Evangelio del Domingo, 12 de abril de 2015
Estamos en el Cenáculo de Jerusalén, donde los Apóstoles se han trancado con llave, porque están muertos de miedo a los judíos. Falta Tomás. Sin que nadie abra la puerta, Jesús se hace presente y se pone en medio. Podría reprenderles con severidad, porque Pedro le negó y los demás le abandonaron. Pero no lo hace. Al contrario, les desea la paz y les llena de alegría. ¡Jesús siempre trae paz y alegría verdadera!.
Luego les muestra las llagas de sus manos y de su costado y les hace este encargo: «Como el Padre me envió, así también os envío Yo». Y, para que puedan cumplirlo, les da el Espíritu Santo: «Recibid el Espíritu Santo». Se despide y desaparece del mismo modo que había entrado. Ellos se quedan desbordantes de alegría y, cuando llega Tomás, les falta tiempo para espetarle: «Hemos visto al Señor». Pero Tomás se hace el valiente: «Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el agujero, si no meto la mano en su costado, no creo». Reclama las señas de identidad del Resucitado: la marca de sus llagas.
Ocho días más tarde, tendrá la oportunidad de verlas y tocarlas, cuando Jesús vuelva al Cenáculo donde estarán todos los discípulos, incluido él. Tras el saludo, la prueba reclamada por Tomás: "Mete aquí el dedo y mira mis manos; trae la mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente". Tomás se declara vencido y realiza el acto de fe más puro y vigoroso de cuantos hay en todo el Nuevo Testamento: "Señor mío y Dios mío". Es decir: "Tú eres el Mesías y Tú eres Dios". Jesús se lo acepta, pero le añade: "Dichosos los que crean sin haber visto".
Nosotros -tú y yo- somos parte de los que no le han visto, pero creemos en Él. Por eso, no somos menos afortunados que quienes le vieron con los ojos de la cara. Porque la fe nos pone en relación más profunda con Jesús que la visión material de su Cuerpo resucitado. Debemos estar contentos, más aún, orgullosos de tener fe. Orgullosos y agradecidos. Porque la fe no es una conquista nuestra, sino un inmenso regalo de Dios. ¡Ojalá no nos avergoncemos nunca y ante nadie de creer en Jesús Resucitado!
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31)
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegria al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.