¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (...). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Hoy, la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo abre la última etapa del ministerio público de Jesús preparándonos al acontecimiento supremo de su muerte y resurrección. Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús decide retirarse por un tiempo con sus apóstoles para intensificar su formación. En ellos empieza hacerse visible la Iglesia, semilla del Reino de Dios en el mundo.

Hace dos domingos, al contemplar como Pedro andaba sobre las aguas y se hundía en ellas, escuchábamos la reprensión de Jesús: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» (Mt 14,31). Hoy, la reconvención se troca en elogio: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás» (Mt 16,17). Pedro es dichoso porque ha abierto su corazón a la revelación divina y ha reconocido en Jesucristo al Hijo de Dios Salvador. A lo largo de la historia se nos plantean las mismas preguntas: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (...). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,13.15). También nosotros, en un momento u otro, hemos tenido que responder quién es Jesús para mí y qué reconozco en Él; de una fe recibida y transmitida por unos testigos (padres, catequistas, sacerdotes, maestros, amigos...) hemos pasado a una fe personalizada en Jesucristo, de la que también nos hemos convertido en testigos, ya que en eso consiste el núcleo esencial de la fe cristiana.

Solamente desde la fe y la comunión con Jesucristo venceremos el poder del mal. El Reino de la muerte se manifiesta entre nosotros, nos causa sufrimiento y nos plantea muchos interrogantes; sin embargo, también el Reino de Dios se hace presente en medio de nosotros y desvela la esperanza; y la Iglesia, sacramento del Reino de Dios en el mundo, cimentada en la roca de la fe confesada por Pedro, nos hace nacer a la esperanza y a la alegría de la vida eterna. Mientras haya humanidad en el mundo, será preciso dar esperanza, y mientras sea preciso dar esperanza, será necesaria la misión de la Iglesia; por eso, el poder del infierno no la derrotará, ya que Cristo, presente en su pueblo, así nos lo garantiza.

Evangelio del domingo, 27 de agosto de 2023

Hoy les pregunta Jesús a los apóstoles quién dice la gente que es El, y luego qué les parece a ellos mismos. La respuesta de san Pedro merece por parte de Jesús una gran alabanza y el primado de Pedro y de los papas, de lo cual se habla especialmente el día de san Pedro, en que también se lee este evangelio. Hoy vamos a reflexionar algo más en las primeras preguntas de Jesús. Porque hoy también se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús? O ¿Quién es o representa para ti Jesús?

La pregunta y la respuesta son muy importantes, porque el centro o lo más importante de nuestra religión no son unas ideas filosóficas o teorías sobre la naturaleza, sino que el centro es una persona, que es Dios hecho hombre. Es vital para nosotros conocerle bien y luego vivir consecuentemente a este conocimiento.

Cuando Jesús preguntó sobre qué dice la gente, los apóstoles fueron unánimes en que les parecía ser como alguno de los profetas conocidos. Quizá recordaban lo que a veces habían escuchado: “Nadie puede hacer lo que tu haces”, “un gran profeta ha surgido entre nosotros”, “enseña como quien tiene autoridad”. También había algunos que decían: “lo hace por medio del príncipe de los demonios”, “está fuera de sí”; y algunos le abandonaban porque no soportaban sus palabras. Aquí los apóstoles tuvieron el detalle de fijarse en las cosas buenas. Hoy también hay personas contrarias a todo lo que provenga de Jesús. También hay muchos que no pueden juzgar porque no Le conocen. Pero hay personas que piensan más o menos bien, aunque necesiten mucha perfección. Hay jóvenes para quienes Jesús es la novedad, la frescura, la contestación a un sistema viejo, árido, sin fantasía o creatividad. Para muchos que se sienten oprimidos, Jesús es la esperanza de una liberación, quizá demasiado en el sentido material. Y para algunos es un revolucionario contra la injusticia y la opresión.

Cuando san Pedro responde que Jesús es el Mesías, todavía está impregnado de las ideas triunfalistas y prepotentes del Mesías que había siempre escuchado. Le costó mucho a Jesús hacerles comprender que el ser Mesías y ser discípulo suyo es sobre todo ser servidor de los demás. Sí es profeta, pero no para predicar sólo la supremacía de su religión o ideología, sino el profeta del amor, la justicia y la paz.

Hoy se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús para ti? Podemos responder fácilmente con el entendimiento: “Jesús es Dios y hombre verdadero”. Pero nuestra respuesta no será verdadera mientras no tengamos una adhesión personal con la persona de Jesús y con su causa. Para conocerle bien, debemos tener al menos algún “encuentro” personal con Él y, si es posible, vivir continuamente en ese encuentro. Hay muchos cristianos que nunca se han encontrado con Cristo, en un encuentro vivo, y por lo tanto no le conocen. Conocerle no es sólo conocer su doctrina, sino sus ilusiones, para qué vino a la tierra. Y sobre todo comprometer la vida por la causa de Jesús. Por ejemplo: no se puede ensalzar la pobreza y luego seguir viviendo en riqueza de modo egoísta y avara; no se puede elogiar la limpieza de corazón y vivir con la murmuración y la maledicencia; no se puede elogiar la mansedumbre y vivir con agresividad y desprecio. Jesús no es un ser difuso o lejano, sino que debe formar parte de nuestra manera de ser y de pensar. Y si Jesús tiene que ver mucho en nuestra vida, también tienen que ver los problemas de los demás, especialmente los necesitados.

