Evangelio del domingo, 14 de abril de 2019

Comenzamos la Semana Santa. La Iglesia nos presenta en esta semana los hechos más importantes de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Dios nos podría haber salvado con medios más sencillos, pero quiere unirse a nuestro dolor y testifica con su sufrimiento que su amor es sincero, es grandioso y que merece toda nuestra correspondencia. Para ello Dios se hizo hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a la muerte y una muerte de cruz. Pero san Pablo hoy en la 2ª lectura nos dice que, por ese acto de humillación, Dios lo levantó por encima de todo hasta la resurrección. El dolor no es el final. Dios quiere para nosotros también un final de gloria y felicidad. La Pasión conduce a la Resurrección.

La liturgia de este día tiene dos partes bien diferenciadas, La primera, con la bendición de ramos y procesión, revivimos la entrada solemne de Jesús en Jerusalén. Luego en la Eucaristía se revive la Pasión, que se lee en el evangelio. Parece ser que proviene de la antigüedad cuando este domingo era nombrado en Roma como domingo de pasión, mientras que en Jerusalén celebraban la entrada con los ramos. Luego para toda la Iglesia se unieron las dos partes en una misma celebración.

La entrada de Jesús montado sobre un burrito lo suscitó Él mismo. Es posible que algunos discípulos querrían aprovechar esa entrada, cercana la Pascua, para exaltar a Jesús como un mesías triunfador para comenzar un imperio material o una guerra santa contra los romanos. Jesús, porque así lo quiere, entra como Mesías, pero lleno de mansedumbre, deseando proclamar su reino de paz y de amor. A los que iban con Jesús se unieron otros salidos de Jerusalén, pues era costumbre que muchas personas salieran a recibir a grupos de peregrinos para entrar cantando con ellos. Nosotros en la procesión también queremos aclamar a nuestro verdadero Rey y Maestro con ramas verdes, que son signo de paz y de esperanza. No es sólo recuerdo. Es realidad.

En esa entrada de Jesús también se va fraguando la Pasión, porque allí estaban los enemigos de siempre, fariseos y jefes religiosos del pueblo. Estaban llenos de envidia porque la gente se iba tras de Jesús, y esto llenaba la copa de su indignación y soberbia. Donde no hay amor y perdón, la venganza y el rencor no tienen freno. También había gente indecisa, que aquel día gritaban: “Hosanna”, y pocos días después gritarían: “Crucifícale”. En la Misa recordamos la Pasión con su lectura en el evangelio. Este año, ciclo C, se lee la Pasión según san Lucas.

Cada evangelista narra la Pasión según el motivo que le ha inducido a narrar la vida de Jesús. San Lucas es el evangelista de la misericordia. Es el que más habla del amor infinito de Dios, que se manifiesta por medio de Jesucristo. Lo vemos por medio de sus parábolas y de la preocupación que siente Jesús por las personas marginadas, como eran los enfermos, los pecadores, las viudas y en general las mujeres. Y ese aspecto de la misericordia aparece en este evangelio de pasión de manera especial: Con los mismos apóstoles: No dice que les encuentra por tres veces dormidos, ni que huyeron, ni las palabras fuertes de Pedro antes de negar, con quien tiene la delicadeza de mirarle con misericordia como signo de perdón; Cura la oreja a quien ha sido herido en Getsemaní; Consuela a las mujeres que lloran por El; Perdona a todos los que le están clavando o gritando en contra. Promete el Paraíso al buen ladrón; Usa de misericordia hasta con los mismos que causaron su muerte, como Pilato, que aparenta ser inocente. Quizá el evangelista tenía interés en no culpar a los romanos. Más que culpar a nadie, el evangelista pretende que nosotros nos sintamos culpables, pero llenos de esperanza en el perdón rechazando toda violencia. Debemos vivir con esa confianza en Dios Padre, con la que Jesús, al morir, sin hacer gestos trágicos ni signos de angustia, entrega su espíritu al Padre de las misericordias.

Parroquia Sagrada Familia