Las golondrinas migran todos los años buscando territorios con un clima más agradable y comida en abundancia.
Gabi era una golondrina que recién había dejado el nido, en unos pocos días debería iniciar su primer vuelo hacia el norte.
Sus padres y amigos se veían muy felices arreglando lo necesario para el viaje, discutiendo rutas y planeando estrategias de vuelo para un camino muy largo.
Gabi no hablaba, escuchaba. Hasta que de repente, abrió el pico.
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Hoy se nos expone en el evangelio una escena hermosa en la que Jesús va a descansar donde una familia amiga. Jesús se nos muestra muy humano: Después de un trabajo arduo, goza de la amistad y agradece las atenciones y la hospitalidad de esta familia. También de la hospitalidad se habla en la 1ª lectura, cuando Abraham acoge a aquellos tres personajes que son ángeles o representación del mismo Señor. Así le trata Abraham y recibe la gran noticia de que se hará realidad su descendencia.
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Una caravana con muchas carretas y animales atravesaba el desierto. Por las noches los viajeros se detenían, armaban las carpas y ataban a los animales. El encargado de los camellos era un muchacho joven que había conseguido su primer trabajo y hacía las cosas con mucho cuidado. Su tarea era fundamental, porque si los camellos se escapaban, significaba quedar aislados en el medio del desierto con riesgo de la propia vida.
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El ministerio público de Jesús está tan avanzado que dentro de unos meses sus enemigos le darán muerte. La parábola del buen Samaritano que recoge el evangelio de hoy será uno de los motivos principales para acelerarla. Se le ha acercado un doctor de la Ley a preguntarle: “¿Qué tengo que hacer para ir al Cielo?”. Él le devuelve la pregunta: ¿Qué enseña la Ley de Moisés”. El doctor responde correctamente: “Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo”. Jesús aprueba la contestación, pero el doctor insiste: “Bien, pero ¿quién es mi prójimo?” Jesús da un rodeo y le cuenta una parábola. Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y fue asaltado por unos ladrones, que le robaron y le apalearon de tal suerte, que le dejaron medio muerto. Poco después pasaron por allí un sacerdote, un levita y un samaritano. Los dos primeros miraron para otro lado y siguieron su camino. El samaritano no. Al verlo, bajó de su caballería, le hizo una cura de urgencia, le llevó a una posada y dijo al posadero: cuida de él y, cuando vuelva, ya haremos cuentas”. El malherido era “un hombre”. Jesús no dice si era judío, samaritano o pagano. El que le auxilió no fueron quienes tenían la obligación de ser ejemplares ante los demás sino un samaritano.
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