Contagia solidaridad para acabar con el hambre. Manos Unidas y el virus de la solidaridad

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, un domingo más, celebramos el Amor de Dios que se entrega por nosotros para que lo hagamos vida dándonos a los demás. Sin reservas. Sin barreras. Sin más medidas que su sangre derramada a cuerpo entero para nuestra salvación.

Y qué mejor manera de hacerlo que con la Jornada Nacional de Manos Unidas, que conmemoramos hoy. Contagia solidaridad para acabar con el hambre. Con el Evangelio en una mano y con el corazón que se ofrece en la otra, debemos volcarnos en la ayuda a las personas más vulnerables del planeta.

En este arduo caminar, con el hambre y la pobreza castigando tantas vidas por vivir, Dios nos llama –con todas sus fuerzas– a promover el amor, a desvestir nuestros miedos, a ser abrazo compasivo ante quienes alzan sus manos en medio de tantas necesidades.

La campaña de Manos Unidas de este año enciende una luz en medio de esos sembradíos que necesitan el agua viva de la fe para conservar su belleza. Una campaña que desea dotar a los empobrecidos con mejores y mayores recursos para acceder a una alimentación sana, al agua potable, a la educación, a la sanidad… Recursos fundamentales y, sobre todo, humanos. Porque «el bien común solo lo construiremos al sentir al otro tan importante como a nosotros mismos», tal y como nos recuerda el Papa Francisco en Fratelli tutti.

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La clase de Religión nos enraíza en la verdad de nuestro ser

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

¿Por qué debe estar en la escuela la asignatura de Religión? ¿Y por qué apuntar a los niños y a los jóvenes a Religión? Son dos cuestiones a las que me gustaría brevemente responder.

 Algunos piensan que la formación religiosa en la escuela es un privilegio o un añadido especial a la formación humana, cultural, científica o tecnológica. Otros, simplemente, se quedan en la superficie y consideran que una educación integral no debe incluir una dimensión religiosa y moral que, para nosotros, los creyentes, es decisiva para el diálogo entre la fe y la razón, para promover el respeto entre todos y para entender las raíces de nuestra existencia y de nuestra historia.

Decía el Papa emérito Benedicto XVI que «eliminar a Dios de la enseñanza significa romper el círculo del saber». Y no le faltaba razón. Porque Dios es connatural al ser humano. Y ciertamente, no podemos apagar la dimensión trascendente y religiosa que habita en el corazón de toda persona que solo anhela vivir en paz.

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Don Bosco y la alegría de educar

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«Si tuvieseis que morir en este momento, ¿a dónde iríais?». Hoy, celebramos la festividad de san Juan Bosco: padre, maestro de la juventud y autor de esta frase que acabo de pronunciar. ¿A dónde irías tú si Dios te llamase ahora?

Don Bosco cuenta con una maravillosa obra teológica y sobre todo pedagógica. Tras toda una vida sacerdotal colmada de entrega y generosidad, donde recorría las calles y visitaba las fábricas y las cárceles, para encontrarse con chicos que estaban abandonados, que habían perdido las ganas de vivir y que eran víctimas de todo tipo de maltratos, el fundador de los Salesianos consiguió sembrar alegría allí donde solo había horror. Y con 72 años, puso rumbo al Cielo y fue canonizado el 1 de abril de 1934 por Pío IX, a quien llamaban el protector especial de los Salesianos.

Hoy, la festividad de este santo nos recuerda la importancia de servir, de amar y de educar. Tres horizontes que encuentran su cumbre en el corazón de los tres amores de Don Bosco: la Eucaristía, la Virgen y el Papa. Servir, haciendo de nuestra vida una Eucaristía, una unión en el Cuerpo de Cristo, para hacerlo todo en memoria suya (Marcos 14, 22-26). Amar, en la carne ungida de los pobres, para poder gritar –como hizo san Juan Bosco– que «donde reina la caridad, ahí está la felicidad». Y educar, siguiendo su incansable ejemplo, con el Señor presidiendo el altar del pan nuestro de cada día, y con la felicidad de un niño que se siente amado, cuidado y sostenido.

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Hasta que la Palabra se haga carne

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«Mantened firme la Palabra de la vida» (Flp 2, 16). Con este lema, tomado de la Carta de San Pablo a los Filipenses, celebramos hoy el Domingo de la Palabra de Dios.

Como recuerda el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, esta jornada desea «reavivar la responsabilidad de los creyentes en el conocimiento de la Sagrada Escritura», así como «mantenerla viva» mediante un trabajo permanente de transmisión y comprensión, «capaz de dar sentido a la vida de la Iglesia en las diversas condiciones en que se encuentra».

Y hoy, con Pablo en el corazón de esa carta que, según algunas referencias, escribe desde el cautiverio, redescubrimos la necesidad de que la comunidad cristiana crezca en el conocimiento de la Palabra de Dios. Una tarea, sin lugar a dudas, apasionante. Porque dejarse bañar por la Sagrada Escritura es revestirse de una vida nueva; desprenderse de uno mismo para llenarse de un amor infinitamente bueno; mudar nuestra piel muerta, inacabada y de barro en un torrente inacabable de ternura.

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Unidos, como tierra ecuménica de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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 Queridos hermanos y hermanas:

«Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia» (Jn 15, 5-9). Estas palabras del Señor a sus discípulos, que brotan del Evangelio de san Juan, dan vida al lema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que celebramos del 18 al 25 de enero.

Este es el gran deseo de Jesús: que volvamos la mirada hacia Él y permanezcamos para siempre en su amor. Y quiere que lo hagamos unidos, amándonos los unos a los otros, a su ejemplo, a su manera, a la mesura de su amor. ¿Cómo? Desterrando de nuestros corazones «cuanto signifique división», como alentaba san Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Desde la plegaria que Jesús dirigió al Padre en la víspera de su Pasión: «Que todos sean uno, para que el mundo crea». Y hacerlo, hasta recuperar la armonía, pensando y sintiendo en un mismo espíritu y amor.

Hoy, ataviados con el inmenso regalo de nuestra fe, más o menos incomprendida por un mundo complejo y tensionado, debemos volver a hacernos aquella pregunta que le hizo san Pablo a la comunidad de Corinto: «¿Es que Cristo está dividido?».

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Parroquia Sagrada Familia