Evangelio del Domingo, 17 de Mayo de 2015

Estamos en el Monte de los Olivos, próximo a Jerusalén. Jesús está rodeado de sus discípulos. Han estado allí muchas veces, pero la de hoy tiene un sabor especial: están aquí para separarse para siempre. Jesús se va al Cielo de donde había bajado el día en que vino a las entrañas de su Madre, la Virgen María.

Pero a diferencia de entonces, cuando venía para hacerse un esclavo, ahora sube como un rey victorioso. De hecho, asciende como Cabeza de una nueva humanidad y lleva consigo el trofeo de todos los redimidos: todos los hombres y mujeres que han existido y existirán mientras el mundo sea mundo.

Además, asciende dejando señalado el camino que un día recorrerán quienes se decidan a ser discípulos suyos. Le ha costado muy caro cumplir el plan de salvación que le había encomendado su Padre, pues ha tenido que entregar su vida en medio de indecibles sufrimientos.

Pero hoy el Padre se siente orgulloso de él y le sienta a su derecha. "Subió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre", confesamos cada domingo en el Credo de la Misa. Desde hoy, les toca a sus discípulos anunciar a todos los hombres esa salvación y comunicársela a través del Bautismo y la Eucaristía. Es una misión que les sobrepasa completamente, porque ellos son una isla irrelevante en medio del inmenso mar del Imperio Romano.

Pero no tienen que preocuparse, porque él les equiparará con todo lo necesario para cumplir su misión: "echarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes, no les hará daño un veneno mortal, impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos". Además, Jesús no se va del todo. No le verán sus ojos, pero permanecerá a su lado para siempre, como una madre a la que el niño pequeño no ve en la oscuridad de la noche, pero está allí vigilando su sueño.

Así se explica que los discípulos "proclamaran el Evangelio en todas partes". Y que tú y yo miremos hoy al Cielo para decirle a Jesús: haz que tengamos los pies bien anclados en la tierra, para comprometernos a fondo en la instauración de un mundo nuevo, pero fijos los ojos fijos en el Cielo, donde estás Tú que eres nuestra meta y nuestro destino.

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La iglesia servidora de los pobres

Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)

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El pasado 24 de abril, la Conferencia Episcopal Española publicó en Ávila, como conclusión de su Asamblea Plenaria, una instrucción pastoral titulada La Iglesia, servidora de los pobres. Su objetivo es doble. De una parte, compartir con los fieles y gente de buena voluntad su preocupación por el sufrimiento que ha traído consigo la actual «crisis económica, social y moral» y, de otra, su esperanza al ver el esfuerzo desplegado por tantos miembros de la Iglesia en favor de quienes más sufrían las consecuencias de la crisis.

El documento, que es muy amplio, está dividido en cuatro partes. La primera aborda la situación actual; la segunda, las causas que la han provocado; la tercera, los principios a cuya luz es preciso afrontarla y, por último, algunas propuestas concretas desde la fe.

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Evangelio del Domingo, 10 de Mayo de 2015

Todos sabemos cómo funciona un pozo artesano. Hay un manantial que origina el agua, un tubo que la extrae al exterior y un receptor que se beneficia del agua extraída. Lo más importante es, sin duda, el manantial. Pero de poco serviría disponer de una imponente bolsa de agua si no tenemos para sacarla a la superficie. Y de poco serviría sacarla como agua de primera calidad si nadie quiere aprovecharla Manantial, tubo de extracción y algo/alguien que recoja el agua son realidades íntimamente unidas.

El evangelio de este domingo lo refleja perfectamente. Hay un manantial de amor: el Padre. Hay un instrumento que lo trae a la tierra: Jesucristo. Y hay unos receptores: los sarmientos que están unidos a la vid -los bautizados- y se benefician de ella. Jesús lo dice con toda sencillez: "Como el Padre me amó, así os he amado Yo. Permaneced en mí amor". La cadena es perfecta: el Padre genera el amor, ese amor lo recibe y trasmite el Hijo y nosotros lo hacernos nuestro y lo comunicarnos a los demás. Para ello es indispensable permanecer unidos a Jesús: "Permaneced en mi amor".

