Cuento de casa con ventanas

La primera vez que la abuela fue a visitar a los nie­tos, estuvo llena de sorpresas. Una de ellas, fue la casa en donde vivían.

—Me parece que les quedó una piedra gigante en medio de la cocina—dijo nada más entrar.

Le explicaron a la abuela que esas piedras eran la base de la casa, que era muy difícil sacarlas y que lo mejor era incorporarlas a la vivienda. Muchas de las piedras que estaban cerca de la construcción las ha­bían utilizado para realizar el muro de contención. Otras, las trajeron desde el río se­co con carretillas, haciendo muchos viajes. Cada piedra tenía su historia.

— ¿Por qué no utilizaron la­drillos y cemento? —quiso saber la abuela.

Para la construcción de las casas utilizaron el material que había en la zona. También averiguaron cómo construían las vivien­das los pueblos que habían habitado esas tierras desde hacía muchísimos años. Llevaron a la abue­la a hacer un recorrido y le mostraron algunas vi­viendas. Las que estaban realizadas con bloques de cemento eran muy frías en invierno y muy ca­lurosas en verano. En cambio, las que estaban he­chas de piedra y adobe, mantenían la temperatura siempre agradable.

En algunos terrenos todavía quedaban muros de contención que habían resistido el paso de los años, te­rremotos incluidos.

Cerca de una mina abandonada, una construc­ción antigua llamó la atención a la abuela. Por dos motivos; era muy diferente a las otras, de gran ta­maño y con ventanas. Otro motivo fue que todos hicieron como si no estuviera ahí.

Por la noche, los nietos le pidieron que les conta­ra la historia de la casa con ventanas repletas de flores. La abuela les dijo que no la sabía, pero los niños insistieron.

—Invéntala, abuela. Los adultos nunca hablan de esa casa y pasan a su lado como si no existiera.

No hacía falta mucho para convencer a la abuela de que inventara una historia.

—Hace muchos, muchos años, mucho antes de que mis abuelos nacieran, llegó a estas tierras una fami­lia que seguramente era muy rica porque el jefe te­nía varias mujeres. En esa época, podían tener tantas mujeres como pudieran mantener, era la costumbre de esos pueblos, nadie se asombraba. Se instalaron en la ladera de la montaña, un lugar que nadie quería y que estaba deshabitado.

Lo primero que llamó la atención del resto de la comunidad, fue la casa. ¿Para qué le habrían dejado esos agujeros que permitirían pasar el frío y el calor? Tam­bién les preocupó que no se integraran a la vida de la comunidad. Imaginen que en esa región, nadie ponía alambrados y la tierra era de todos y cada uno, cultivada para la alimentación comunitaria. Ni siquiera los niños jugaban con los demás; se pasaban el tiempo yendo y viniendo por la montaña con el rostro muy triste. ¿Serían los agujeros en las pare­des la causa del comportamiento extraño?

No eran épocas sencillas, los conquistadores ya habían instalado el sistema de comisiones. De­cían que era un sistema inventado para proteger a los pueblos originarios, pero en realidad, era una forma de dominación y de abuso. Por eso, estos pueblos que eran muy buenos guerreros, se resis­tían a vivir obedeciendo a los encomenderos o comisionistas que los sometían a todo tipo de trabajo esclavo, imponiéndolos castigos e incluso, la muerte.

Una mañana, el pueblo se despertó a causa de los gritos en idioma de los conquistadores. Hombres a caballo entraron al galope y se metieron en la casa de las ventanas. Se llevaron a todos los que encontraron y prendieron fuego a la construc­ción, tirando una madera encendida sobre el te­cho de paja. El resto vio, escondido detrás de los árboles, cómo se los llevaban. Los conquistado­res eran muchos, y esa familia nunca se integró al pueblo, de haber sido diferente, quizás los hubie­ran ayudado. Cuando nuevamente se hizo silen­cio, se acercaron y vieron que de la casa sólo que­daban en pie las paredes. Estaban por irse, cuando escucharon un llanto detrás de un árbol. Era una niña que les contó lo que sucedió. Su padre, para conservar su vida y la de su familia, hizo un trato con el jefe de los conquistado­res; les permitió buscar oro en la montaña. Sin embargo, nunca pensó en cum­plirlo, para él la vida del pueblo, era más sagrada que la propia. Pasados los meses, al no tener no­ticias de él, los conquistadores se cansaron y fue­ron a buscarlo. Cuando irrumpieron en su casa su madre la había ocultado y le dio un pequeño paquete para que le entregara al que la salvara y la adoptara como su hija. El jefe la llevó a su casa y esa noche, con su esposa, abrieron lo que les entregó la niña. Lo que brillaba en su interior fue enterrado debajo de la piedra más pesada de la casa. Por eso hay flores en las ventanas, porque las sembraron esos habitantes en agradecimien­to a los que dieron la vida para salvarlos. No sé si será cierto pero es una bonita explicación, ¿no?.

El evangelio de hoy 10 de Abril de 2016 nos presenta a Jesús resuci­tado y cercano a sus ami­gos. La imagen que lo re­presenta esperándolos con el fuego encendido y el pan preparado, nos permi­te sentir la intimidad que existe entre ellos.
Jesús le preguntó a Pe­dro si lo amaba. Cada uno de nosotros puede pensar qué le respondería si nos hiciera esa misma pre­gunta. Antes de contestar, recordemos que amar a Jesús significa vivir en el amor y reconocer en cada persona a un hermano.
¿Qué eres capaz de hacer por los demás?. ¿Qué hubieras hecho si hubieras estado en el lugar de los diferentes personajes del cuento?

Parroquia Sagrada Familia