Avivar el deseo de Dios en el servicio a los hermanos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Os saludo cordialmente en mi primera colaboración en estas páginas. Agradezco esta herramienta que se me ofrece para estar más cerca de vosotros y poder ofreceros humildemente algunas reflexiones semanales que nos ayuden a vivir apasionadamente nuestra vocación haciendo fructificar tantos dones con los que Dios nos bendice.

El tiempo de Adviento va avanzando y apenas nos quedan este domingo y el siguiente para presentarnos ante el portal de Belén adentrándonos en el maravilloso acontecimiento de la Navidad. Quisiera recordar la oración que abría este tiempo de espera y esperanza, que decía así: «Oh Dios, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno». Esta oración sintetiza admirablemente los elementos característicos de este tiempo.

Avivar el deseo. Es una gran cuestión. Porque los deseos son elementos interiores que mueven y orientan nuestra vida. ¿Qué deseo en mi vida? ¿Qué deseo cada día? ¿Todos los deseos me construyen y me hacen crecer? Qué importante es conocer los deseos profundos de nuestro corazón y aprender a discernir sobre ellos, distinguir los buenos de los malos y saber cómo gestionarlos. La oración nos habla de un deseo concreto y fundamental: el deseo de salir al encuentro de Cristo. Efectivamente, el deseo más profundo de todo corazón humano es el deseo de Dios. San Rafael Arnaiz, insigne santo burgalés, lo expresaba de esta manera: «Como el ciervo desea las fuentes, como el cervatillo sediento olfatea el aire buscando con qué mitigar su sed, así mi alma suspira de sed de vida… Vida que es espacio y luz, vida en la cual esta centellica de amor que llevo dentro se dilatará, se inflamará y a la vista de tu Rostro» (cfr. Deseo de Dios y la ciencia de la cruz).

Continuemos con la oración. Avivar el deseo «acompañados por las buenas obras». El deseo de Dios produce de modo inmediato el ensanchamiento del corazón al servicio de los hermanos, de modo particular los más desfavorecidos. Y viceversa, sirviendo a los hermanos encontramos a Dios. La santa de Calcuta, cuando habla de la sed de Jesús en la cruz, identifica el servicio a los más empobrecidos como el modo de saciar esta sed: «Tenemos que aplacar la sed de Jesús -del amor de los demás y de nuestro amor… Por cada acción con los enfermos y los moribundos, aplaco la sed de Jesús del amor de esa persona, por mi entrega del amor de Dios que hay en mí a esa persona en particular… Así es como aplaco la sed de Jesús por los demás, entregando su amor en acción hacia ellos» (Instrucciones, 19 septiembre 1977).

Y todo ello para hacer presente su Reino en medio de nosotros. Reino de santidad y justicia, reino de verdad y gracia, reino de amor y misericordia. A este reino aspira nuestro corazón. Es lo que anhelamos de modo profundo, como decía ya san Agustín en el siglo VI: «Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón se encuentra inquieto hasta que descansa en ti». Aprovechemos el tiempo de Adviento que nos queda y reavivemos el deseo profundo de Dios para que la noche santa de Navidad se vea colmado por la humildad y ternura del Niño, que es la Palabra encarnada que sacia nuestra sed. Con gran afecto.

Un Año Jubilar en tiempo de pandemia

Fidel Herráez Vegas (Administrador apostólico de la diócesis)

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Ayer inaugurábamos de modo solemne el Año Jubilar en nuestra Iglesia diocesana, en el marco del VIII Centenario de nuestra Catedral. Es un año santo, un auténtico Año de Gracia al que nos convoca el Señor. Por ello me ha parecido oportuno insistir hoy y el domingo próximo, en este acontecimiento tan importante para el presente y el futuro de nuestra diócesis, recogiendo algunas ideas de la Carta Pastoral que con este motivo he dirigido a toda la comunidad diocesana.

Tanto la celebración de ayer, como el recorrido inmediato del Año Jubilar, vienen marcados por la situación de pandemia que, con todas sus secuelas, nos envuelve y nos angustia desde hace varios meses. La alegría jubilar parece que queda empañada por los miedos y el sufrimiento que tan profundamente atraviesan nuestra sociedad y, en especial, los más vulnerables de entre nosotros.

