San Juan Bautista, el precursor

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

A lo largo del año litúrgico, domingo tras domingo, celebraciones y fiestas de los santos, la Iglesia nos convoca a recordar y vivir los principales misterios de la historia de la salvación. A través del ciclo litúrgico, por la acción del Espíritu Santo, se hace presente hoy y entre nosotros el plan salvador de Dios Padre realizado en su Hijo Jesucristo. Es un camino de fe que nos adentra paso a paso y nos invita a profundizar en el misterio del amor de Dios con la humanidad. En este recorrido hoy, en concreto, celebramos la solemnidad de san Juan Bautista.

Este santo goza de una gran cercanía entre el pueblo cristiano desde antiguo. Y también hoy, nuestro pueblo ha realizado una labor de inculturación reseñable en torno a san Juan Bautista; las personas del mundo rural conocéis mejor que yo todas las tradiciones, de diversa índole, que la piedad popular ha generado: la noche de san Juan, su fiesta, los refranes, las cosechas, la abundancia o la necesidad... Es uno de los pocos santos que la Iglesia rememora y celebra en el día de su nacimiento (24 de junio) y en la fecha de su martirio, cuando nace a la vida definitiva (29 de agosto). ¿Qué nos dice hoy a nosotros San Juan en su fiesta?

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Sin el domingo no podemos vivir

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

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Hoy voy a hablaros del domingo, del sentido y alcance que tiene para los cristianos esta fiesta semanal. Y quiero comenzar con una pequeña historia. Hacia el año 304, el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, so pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse los domingos para celebrar la Eucaristía y construir locales para sus asambleas. En una pequeña localidad del norte de África un grupo de cristianos fueron sorprendidos un domingo, cuando reunidos en una casa celebraban la Eucaristía, desafiando con ello las prohibiciones imperiales. Arrestados, fueron llevados a Cartago para ser interrogados. Y fue significativa la respuesta que uno de ellos dio al procónsul, a sabiendas de que les esperaba el martirio: «sin reunirnos en asamblea los domingos para celebrar la Eucaristía no podemos vivir». Resulta elocuente esta narración situada en los primeros años misioneros de la Iglesia. Los primeros cristianos comenzaron enseguida a celebrar el domingo, pues ya hablan de ello la 1ª carta a los Corintios (16, 1), el libro de los Hechos (20, 27), la Didaché (14, 1) y el Apocalipsis (1, 10). Al inicio se le llamaba el día del Señor, el día primero de la semana, el día siguiente al sábado, el día octavo, el día del sol... Nombres todos que hablaban del sentido sagrado de este día.

El domingo, más allá del uso que queramos darle, como tiempo semanal bienvenido para el descanso, la convivencia, el ocio, la familia... es un acontecimiento festivo que rompe también con el ritmo cotidiano de nuestra vida cristiana. ¿Por qué este día, además de ser un día no laboral, es diferente al resto de los días de la semana? El Concilio Vaticano II expresó magníficamente el significado que el domingo tiene para nosotros: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del día mismo de la resurrección de Cristo, celebra el Misterio Pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también el día de alegría y de liberación del trabajo... El domingo es el fundamento y el núcleo del año litúrgico» (SC 106).

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Una ética para la economía

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

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En esta breve reflexión dominical, hoy quiero referirme a la caridad, que como pilar de la acción de la Iglesia, está llamada a expresarse también en el amor social civil y político. Un amor que se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. Podría pensarse que los campos de la economía o las finanzas son algo distante de la misión de la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia se preocupa por todo aquello que puede ayudar u obstaculizar el verdadero desarrollo humano, y las actividades económicas no son una excepción.

Todos somos conscientes de la importancia que está cobrando el mundo económico, y especialmente el financiero, en nuestra vida personal y colectiva. El mismo Papa Francisco, al analizar la realidad del momento presente, ha hablado en numerosas ocasiones de una economía que mata, que provoca exclusión y sufrimiento y que está marcada por el dictado de la idolatría del dinero. No cabe duda de que, siendo esto así, este campo de la economía se descubre como un reto para nuestra sociedad en el que los cristianos podemos aportar la enseñanza social de la Iglesia y la sabiduría del Evangelio.

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Eucaristía y Compromiso Social

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

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Celebramos hoy la fiesta del Corpus Christi. Se trata de una de esas fiestas enraizadas en el calendario litúrgico y en el corazón del pueblo cristiano. En nuestro contexto concreto, se ha encarnado también en la cultura manifestada en tradiciones, ritos diversos y devociones populares, que llenan de flores los balcones y las calles por donde pasa este día el Señor Sacramentado, entre la fe, la súplica y la adoración de sus gentes. Para los creyentes la Solemnidad del Corpus Christi significa la invitación a contemplar y celebrar el gran don de la presencia real de Cristo vivo entre nosotros, en su Cuerpo entregado y en su Sangre derramada para la vida del mundo. De manera muy especial, es una llamada a entrar en el misterio de la Eucaristía para configurarnos paulatinamente con él. Es el Día de la Caridad. Y en ese sentido, este día del Corpus Christi ha de ayudarnos a tomar conciencia de las consecuencias que conlleva la presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía y nuestra participación en él, para la vivencia de la caridad y del compromiso social

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Sólo quiero que le miréis a Él

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

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El domingo pasado concluía el tiempo pascual con el glorioso acontecimiento de Pentecostés. Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, celebración que nos ayuda a considerar el misterio de Dios, uno y trino, en quien creemos; «misterio de Dios en sí mismo, misterio central de la vida cristiana», dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Solo Dios puede darnos a conocer este misterio y lo ha hecho revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En su nombre hemos sido bautizados. Lo repetimos tantas veces cuantas hacemos la señal de la cruz, a lo largo de nuestra vida. Profesamos nuestra fe en el Dios trinitario cada vez que rezamos el Credo. Y nuestra oración siempre va dirigida «al Padre, por el Hijo, en el Espíritu». Nuestro Dios, como decían los primeros pensadores cristianos (ante el monoteísmo de los judíos y el politeísmo de los paganos) es un Dios único, pero no solitario. Es comunión de vida y amor, es un Dios personal que tiene rostro y nombre: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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Parroquia Sagrada Familia