«Creados para cuidar y compartir la vida»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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«No conviene que el hombre esté solo» (Gn 2,18). Con estas palabras, que nacen del deseo fraterno de Dios para el ser humano, el Papa Francisco comienza su mensaje para la XXXII Jornada Mundial del Enfermo, que celebramos hoy.

En momentos de debilidad, cuando apenas quedan fuerzas para mantener el cuerpo y el alma en pie, saberse acompañado puede llegar a convertirse en la mejor medicina de quien pierde hasta las ganas de continuar. «Hemos sido creados para estar juntos, no solos», revela el Papa, «y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana». Y lo es aún más en tiempos de «fragilidad, incertidumbre e inseguridad», continúa, «provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave».
Hoy, además, celebramos la Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. El lema, La única especie capaz de cambiar el planeta. El efecto ser humano, nos adentra en el sentido de la justicia y la igualdad, poniendo de manifiesto que los desafíos globales nos afectan a todos por igual.

En ambos casos, la vocación de servicio comienza y termina en los ojos de Cristo, en lo más alto de la Cruz. Pero no es una cruz forjada en la tristeza o la desesperación, sino que alcanza su plenitud en la alegría de la Resurrección. Un consuelo que recibimos por medio de Cristo (2 Cor 1, 5), quien sufre con cada hermano que sufre y desea que participemos con Él en esta preciosa misión.

El departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española propone como lema para la Campaña del Enfermo de este año Dar esperanza en la tristeza. A través de esta campaña, que comienza hoy –festividad de la Virgen de Lourdes– y concluye el 5 de mayo con la Pascua del Enfermo, desean (de la mano del profeta Jeremías) convertir la tristeza en gozo, alegrar y aliviar las penas de los sufrientes (cf. Jer 31, 13).

El Papa recuerda que «los cristianos estamos especialmente llamados a hacer nuestra la mirada compasiva de Jesús». Por ello, no solo es esencial cuidar al enfermo, sino también las relaciones, invitando a cuidar «a quienes sufren» y están «solos, marginados y descartados». Con la intención de «contrarrestar la cultura del individualismo y del descarte», insiste en «hacer crecer la cultura de la ternura y de la compasión». Y nos invita a «sanar las heridas de la soledad y el aislamiento» con el amor recíproco que Cristo nos da en la oración y, sobre todo, en la Eucaristía. «Los enfermos, los frágiles y los pobres –destaca el Papa– están en el corazón de la Iglesia y deben estar, también, en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral».

Una llamada al amor derramado que nace en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) y que coincide, de principio a fin, con el lema Dar esperanza en la tristeza. «Desde Pastoral de la Salud, se quiere promover la reflexión sobre un tema que nos parece particularmente urgente, el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional».

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«La vida consagrada: signo permanente de la fidelidad de Dios»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

El pasado 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, celebramos la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Con el lema Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad, nos adentramos en el templo, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, portado en los brazos de María y de José.

Hoy, también nosotros, como pueblo de Dios consagrado, somos llevados y presentados por nuestra madre, la Iglesia, ante el Dios vivo y verdadero.

Nuestro mundo anhela la luz, la esperanza y la fraternidad que nacen del Costado del Señor, en medio de tanto desencuentro y división. Y solo si hacemos la voluntad de Jesús Resucitado, bálsamo eterno de paz, podremos ahondar en el corazón de Dios.

La Jornada que celebramos, como manifiestan los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, recuerda el don para la Iglesia y para el mundo de las personas consagradas «en su riqueza de modos y carismas», inspirados por el Espíritu Santo «a través de la escucha y el discernimiento comunitario».

En su carta, los obispos señalan que la Iglesia necesita la profecía de la Vida Consagrada: «“¡Aquí estoy!, “¡Aquí estamos!” y “¡Hágase tu voluntad!” encierran un compromiso profético para una Iglesia en misión». Una llamada que todos, cada uno desde su propia vocación, debemos hacer nuestra.

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«Llamados a vivir un auténtico ecumenismo»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo (cf. Lc 10,27). Con este tema, escogido por un equipo ecuménico de Burkina Faso, hemos celebrado –del 18 al 25 de enero– la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.

La Iglesia «tiene que ser posada donde todos puedan refugiarse» y «lugar de acogida para los hombres y mujeres que buscan», destacan los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Española.

Así, como «comunidad que sana», los cristianos de Burkina Faso han propuesto como tema de reflexión para esta Semana la parábola del buen samaritano, en la que Jesús revela el sentido de amar al prójimo hasta el último aliento.

San Juan Crisóstomo, en un momento muy especial de su vida, confesó que la Iglesia «es una posada colocada en el camino de la vida que recibe a todos los que vienen a ella, cansados del viaje o cargados con los sacos de su culpa».

El Amor es la fuente infinita de la gracia, el origen de todo, la raíz donde brota la vida en plenitud. Y solo ese amor conduce a la unidad: para cuidar las llagas de los caídos al borde del camino, para que todos seamos uno en Él (cf. Jn 17, 21).