Pero precisamente por ello, pienso que el Año Jubilar puede convertirse en una luz providencial que nos ilumine para descubrir dónde se encuentra la verdadera raíz de la alegría y de la esperanza que dan aliento a la fe cristiana. Cuando experimentamos tan de cerca la propia fragilidad y debilidad, nuestra mirada de creyentes se dirige al Dios creador y redentor, fuente de la vida y origen de todo bien. Y «si el afligido invoca al Señor, dice el salmo, Él lo escucha» (Sal 33).

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«Somos una gran familia, contigo»

Fidel Herráez Vegas (Administrador apostólico de la diócesis)

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Como Iglesia peregrina nos alegramos hoy en la fiesta de Todos los Santos; y a ellos nos encomendamos como Comunidad diocesana que también quiere vivir el mensaje de las bienaventuranzas de Jesús. El próximo domingo celebraremos el Día de la Iglesia Diocesana. Una Jornada para que todos los católicos tomemos conciencia y nos sintamos dichosos de pertenecer a la Iglesia universal en y desde cada una de nuestras Iglesias locales. Un día para celebrar que, en una diócesis, en alguna de sus parroquias, cada uno de nosotros ha sido incorporado a la Iglesia por el bautismo, seguimos creciendo en la fe y en la vida cristiana, y nos sentimos como hermanos de una gran familia. Y esa familia es nuestra Diócesis de Burgos que, como dice el lema de la Jornada, cuenta contigo y con cada uno de nosotros: sacerdotes, religiosos, laicos…, porque es tarea de todos construirla, sostenerla y llevar adelante la misión evangelizadora que el Señor nos confía.

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La fraternidad: belleza y compromiso

Fidel Herráez Vegas (Administrador apostólico de la diócesis)

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Hace unas semanas centraba mi reflexión dominical en San Francisco de Asís. Entonces os decía que su figura y su mensaje estaban inspirando fuertemente el pontificado de nuestro Papa Francisco. Así lo volvemos a comprobar en su tercera Encíclica, recientemente publicada con el título Fratelli Tutti (Todos hermanos). Os invito a leerla detenidamente. Su lenguaje, como ya es habitual, es cercano y accesible a todos. A ella quiero dedicar hoy una pequeña glosa, precisamente cuando en el Evangelio de este domingo escuchamos las palabras de Jesús: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-39).

El centro del discurso de la Encíclica es una invitación a vivir la fraternidad universal. Un bello objetivo que se convierte también en un difícil y serio compromiso. Partiendo de las deficiencias de nuestro mundo y de las circunstancias agravantes de este tiempo de pandemia, el Papa nos presenta el modelo del Buen Samaritano como ejemplo a seguir en nuestras relaciones fraternas. «Hay dos tipos de personas: los que se hacen cargo del dolor y los que pasan de largo» (FT 69). Y, desde ahí, saca algunas conclusiones de lo que conllevaría organizar, en clave de fraternidad, ámbitos y aspectos tan complejos en nuestro tiempo como las migraciones, la política, la economía, la conflictividad, la pluralidad religiosa…

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Domund 2020: «Aquí estoy, envíame»

Fidel Herráez Vegas (Administrador apostólico de la diócesis)

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Un año más la Iglesia nos invita en este domingo de octubre a celebrar el día del Domund, esa Jornada Mundial Misionera que, ya desde niños, nos resulta conocida y familiar. Es un día importante para tomar mayor conciencia de nuestra responsabilidad como «discípulos misioneros» en la evangelización de los pueblos, según el mandato de Jesús. Y es el domingo en el que tenemos presentes de una manera más intensa a todos los misioneros y misioneras, los «mejores hijos de la Iglesia», que han escuchado la llamada del Señor a ir hasta los confines del mundo, acercándose a todas las gentes para comunicar con obras y palabras la alegría del Evangelio,

El año pasado celebrábamos esta Jornada en un contexto especial, dentro del Mes Misionero Extraordinario, que se proponía estimular la conversión misionera de los creyentes y las comunidades bajo el lema ‘Bautizados y enviados’. Este año estamos invitados a celebrarlo en otra situación especial, marcada tristemente por los sufrimientos y desafíos que la pandemia del coronavirus está arrastrando a nivel mundial y de la que los misioneros son protagonistas en los países más afectados. El Mensaje que nos dirige el Papa Francisco con ocasión de esta Jornada se hace eco de todo ello. «Al igual que a los discípulos del Evangelio, dice el Papa retomando la oración del 27 de marzo en la plaza de San Pedro, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero al mismo tiempo importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo, se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder». Así, el Domund de este año, en esta situación, urge a los cristianos a hacer más patente nuestro compromiso con la Iglesia misionera.

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Parroquia Sagrada Familia