Evangelio del Domingo, 9 de Agosto de 2015

Siempre que se celebra la Eucaristía, el sacerdote pronuncia unas palabras sobrecogedoras. Son las palabras con las que consagra el pan y el vino. Cuando dice sobre el pan "esto es mi Cuerpo" y sobre el vino "este es el cáliz de mi sangre", el pan y el vino se trasforman en Cristo mismo en Persona.

Es verdad que el pan y el vino siguen teniendo las mismas apariencias que antes –"especies" las llaman los teólogos-: el mismo color, el mismo sabor, el mismo peso. Pero el cambio ha sido no sólo profundo sino total. Lo que está más allá de las apariencias sensibles –"sustancia" lo llaman los teólogos- se ha cambiado en Cristo mismo.

Es un milagro prodigioso, mucho más espectacular que el que contemplábamos hace dos domingos: la multiplicación de los panes y los peces. Allí había panes y peces en todo el proceso: en el punto de partida, en el punto de llegada y el punto intermedio de la comida. Aquí no. Aquí hay pan y vino en el punto de partida, pero hay la Persona de Cristo en el punto de llegada. Por eso, cuando comulgamos, no comemos pan y bebemos vino, sino que comemos y bebemos al mismo Cristo como Persona viva.

En la Eucaristía se hace presente Jesucristo Resucitado. El que tiene poder para cambiar el agua en vino –como hizo en Caná de Galilea-, de andar sobre las aguas del mar –como hizo en el lago de Genesaret- y resucitar a los muertos –como hizo con Lázaro- , tiene poder para cambiar el pan y el vino en su misma Persona, en él mismo. Comulgar es comer a Cristo, alimentarse con Cristo. Se cumple la promesa que había hecho en la sinagoga de Cafarnaum: "Os daré a comer mi Carne". Los judíos pensaban que Jesús les proponía ser antropófagos. No era así. Jesús resolvió el problema con la misma facilidad que resolvía las cuestiones más complicadas: haciendo que el pan y el vino cambiaran en la profundo de su ser y permanecieran igual en lo externo. Lo contrario que si alguien se tiñe el pelo y se peina de modo extravagante: cambia en su apariencia pero no en su realidad.

Avivemos nuestra fe, creamos sus palabras y confesemos su verdad.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»

Jesús tomó la palabra y les dijo:

«No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Parroquia Sagrada Familia