Evangelio del domingo, 15 de octubre de 2023

Varias veces Jesús, para enseñarnos en qué consiste el Reino de Dios, lo compara a un banquete. En la parábola de hoy lo asemeja nada menos que a un banquete de la boda del hijo de un rey. Un banquete no es sólo para satisfacer las ganas de comer o beber, sino que es una reunión amistosa para compartir la alegría y los sucesos felices sintiéndose la unidad.  En esto se diferencia de la vida normal donde unos tienen más a costa de otros. La primera consideración que quisiera hacer es que Jesús con estas comparaciones nos quiere decir que el Reino de Dios es algo muy hermoso donde hay mucha alegría. De hecho no se identifica el Reino de Dios con la Iglesia, aunque van muy unidos. La Iglesia es la Institución fundada por Jesucristo para buscar y conseguir el Reino de Dios aquí en la tierra y un día definitivamente en el cielo. Este Reino de Dios se puede conseguir de otras maneras, aunque suele ser mucho más difícil. 

El hecho es que el Reino de Dios es algo que da la verdadera felicidad. Se ha criticado mucho a la religión como que se opone a la felicidad del ser humano. Pero no es así, ni en teoría ni en la práctica. A veces puede inducir algo los caminos que algunos emplean dentro de la religión para querer conseguir el Reino. Suele haber mucha ignorancia de la vida de las personas que viven plenamente su fe, ya que es una vida que suele “ir por dentro”. A veces hay diferencia entre el aspecto externo y la alegría que está en lo interno de las personas. Pero hay alegría cuando uno sabe por qué está en la vida, cuál es su sentido y se siente lleno del amor de Dios, que se va manifestando en el servicio a los demás. Siente así su vida plenamente realizada.

Desgraciadamente en la Iglesia muchas veces damos una imagen de vida algo triste; pero no debiera ser así. Si sabemos que vamos a una fiesta eterna con Dios, no podemos dejar que nos domine la tristeza, fijándonos casi exclusivamente en lo que hay de negativo en la vida. Hay que saber valorar muchos aspectos positivos, que son anuncio de la gran fiesta eterna. ¿Cómo vamos a ser mensajeros de Dios, que nos prepara tan gran fiesta, con cara de tristeza? La Eucaristía debe ser una fiesta.

En la parábola de hoy se recalca la posición de los que no aceptan el banquete. Ello significaba un rechazo al mismo rey. Unos no se preocupan del banquete, sino que les preocupan mucho más sus negocios. Otros hasta arremeten contra los mensajeros. Todo esto era una crítica severa por parte de Jesús para con los jefes del pueblo judío. Cuando san Mateo escribió esto, tendría en mente la destrucción de Jerusalén.

La parábola continúa, como dirigiéndose ahora más a la gente sencilla. Dios invita a todos. La invitación para el banquete es como el anuncio del Evangelio. A todos se les ofrece el Reino; pero no todos tienen la limpieza de corazón para responder bien al Señor. Todos pueden entrar en el Reino, “buenos y malos”; pero para permanecer allí, debe haber una actitud de cambio, no se puede permanecer siguiendo en la maldad. Esto se significa con el que está dentro sin vestidura propia y tiene que ser echado fuera. Es difícil definir qué es lo que quiso enseñarnos Jesús con ese “traje de boda” para que, al no tenerlo, reciba un castigo tan grande. Por de pronto era un desprecio, pues para esos casos se les prestaba un traje conveniente. Quizá signifique una actitud de desprecio de la fe, algo como lo que llamó Jesús “pecado contra el Espíritu Santo”. El vestido en la Biblia suele ser un símbolo de la unión de Dios con su pueblo. Si Dios nos llama a su fiesta es porque quiere estar unido con nosotros, que es al mismo tiempo nuestra felicidad. Si queremos estar unidos con Jesús por medio de los sacramentos, especialmente la Comunión, es necesario el vestido interior de la Gracia. Debemos desechar de nosotros los andrajos del pecado para “revestirnos” de Cristo.

Termina la parábola con un toque de atención, porque son más los llamados que los escogidos. Vivamos nuestra vida cristiana con sentido ilusionado y encontraremos el gozo y la paz ahora y con Cristo en la eternidad. 

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor

Parroquia Sagrada Familia