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«La Palabra de Dios ilumina el camino»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, una invitación a escuchar con atención, cuidado y delicadeza la Palabra que Él nos dirige para, así, responder a su infinito amor con agradecimiento, entusiasmo y esperanza.

El lema Permaneced en mi Palabra, tomado del evangelio según san Juan (cf. Jn 8, 31), nos anima a abrir nuestros corazones hasta que el Espíritu Santo los ilumine y seamos capaces de escuchar la voz de Cristo en lo más profundo de nuestra alma.

En medio del remolino existencial en el que nos encontramos, es esencial hacer un ejercicio de escucha orante y de lectura creyente de la Palabra de Dios. Una Palabra que no solo se puede meditar personalmente, sino que es iluminada de modo particular al calor de una comunidad que vive bajo el abrazo de la fraternidad.

En este domingo de «celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios» (Aperuit illis, 3, Papa Francisco), no olvidemos que el Señor jamás realiza su misión en solitario, sino que se rodea de personas que embellecen poco a poco el rostro de la Iglesia.

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«Hacia un mañana que nos renueve en el Amor»

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Es necesario crear una cultura que en lugar de pensar en cómo dejar a los niños de lado, excluidos con paredes y cerraduras, se preocupe por ofrecer cuidados y belleza». Con estas palabras pronunciadas por el papa Francisco en 2018 en el Instituto de los Inocentes de Florencia, el Santo Padre reclamaba una vida digna para los más pequeños: «A los débiles, especialmente a los niños, hemos de darles lo mejor que tenemos».

Hoy, cinco años más tarde del citado discurso, sería preciso reiterar su mensaje a esta humanidad tan necesitada de atención y cuidado. Cuando celebramos hoy la Jornada de la Infancia Misionera, reavivamos esa invitación a ayudar a los niños, «especialmente a los que no tienen lo necesario para vivir o no conocen a Dios», tal y como señalan desde Obras Misionales Pontificias.

El lema –Comparto lo que soy– implica a todos, niños, jóvenes y adultos, y desea recordar nuestra vocación bautismal como misioneros para ayudar a quienes menos tienen, con nuestra oración y nuestra ofrenda, para que los misioneros continúen proveyendo educación, salud y formación cristiana a más de 4 millones de niños en 120 países del mundo.

Compartir lo que somos supone caminar hacia un mañana que nos renueve en el Amor; un amor vivido en el abrigo acogedor de una comunidad que no deja a nadie a un lado, que comparte hasta lo último que tiene y rompe con la barrera del individualismo porque desea entregarse hasta la última gota, como lo hizo el Señor Jesús.

Cada persona es creada a imagen y semejanza de Dios, y solo haciéndonos como niños podremos habitar la morada celestial (cf. Mt 18, 1-3) Y este mandamiento, esencial en el credo que nos hermana, no puede ser sustituido por ninguno de los demás. Un detalle que no solo refleja nuestra misión, sino también nuestra cultura: «Una cultura –sostiene el Papa Francisco– que reconozca en todos los rost­­­­­ros, también en el de los más pequeños, el rostro de Jesús». En este sentido, «debemos imaginar que nuestros pobres tienen una medalla rota, y que nosotros tenemos la otra mitad».

Qué importante es, en medio de tanto ruido, el cuidado de la infancia y la adolescencia para forjar una humanidad verdadera y plena. Por eso, el carisma de la Infancia Misionera propone y testimonia el Evangelio en cualquier lugar de la Tierra donde haya un solo niño necesitado.

Porque cuidar no es solo proteger, es también entregarse, darse por entero aun cuando se agotan las fuerzas. Es lo que hacen los misioneros y que hemos de hacer, también, cada uno de nosotros: hasta vivir plenamente el discipulado misionero, a la luz del Espíritu Santo y a imagen y semejanza de Jesús.

Ojalá tengamos muy presente, cada día de nuestra vida, que nuestras manos han de ser las del Señor. Seamos discípulos de corazón misionero y evangélico, atravesemos los muros del egoísmo, recorramos los corazones varados en tantos desiertos que nos rodean sin apenas luz, vistamos a los desnudos de fe, vayamos a donde nadie quiere estar para ofrecer compañía, abramos caminos de esperanza, desatemos tantos sueños mudos y quebremos muros imposibles.

Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las Misiones, dedicó su existencia a orar y a entregarse por los sacerdotes, especialmente los misioneros. Su sencillez, sin salir siquiera del convento, manifiestan que la oración es el abrazo eterno que anhela la Iglesia para desarrollar la labor misionera cada día. Ella, nuestra intercesora para recordar a los misioneros, nos lleva a esos rincones tan necesitados del Evangelio de la misericordia y del amor.

Le pedimos a la Virgen María, mediante la intercesión de Teresita de Lisieux, que nos ayude a ser promotores del carisma y la espiritualidad de la Infancia misionera. Para que podamos testimoniar, sin complejos y sin miedos, con los más necesitados en el centro de nuestro corazón, las palabras que esta santa dejó escritas con el reflejo de su vida: «En el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor».

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia