13 de mayo: evocamos a Nuestra Señora de Fátima

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

La Virgen María ocupa un pa­pel muy importante en la es­piritualidad del pueblo cristia­no en general y de nuestro pue­blo burgalés en particular. En su corazón maternal experi­mentamos de un modo espe­cial la cercanía y la providencia de un Dios vivo que no se des­preocupa nunca de su pueblo peregrino. Ella es la puerta por donde Dios quiso entrar en nuestro mundo. La criatura nueva. El primer eslabón de la historia cristiana. La Madre del Señor. Y también Madre nues­tra en la obra de la salvación, a quien veneramos y acudimos siempre con cariño y confianza de hijos, porque a través de los siglos siguen vivas las palabras de Jesús en la Cruz: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27). Paul Claudel llamaba a María «Sa­cramento de la ternura mater­nal de Dios» y así lo vive el pue­blo cristiano con sencilla y hon­da piedad filial.

El mes de mayo, desde el si­glo XVII se ha dedicado en la Iglesia a honrar a la Virgen, co­mo se evidencia en tantas ad­vocaciones, fiestas y romerías extendidas por toda nuestra geografía, a las que ya me he re­ferido en otras ocasiones. Hoy deseo dedicar mis palabras a la Virgen de Fátima, dado que es­tamos celebrando estos días el Centenario de las apariciones, en Cova de Iría, a los tres "pas­torcillos" que estaban cuidan­do el rebaño familiar: Lucía, Francisco y Jacinta.

La celebración del Centena­rio adquiere una solemnidad especial por la visita del Papa Francisco, que viajó ayer, día 13, al Santuario de Fátima y por la canonización de Jacinta y Francisco. Estos, que eran her­manos, murieron apenas dos años después de las aparicio­nes, cuando no contaban más que con nueve y diez años de edad. Su fama de santidad y la devoción popular se extendie­ron rápidamente en Portugal y en el mundo católico, como lo prueba el hecho de que es la primera vez en la historia que son canonizados dos niños tan pequeños, que no han sido mártires.

Muchos de vosotros segu­ramente habéis visitado el San­tuario y os habéis impregnado de la honda espiritualidad que irradia. La imagen, las cancio­nes y las devociones vinculadas a Fátima son populares en mu­chos ambientes. Estos meses, según he sabido, diversos arci­prestazgos y parroquias han or­ganizado peregrinaciones. En la ciudad de Burgos es ya tradi­cional, cada 13 de mayo, el Ro­sario de la aurora, como así lo rezábamos ayer con renovada devoción mariana.

Para comprender y actuali­zar el mensaje de Fátima, me parece oportuno recordar algunas ideas de los obispos portu­gueses en una carta pastoral co­lectiva publicada con motivo del Centenario, bajo el signifi­cativo título «Fátima, signo de esperanza para nuestro tiem­po.

Lo que sucedió en Fátima hace cien años fue, y sigue sien­do, una "bendición" para Por­tugal y para el mundo entero. La última de las apariciones, la que tuvo lugar en octubre de 1917, finalizó con una bendi­ción de la Virgen con el Niño Je­sús. Ese gesto de bendición, di­cen los obispos portugueses, nos permite «penetrar en el nú­cleo de la iniciativa de Dios que, en la presencia llena de luz y de belleza de la Virgen María mos­traba su proximidad misericor­diosa junto a su pueblo pere­grino». Esa bendición sigue ali­mentando nuestra esperanza porque tiene su raíz y su fuente en el Dios Trinidad, que no es indiferente a la situación de sus criaturas: «La luz y la belleza que irradiaban de la presencia del Ángel y de la Señora... eran las manos extendidas de Dios, que abraza a todos en la bon­dad de su amor».

Esa profunda experiencia de Dios vivida por los pastorci­llos, que san Juan Pablo II cali­ficó como "mística", se produjo en una situación histórica par­ticularmente dramática, provo­cada por guerras, violencias e injusticias, consecuencia del pecado humano. Por eso el mensaje de Fátima «interpela nuestras conciencias para no caer en la indiferencia ante tan­to sufrimiento, para que no de­jemos que nuestro corazón se haga insensible ante el mal tan­tas veces banalizado»; de ahí que sea un mensaje que invita a la oración, a la conversión, a la penitencia, y también a la de­nuncia profética del mal y al compromiso con el bien. En la medida en que lo acojamos, concluyen los obispos portu­gueses, encontraremos a Al­guien que nos ama, y «la comu­nidad de los creyentes puede ofrecer al mundo la Luz de Dios que irradia el Corazón lleno de gracia y misericordia de la Vir­gen madre, custodia de la in­quebrantable esperanza en el triunfo del amor sobre los dra­mas de la historia».

El Papa Francisco, que en al­guna ocasión nos ha dicho que «está huérfano el cristiano que no tiene a María como madre», ha viajado a Fátima con el le­ma «Con María, peregrino en la esperanza y en la paz». Una­mos nuestros deseos a los su­yos desde nuestra Iglesia dio­cesana. Y pongamos bajo la protección maternal de María a toda la familia humana, para que de la celebración del Cen­tenario se sigan frutos abun­dantes de paz, de justicia, de verdad y de amor.

Parroquia Sagrada Familia