiosas y luego ingresó en esa comunidad, donde llegó a ser su Priora. Desde muy joven destacó por una gran veneración al Santísimo Sacramento y anhelaba que se creara una fiesta en su honor. Este deseo se intensificó a raíz de una visión sobre la Iglesia, bajo la apariencia de una luna llena con una mancha negra, que interpretó como la ausencia de esta solemnidad. Juliana comunicó tal visión al obispo de Lieja y al arcediano de la catedral de esa ciudad, que sería más tarde Papa y recibiría el nombre de Urbano IV.
El obispo, convocó un sínodo diocesano en 1246 y ordenó que la fiesta se celebrara el año siguiente. Sin embargo, no pudo ver la realización de su orden, porque murió a finales de ese año. No obstante, la fiesta se celebró por primera vez el año siguiente, el jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad. Un obispo alemán conoció la costumbre y la extendió por toda la actual Alemania.
El Papa Urbano IV, impresionado por un milagro eucarístico que tuvo lugar en Orvieto, publicó una Bula en 1264 –cuatro años más tarde de que concluyesen las obras de nuestra catedral- y la extendió a toda la Iglesia. Pero murió poco después y la fiesta tuvo que esperar hasta 1317, fecha en que el Papa Juan XXII promulgó una recopilación de leyes en la que se incluía una que extendía la fiesta del Corpus a toda la Iglesia. A partir de este momento se extendió poco a poco a toda Europa central.
Finalmente el concilio de Trento, en el siglo XVI, declaró, contra los Reformadores Protestantes, la legitimidad y conveniencia de la fiesta y el Corpus obtuvo carta de ciudadanía en toda la Iglesia de Occidente. En España gozó de un fervor especial y desde aquí se difundió a toda América, tras la evangelización de aquel Continente. El concilio Vaticano II la ha confirmado y hoy, gracias a Dios, el Corpus goza de una creciente aceptación y fervor. Acompañemos a Jesucristo que sale a nuestras casas y plazas y recibamos su bendición.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (14,12-16.22-26):
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
«Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo.»
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:
«Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Puedes escuchar la homilía aquí.