Jesús llama a san Pedro: “Dichoso”, porque ha sabido responder bien, por una gracia o don de Dios, y porque está dispuesto a ser consecuente. También hoy Jesús nos llama dichosos si prometemos ser consecuentes con nuestro nombre de cristianos. En la oración principal de hoy pedimos que “nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría”. Hay muchas alegrías humanas; pero aparecen inconsistentes o inestables. Con Jesús se fortalecen, pues sabemos que todas las alegrías proceden de Dios y nos pueden preparar la definitiva alegría en la paz eterna.

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Santa Mónica, modelo de madre entregada hasta el extremo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, la Iglesia recuerda y celebra a santa Mónica, modelo de mujer creyente y de madre entregada hasta el extremo.

Su hijo Agustín (doctor de la Iglesia, obispo de Hipona y considerado como uno de los Padres de la Iglesia), vivió una adolescencia y juventud alejada de Dios. Mónica sostenía el camino de su hijo hacia la fe a base de oración, de paciencia y de entrega. Y guardaba la esperanza de que su hijo abrazase el cristianismo como lo hizo su esposo poco antes de morir.

«¡Cuántas lágrimas derramó esa santa mujer por la conversión del hijo! ¡Y cuántas mamás también hoy derraman lágrimas para que los propios hijos regresen a Cristo! ¡No perdáis la esperanza en la gracia de Dios!», expresó el Papa Francisco el 28 de agosto de 2013, en la Misa de apertura del capítulo general de la Orden de San Agustín.

Los ojos de una madre nunca se cierran si uno de sus hijos se aleja de su seno. Mucho más cuando ese hijo vive sumido en una situación difícil. Un día de preocupación, Mónica acudió al obispo de la ciudad y le pidió que hablase con su hijo, para ver si conseguía que cambiase de actitud y de vida. Las palabras del obispo, sin embargo, llevaban la respuesta que Dios nunca había dejado de pronunciar: «Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas».

Tras mucho tiempo de incertidumbre, sus oraciones dieron fruto y su hijo Agustín recibiría el Bautismo con 33 años, en la Pascua del año 387.

La Iglesia venera a santa Mónica por su perseverancia, su ejemplo y su fe. El propio san Agustín, en sus Confesiones, escribe: «Ella me engendró, sea con su carne para que viniera a la luz del tiempo, sea con su corazón para que naciera a la luz de la eternidad» (lib. 9).

¿Qué nos enseña hoy el testimonio perseverante e incansable de santa Mónica? Su vida, inundada de una confianza en Dios que no conoce fronteras, desea ser un faro de luz eterna para tantos padres y madres que, como esta santa, acompañan con el ejemplo, la palabra, la entrega y la oración el camino de sus hijos.

Ella, quien sufrió primero por la vida desordenada de su marido Patricio y, después, por la de su hijo Agustín, nunca dejó de orar por su conversión y, aunque no siempre lo tuvo fácil, supo esperar contra toda esperanza. Cuando los dos volvieron su mirada a Dios, ella comprendió que su misión estaba cumplida: «Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí, y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?» (Confesiones, lib. 9, 10, 23-11, 28).

Santa Mónica, por todo cuanto fue, vela particularmente por los matrimonios que viven momentos complicados de incomprensión, sufrimiento, desesperación, zozobra y soledad; también de aquellos padres con hijos que atraviesan periodos difíciles y angustiosos.

Antes de morir, la santa contrajo una fiebre muy alta y les dijo a Agustín y a su hermano que enterrasen su cuerpo allí, en la ciudad de Ostia Tiberina, y que no se preocupasen por sus restos mortales. Y solo les pidió un favor: «Que me recordéis en el altar del Señor allá donde fuerais».

Encomendamos a santa Mónica a todos los matrimonios. Y también a la Virgen María para que, por medio de la confianza en la providencia de Dios, Ella nos haga comprender –en los momentos de dificultad– que «para Dios no hay imposibles» (Lc 1, 37) porque su amor permanece siempre, más allá de los cálculos mundanos y de la dureza de un corazón de piedra.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Señor; (...) también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos

Hoy contemplamos la escena de la cananea: una mujer pagana, no israelita, que tenía la hija muy enferma, endemoniada, y oyó hablar de Jesús. Sale a su encuentro y con gritos le dice: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo» (Mt 15,22). No le pide nada, solamente le expone el mal que sufre su hija, confiando en que Jesús ya actuará.

Jesús "se hace el sordo". ¿Por qué? Quizá porque había descubierto la fe de aquella mujer y deseaba acrecentarla. Ella continúa suplicando, de tal manera que los discípulos piden a Jesús que la despache. La fe de esta mujer se manifiesta, sobre todo, en su humilde insistencia, remarcada por las palabras de los discípulos: «Atiéndela, que viene detrás gritando» (Mt 15,23).

