Evangelio del domingo, 27 de mayo de 2018

En el amanecer de nuestra vida, un sacerdote pronunció estas palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Cuando llegue nuestro atardecer, otro sacerdote quizás pueda acompañarnos y decir: “Sal de este mundo, alma cristiana, en el nombre del Padre que te creó, del Hijo que te redimió y del Espíritu Santo que te santificó”. Nuestra vida comienza con una consagración a la Santísima Trinidad y concluirá con una entrega confiada a los brazos amorosos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Estos dos grandes momentos no son los únicos que están marcados por la presencia y el amor de ese Dios Trinitario.

Hay un hilo, invisible pero real, que atraviesa toda nuestra vida y la cose a ese misterio inefable. Gracias al Bautismo, hemos sido acogidos en la familia de Dios como hijos e hijas suyos, y hemos quedado bajo la protección y el poder de Dios. Los años de nuestra vida no son, por tanto, un inmenso desierto en el que caminamos solos y como únicos protagonistas de nuestra existencia.

Al contrario, nuestra vida es un río brota continuamente del hontanar de Dios que nos recrea, redime y santifica sin cesar. Podemos vivir sin ser conscientes de esta maravilla. Incluso rebelándonos contra ella. Pero esto no impide que dejemos de ser lo que realmente somos desde el momento mismo de nuestro Bautismo: hijos de Dios, miembros de la familia de Dios, templos y sagrarios de la Santísima Trinidad. Hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad, es una buena oportunidad para revivir y revitalizar lo que constituye el núcleo de nuestra vida: que somos de Dios, que venimos de Dios, que estamos habitados por Dios, que somos amados y defendidos por Dios. Cuando hacemos la señal de la Cruz al salir de casa por la mañana, al acostarnos, al comenzar el trabajo, al entrar en la iglesia, al bendecir la mesa... deberíamos recordar que lo hacemos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Repitamos hoy, agradecidos y con un poco más amor, lo que tantas veces hemos dicho: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”.

 

Evangelio de San Mateo 28,16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Parroquia Sagrada Familia