Permanecer en el amor que nos trasmite Jesús es no salirse de él por el egoísmo, el pecado y cualquier comportamiento indigno de la vocación cristiana. Pero hay que entenderlo bien: permanecer en el amor de Jesús no es sólo profesarle un amor afectivo. Es amarle con amor efectivo, con obras concretas de amor. Guardar los mandamientos: ',esta es la clave para saber que nuestro amor es verdadero!. Guardar todos los mandamientos, pero especialmente los dos que son principales: el amor a Dios y el amor a los demás. Ahora se comprende bien lo que decía el evangelio del domingo anterior: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Si el sarmiento permanece en la vid, da fruto abundante. Si no está unido a la vid, se seca y lo cortan". Nosotros no podemos amar a Dios y al prójimo con nuestras propias fuerzas. Sin estar unidos a Jesús por la Eucaristía y la oración, nuestro amor será una quimera.

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Estuve enfermo y me visitasteis

Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)

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Hoy celebramos la Pascua del Enfermo. Con ella concluimos un camino que comenzó el pasado 11 de febrero, Jornada Mundial del enfermo. Estamos, por tanto, ante una hermosa realidad. Porque los enfermos son los más pobres entre los pobres y, por ello, los preferidos de Jesucristo.


Gracias a Dios es inmensa la labor que los poderes públicos, los profesionales de la sanidad, los voluntarios, las órdenes religiosas especializadas, los familiares y tantas buenas personas realizan a favor de los enfermos. Entre todos ellos, merece una mención especial la de quienes están al lado de enfermos que necesitan una asistencia permanente y una ayuda continua para lavarse, vestirse, alimentarse. Sobre todo, cuando esto se prolonga durante mucho tiempo. Porque es fácil servir algunos días o algunas horas. Pero cuidar a los enfermos durante meses e incluso durante años entraña una gran dificultad. Más aún, en muchos casos una verdadera heroicidad. Desde aquí quiero agradecer a estas personas, especialmente si son creyentes, su valiosísima atención a los familiares enfermos. El Señor se lo pagará como él sabe hacerlo.

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Evangelio del Domingo, 3 de Mayo de 2015

El evangelio de este domingo lo entenderán especialmente bien los de la Ribera. Porque habla de algo que ellos conocen a la perfección: las viñas. Más en concreto, del fruto que deben dar las viñas, de las condiciones para lograrlo y del modo de proceder del agricultor cuando una viña no da fruto. Jesús dice que él es “la Viña verdadera” y nosotros, los sarmientos destinados a dar “fruto abundante”. Condición indispensable para ello es que estemos unidos a la Vid. Porque si un sarmiento se separa de la vid, se seca y se echa el fuego. El sarmiento se separa de la vid de dos maneras: una, si se le corta o arranca; otra, si se permanece en la vid pero sufre un percance que lo priva de su sabia.

Nosotros nos separamos de la Vid de Cristo si rompemos con los compromisos bautismales y renegamos de nuestra fe. Pero también nos separamos de la Vid si cometamos un pecado grave contra Dios o contra el prójimo. En ese preciso momento, somos sarmientos “separados” de la vid, aunque externamente permanezcamos unidos a ella. Y no daremos fruto de vida cristiana. Llevaremos la etiqueta de “cristianos” pero nuestra vida no será lo que se espera de nosotros: una vida fecunda como la de Cristo. Para nuestra fortuna, si nos encontramos en esa situación de “sarmientos separados de la vid”, podemos ser reinjertados en ella por el sacramento de la Penitencia.

Este sacramento nos devuelve la unión con Jesucristo. Luego viene la Eucaristía, que la robustece. Y la poda, que también la robustece. La poda son las pruebas de la vida cristiana, que son una condición necesaria para ser más fecundos. Todos los santos han tenido pruebas. Más aún, muchas pruebas. Las acogieron no sólo con resignación sino con gratitud. Porque sabían que así se unían más a Jesucristo, muerto y resucitado, y podían más fruto de amor a Dios y al prójimo. La pregunta es ineludible: en este preciso momento, ¿estoy unido o separado de Cristo? ¿Mi vida está cuajada de frutos o es una vida estéril? Cuando deje este mundo, ¿habré dejado huella o habré sido un sarmiento infecundo y apto para ser arrojado fuera y quemado?

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Parroquia Sagrada Familia