La mujer sigue rogando; no se cansa. El silencio de Jesús se explica porque solamente ha venido para la casa de Israel. Sin embargo, después de la resurrección, dirá a sus discípulos: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).

Este silencio de Dios, a veces, nos atormenta. ¿Cuántas veces nos hemos quejado de este silencio? Pero la cananea se postra, se pone de rodillas. Es la postura de adoración. Él le responde que no está bien tomar el pan de los hijos para echarlo a los perros. Ella le contesta: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos» (Mt 15,26-27).

Esta mujer es muy espabilada. No se enfada, no le contesta mal, sino que le da la razón: «Tienes razón, Señor». Pero consigue ponerle de su lado. Parece como si le dijera: —Soy como un perro, pero el perro está bajo la protección de su amo.

La cananea nos ofrece una gran lección: da la razón al Señor, que siempre la tiene. —No quieras tener la razón cuando te presentas ante el Señor. No te quejes nunca y, si te quejas, acaba diciendo: «Señor, que se haga tu voluntad».

Evangelio del domingo, 20 de agosto de 2023

El evangelio de hoy nos trae un suceso algo extraño en que Jesús se muestra casi demasiado judío, aparentemente sordo a una oración; pero generoso cuando constata una oración sincera y humilde. Jesús con los discípulos habían salido al extranjero, tierra de Tiro y de Sidón, quizá huyendo de la presión de los fariseos para tener unos días de calma y poder profundizar en la enseñanza del Reino de Dios. Pero hasta allí se había corrido la fama de Jesús y es reconocido. Hay una mujer de aquel lugar que se siente desesperada porque no sabe qué hacer para curar a su hija. Eso significa la frase de que “es malamente atormentada por un demonio”. Y comienza a gritar.

Los apóstoles actúan como cualquier buen discípulo de aquel tiempo: Hacer que se marche para que el Maestro esté tranquilo. Y como a ellos no les hace caso, le dicen a Jesús que la despida. Jesús dice una expresión a los apóstoles en cierto sentido como dándoles la razón: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.

La narración, aunque es verdad lo que pasó, está escrita o narrada con un sentido catequístico por parte de Mateo para los de su comunidad, donde había judíos convertidos y paganos que pedían el evangelio. Lo mismo que la ley de Moisés y las enseñanzas de los profetas eran principalmente para los judíos, pero con un sentido universalista, que casi no supieron comprender, también Jesús comenzó su misión entre los judíos para que luego los apóstoles comenzasen a extender su mensaje por todo el mundo. Aquí aparece su primera misión y su deseo universalista.
Jesús se hacía como que no oía el clamor de aquella mujer. Cuántas veces nos pasa a nosotros que, en nuestra angustia, parece como que Dios está en silencio. Desea purificar nuestra petición, que se acreciente más la fe, para que el don no sea sólo algo material, sino que Dios pueda alabar nuestra constancia y humildad.

La mujer insiste en su petición con más valentía acercándose a Jesús. La valentía consistía en que se salta las barreras de los prejuicios sociales: las mujeres estaban mal consideradas si se acercaban en público a hablar a un hombre y mucho más si eran extranjeras. Ahora escucha un rechazo de Jesús: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perros”. A veces nosotros para suavizarlo traducimos “perrillos” o “cachorrillos”. Pero era una expresión usual en aquel tiempo. Simplemente que los judíos llamaban a los no judíos: “perros”. Y Jesús aquí quiere mostrarse (y san Mateo quiere recalcarlo) como un verdadero judío. Ella así lo entendió y lo aceptó. Reconoce que es inferior; pero también reconoce en Jesús una bondad sin límites.

Lo importante aquí no es lo que dijo Jesús, sino con qué tono. ¡Con qué amor lo diría Jesús, que la mujer en vez de sentirse rechazada, le responde con más confianza y valentía! Esta confianza, humildad y perseverancia en aquella oración le vencieron a Jesús. Entonces no sólo le concede lo que pide, sino que ante todos alaba la fe de aquella mujer. Este es un gran ejemplo para nuestras oraciones.

A veces encontramos personas de poca práctica religiosa o de religiones extrañas, que tienen una gran oración y son agradables ante Dios. Debemos ser respetuosos ante las cosas buenas que encontramos fuera de nuestros grupos o de nuestra religión. Dios es tan grande que no se le puede poseer en exclusiva. Está entre nosotros de muchas maneras y a veces con muchos disfraces. Mucha gente está fuera de la Iglesia, porque no hemos sabido acogerles. Quizá se les ha exigido demasiado cambio de cultura o actitudes que Cristo no ha pedido. Ciertamente que la iglesia pensada por Jesucristo debe ser sacramento de salvación para todos los hombres y el celo de Dios debe encender nuestro espíritu; pero no se deben crear enemigos sólo por el hecho de tener una religión diferente, sino que una verdadera religión debe llevarnos a amar a todos. Una última idea: Si Jesús lo hubiera concedido a la 1ª petición, la mujer se hubiera ido tranquila, pero sin haber acrecentado su fe y su amor hacia Jesús.

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Parroquia Sagrada Familia