Evangelio del domingo, 29 de julio de 2018

 

El domingo pasado veíamos cómo Jesús, después del trabajo misionero de los apóstoles por aquellos pueblos, les quiso dar unas pequeñas vacaciones retirándose a un lugar tranquilo; pero veíamos cómo la multitud de gente, deseosa de escuchar la palabra de Jesús, les fue siguiendo, de modo que Jesús tuvo que comenzar de nuevo a enseñar su palabra y a instruirles sobre las cosas del Reino de Dios. Pues bien, así siguieron todo el día y, como estaban en terreno más bien desierto, se encontraron con un problema. Y es que la mayoría de la gente, por el deseo de seguir a Jesús, no había llevado comida y el hambre se cebaba en toda aquella multitud.

Hoy se nos narra el gran milagro de la multiplicación de panes y peces. Tuvo que hacer mucho impacto entre la primitiva cristiandad, pues es de las pocas cosas que narran los cuatro evangelistas, y dos lo narran dos veces. Hoy, después de la narración el día anterior del evangelio de Marcos, se nos expone este milagro narrado por san Juan. La razón principal es para continuar en los domingos siguientes exponiéndonos la proclamación de la Eucaristía que hará Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. San Juan emplea el milagro como un signo que le sirve para introducir esa proclama.

Jesús se da cuenta de la necesidad que tiene la gente y busca alguna solución. Esto ya es una enseñanza para nosotros. En el mundo hay muchas necesidades en todos los sentidos, materiales y espirituales. Algo debemos hacer. Seguramente podremos muy poco, pero eso poco es lo que nos pide el Señor. Jesús “ya sabía lo que iba a hacer”. Así nos dice el evangelista; pero quiere la colaboración de los suyos. Habla con Felipe y Andrés. Solían ir juntos, pues eran muy amigos y del mismo pueblo. Felipe calcula sobre la cantidad de dinero que haría falta, pero no tiene confianza. Andrés encuentra una solución, un muchacho tiene unos poquitos panes y peces; pero es una solución tan pequeña, que le falta confianza: “¿Qué es para tantos?” A Jesús le basta eso poco. Dios no suele hacer las maravillas del espíritu con grandes medios materiales. Así se ve en toda la Sagrada Escritura: lo débil vence a lo fuerte, no en el sentido material, sino en el espíritu. Porque lo débil material con la fuerza del espíritu hace maravillas. Así pasó con aquel muchacho y con aquellos pocos panes. El evangelista acentúa la pobreza de aquellos panes, diciendo que son de cebada. Hace más para la gloria de Dios quien, valiendo poco, lo da todo, que quien, valiendo mucho, se reserva egoístamente una parte para sí. A Dios le encanta la humildad entregada.

La gente al final quedó entusiasmada. Jesús había hecho algo que era muy bíblico: el dar milagrosamente de comer. Algo así como el maná del desierto o el agua o las codornices. Esto era señal de que era el Mesías. Esto era cierto; pero lo que no era verdadero era la idea que tenía la gente sobre la mesianidad. Muchos sólo tienen ansias materialistas y le quieren hacer rey a Jesús. Piensan que con tener a Jesús han solucionado el problema del hambre y de las ansias materiales. Pasa hoy día en algunos que se acercan a la religión y a la Iglesia, pensando sólo en solucionar problemas materiales. Dios quiere esto también. Por eso vemos cuántas cosas ha solucionado la religión, y específicamente la Iglesia, en problemas de hambre y de enfermedades. Pero Dios quiere el bien total, que no sólo es la salvación del alma, sino la fraternidad, la justicia y la paz. Todo ello se conseguirá si hay amor.

Es muy posible que los apóstoles participaran en este entusiasmo popular. El hecho es que Jesús, viendo todo ello, les mandó a los apóstoles que se fueran a la barca, despidió a la gente y se fue solo dentro del bosque para orar. Aquel entusiasmo materialista de la gente era como una tentación para Jesús. Muchas tentaciones debemos vencer con la oración, pues muchas veces de lo espiritual sólo buscamos soluciones materiales. Lo que Dios medirá al final y premiará será el grado de amor que hayamos puesto en la decisión de que Dios actúe a través de lo nuestro.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15):

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:

«¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.

Felipe contestó:

«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:

«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»

Jesús dijo:

«Decid a la gente que se siente en el suelo.»

Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.

Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:

«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»

Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:

«Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»

Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Parroquia Sagrada Familia