Reunidos en el nombre del Señor

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Nos vamos adentrando en el nuevo curso con la humilde confianza y la firme decisión de quien comienza «en el nombre del Señor», como os propongo en mi reciente Carta al Pueblo de Dios en Burgos. Las palabras del salmo 144, en la liturgia de hoy, «cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente» (v. 18), nos confirman en la fe de su presencia en medio de nosotros, y nos alientan para poner en marcha tareas, proyectos y actividades pastorales al servicio de nuestro compromiso evangelizador.

El Papa viene hablando en sus audiencias de los miércoles de la evangelización y de la presencia de la Iglesia en la sociedad, después de la pandemia y en el momento presente todavía tan amenazado e inseguro: Cómo ha de ser la evangelización en medio de esta realidad para echar raíces, estar presentes, discernir, y ofrecer signos de esperanza. Cómo seguir adelante para proponer desde el Evangelio, un nuevo estilo de vida personal, familiar y social que nos devuelva un mundo distinto, más acorde con los planes de Dios. Es verdad que vivimos atrapados en una pandemia a nivel mundial; pero puede ser un tiempo único para volver al Evangelio y aportar nuevos caminos para la salud de la humanidad. Porque «cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Evangelii Gaudium, 11).

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Mirando hacia adelante, fijos los ojos en Jesús

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Alguien ha escrito, y me gustaba al leerlo uno de estos días, que «la fe es como el pájaro que canta cuando el amanecer está todavía oscuro». El amanecer siempre trae esperanza, pero si aún está oscuro ha de alentarnos con fuerza especial la fe. Pienso que el Señor nos regala este nuevo curso para crecer en la fe, permanecer en la esperanza y, en las actuales circunstancias, desvivirnos en la caridad.

En continuidad con lo que os decía el domingo pasado, al referirme al comienzo del curso pastoral, es el momento de mirar hacia adelante. Ha finalizado el Plan Pastoral Diocesano, Discípulos Misioneros, planificado para los años 2016-2020. Ahora el Espíritu nos sostiene para afrontar con confianza y responsabilidad el presente; y nos empuja hacia el futuro porque Él mismo nos está esperando y nos va marcando el camino. Así actuó en el primer Pentecostés con la Iglesia naciente, y así seguirá actuando entre nosotros haciéndonos experimentar el amor que supera todos los miedos.

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Un curso pastoral distinto y un verano especial

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Para iniciar la reflexión de hoy, quiero tomar unas palabras de San Pablo en la 2ª Lectura de este último domingo del mes de julio: «Hermanos: sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8,28). Todo. El doloroso pasado reciente, el presente frágil todavía, el futuro inseguro… Todo. También el descanso estival que ahora nos llega, las pequeñas alegrías, las esperanzas que nos animan, la vida que se nos sigue regalando cada día con todas sus posibilidades… Todo en los planes de Dios sirve y servirá para nuestro bien. Es su Palabra. Y se cumple. Vamos a acogerla hoy y a guardarla en el corazón, para que ilumine y sostenga ahora y en todo momento nuestra vida.

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En la fiesta de la Trinidad agradecemos el carisma de la vida contemplativa

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Al finalizar el periodo pascual, la liturgia de la Iglesia celebra hoy la fiesta de la Santísima Trinidad. Como cumbre del acontecimiento central de la historia de la salvación, se desvela ante nuestros ojos el verdadero protagonista de esa historia, el Dios Trinidad: el Padre, que envió a nuestro mundo al Hijo, concebido de María Virgen por obra del Espíritu Santo; Jesús, el Hijo, que realizó su obra redentora mediante la entrega de su vida hasta la muerte en cruz; el Espíritu, que acompañó la acción de Jesús hasta la resurrección y que nos fue enviado como aliento y vida de la Iglesia hasta el final de los tiempos. La fiesta de la Santísima Trinidad nos hace contemplar el misterio de Dios que incesantemente crea, redime y santifica, siempre con amor y por amor.

Me resulta muy doloroso cuando percibo cómo la Trinidad, que es la base primera y más radical de todo y de todos, es para muchos cristianos una mera doctrina abstracta, lejana o desconocida. Esto de ningún modo debería ser así. El abrir nuestra vida a la Trinidad nos sitúa ante el Dios que por Amor ha actuado en nuestro mundo y que nos ha revelado su misterio más profundo: que Dios Padre, Hijo y Espíritu, es comunión de Personas en el Amor. Los cristianos reflejamos y participamos de ese Amor cuando lo celebramos en la liturgia, cuando lo testimoniamos en el ejercicio de la caridad y del compromiso, cuando lo anunciamos como fuerza renovadora de cada ser humano y de la sociedad entera, cuando vivimos con sinceridad y generosidad la comunión eclesial. Nuestra oración en este día debe ser ante todo un acto de alabanza y de acción de gracias, de admiración y de adoración ante esa realidad que nos desborda y que acogemos como origen y fundamento de nuestra vida cristiana. Así surgirá también nuestra plegaria de petición pura y sincera para que ese amor nos ayude a no desfallecer ante las dificultades, nos impulse a mirar el futuro con esperanza, y nos empuje a ofrecerlo generosamente a quienes ven flaquear su fe, su esperanza o su capacidad de amar.

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«Hacia un renovado Pentecostés»

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

Al hilo del Año Litúrgico hemos ido recorriendo las grandes etapas de la vida del Señor. Después del tiempo pascual en el que hemos venido compartiendo la alegría y la esperanza de Jesús Resucitado, hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés. La «Pascua granada», como la llamáis con acierto a nivel popular, que es fundamental para la vida de la Iglesia y de todos los creyentes. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor, que está junto al Padre, después de cumplir su misión en la tierra con su vida, palabra, pasión, muerte y resurrección. Padre e Hijo, que no quieren dejarnos solos ni huérfanos sino que nos regalan definitivamente su amor a través del Espíritu Santo prometido. Pentecostés es la fiesta que actualiza aquí y ahora ese don del Espíritu derramado en cada creyente, en la Iglesia y en el mundo entero.

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra con fuerza lo que fue Pentecostés para los primeros discípulos encerrados en el Cenáculo por miedo a los judíos (Hch 2,4). Quizá el marco de este relato nos resuene hoy más cercano, después de los meses en que también nosotros hemos estado confinados con nuestros miedos, con la esperanza y la fe puestas a veces a prueba, contemplando la enfermedad, la desolación y la muerte que nos han rodeado. Pues en aquel contexto sucede el primer Pentecostés de la historia y los apóstoles son transformados por el Espíritu, que cambió sus corazones y sus vidas; de vacilantes pasan a ser valientes, de temerosos y encerrados pasan a ser misioneros, y comienzan a anunciar sin miedo la experiencia del Señor resucitado a cuantos les escuchaban. Hoy, como entonces, Pentecostés se repite en la iglesia, y es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la palabra y la presencia de Jesús.

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Parroquia Sagrada Familia