La verdad, fuerza de la paz

La directora vio un cristal roto en el patio y creyó que habían sido los chicos de cuarto que habían estado jugando a la pelota durante el recreo, aunque estuviera prohibido. Los llamó, los retó y los dejó sin recreo durante un mes. Debían quedarse sentados en unos bancos y charlando. No podían jugar ni con el móvil. De nada sirvió que protestaran; la directora no cambió de opinión. Si no habían sido ellos, de todas formas, habían estado jugando donde y cuando no debían.

Algunos chicos que pasaban se burlaban de ellos, y se generó un ambiente desagradable entre los alumnos y los maestros. Los chicos de quinto discutían entre sí en un rincón del patio. —Digamos la verdad, están culpando a otros, y fuimos nosotros, -decían algunos. —No, ya es tarde, -decía la mayoría. —¿Para qué vamos a hacernos cargo? Otras veces nos retaron a nosotros por culpa de ellos -opinaban otros. —Yo me hago cargo, le digo a la directora que fui yo. Estaba corriendo y me caí contra el cristal. No digo nada que estábamos corriendo todos, -dijo Leo. —No, eso tampoco es la verdad, vayamos juntos -decidieron casi al final del recreo. Y así hicieron: golpearon la puerta de la dirección y le contaron a la directora que habían sido ellos jugando a la mancha. La directora los retó por haber corrido y porque no lo habían dicho antes. Los chicos de cuarto también se enfadaron mucho porque dejaron que los culparan a ellos. Sin embargo, después de un tiempo, cuando se les pasó el enfado, volvieron a jugar juntos.

Llegaron a pensar que la verdad, a veces, cuesta, pero, con el paso del tiempo, siempre conduce a la paz. Si los chicos de quinto se hubieran callado, hubiera existido entre ellos algo que les hubiera impedido ser realmente amigos.

¿Tuviste alguna experiencia similar a la del relato? ¿Alguna vez no pudiste decir la verdad? ¿Pediste ayuda a alguien que te quisiera bien? Hoy os propongo imaginar a Jesús en la sinagoga: a medida que habla, los que lo escuchan se enfadan con él más y más. Jesús sigue expresando lo que piensa, no calla y, con serenidad, pasa en medio de ellos y continúa su vida. Ojalá podamos hacer lo mismo: decir lo que sentimos más allá de lo que digan o hagan los demás.

Parroquia Sagrada Familia