Evangelio del domingo, 12 de agosto de 2018

 

Las palabras del evangelio de hoy son una parte del llamado “discurso del Pan de vida” de Jesús en que anuncia y proclama lo que será la Eucaristía. El domingo pasado veíamos la primera parte. Hoy vemos la continuación dentro de esa conversación realizada en Cafarnaún. El día anterior había sido la multiplicación de panes y peces. Jesús despidió a la gente, que quería hacerle rey, y se marchó solo al monte a orar. Muchos se marcharon por la orilla a uno de los pueblos más importantes, que era Cafarnaún, y otros lo hicieron al día siguiente al ver que no estaba Jesús ni los apóstoles. En Cafarnaún se suscitó una viva discusión, pues la gente quería más alimento o algún hecho más espectacular. Jesús les dice que tiene un alimento mucho más importante que el que les ha dado el día anterior y mucho más importante que el maná, que Dios les había dado por Moisés en el desierto.
Y comenzamos con las palabras del evangelio de hoy. La gente duda y murmura, porque Jesús ha dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y no le cree porque muchos conocen a la familia de Jesús, a sus padres y familiares. Por eso se dicen: “¿Cómo puede haber bajado del cielo?” Estamos en la primera parte de este “discurso del Pan de vida”. Hoy vamos a considerar sobre todo la necesidad de creer en Jesús para podernos alimentar dignamente de este “Pan de vida”. Al final de las palabras de hoy comienza la segunda parte en que declarará Jesús más abiertamente que este Pan es su propio Cuerpo y Sangre. Esa segunda parte la consideraremos el próximo domingo.

Hoy en la primera lectura se nos describe el pasaje en el que el profeta Elías, después de haber predicado por la gloria del Dios de Israel con toda valentía, tiene que huir por el desierto, porque es perseguido a muerte. Cansado y abatido se sienta junto a un arbusto deseándose la muerte. Pero Dios le reconforta por medio del ángel que le da un alimento especial con el cual puede caminar cuarenta días hasta llegar al monte sagrado para hablar con Dios. Nosotros podemos encontrar en nuestra vida momentos de abatimiento: Pueden ser problemas materiales o puede ser que no encontremos sentido a nuestra vida. O nos desanimamos porque no vemos resultado a los esfuerzos realizados, quizá en la vida de apostolado. Y nos dan ganas de dejarlo todo. Pero Jesús nos presenta un Pan maravilloso, porque es su propio Cuerpo, de modo que podamos seguir el camino de la vida con optimismo y alegría al estar con Jesús.

Para recibir dignamente este sagrado sacramento debemos incrementar nuestra fe. Porque nos pueden venir muchas tentaciones contra esta fe. Para algunos puede ser el ver que los que no creen triunfan más en la vida y viven más alegres. Os digo que en el fondo del alma esto no es cierto. Puede ser porque vemos a la Iglesia demasiado humana, como veían muchos a Jesús. Así lo hemos visto al comenzar el evangelio de hoy. O como le veían los de Nazaret, quienes habían visto crecer entre ellos a Jesús como un niño o un joven normal. Puede ser que busquemos cosas más espectaculares, como algunos buscaban en Jesús, y no tanto su sencillez y entrega.

Para acrecentar nuestra fe en la recepción de la Eucaristía, la Iglesia nos presenta en la Misa la primera parte, que es la proclamación de la Palabra de Dios. Debemos ir a la Misa con la intención de escuchar dignamente la Palabra de Dios y las enseñanzas que nos da la Iglesia en sus explicaciones. Porque, como decía san Pablo, la fe viene tras el escuchar, no sólo del escuchar. Hoy nos dice Jesús que nadie va a El (por la fe), si el Padre no le atrae. La fe es un don de Dios; pero que no lo quiere imponer, sino que lo quiere dar a quien se dispone dignamente. Por eso nuestro empeño debe ser en que sus palabras penetren en nuestro corazón. También para ello son las oraciones primeras de la Misa, en las que nos debemos unir con el sacerdote o recitar dignamente. Para ello debemos avivar nuestra fe desde el momento en que entramos en la iglesia al saludar a Jesús, hasta que nos despedimos con amor de Jesús al salir.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Parroquia Sagrada Familia