La celebración central de nuestra vida cristiana es la Pascua, es decir, la actualización de la muerte y resurrección de Jesucristo. En los domingos llamados del tiempo ordinario (que son los 34 domingos fuera del tiempo pascual y el de Navidad) la Iglesia nos va invitando a profundizar y a vivir el seguimiento de Jesús en las realidades concretas y diversas de la vida cristiana.
Hoy es el domingo XIX del tiempo ordinario. En la Palabra de Dios que se nos ha ofrecido se nos invita, en primer lugar, en el Libro de la Sabiduría, cap. 18, 6-9, a saber con certeza en qué promesas creemos para ir recorriendo bien fundamentados el vivir de cada día.
Como respuesta a esa primera lectura, si nuestra fe es viva y coherente, deberíamos hacer nuestro el Salmo responsorial, Sal. 32, orando personal y comunitariamente así: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (Sal. 32, 20.22).
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En el pueblo, habían dividido en lotes unas tierras fiscales que fueron ocupadas por familias de diferentes lugares. Entre ellos, muchos extranjeros de diversos países y culturas. Había mucha hambre en los países vecinos y, por eso, la gente llegaba hasta esa región en donde podían encontrar algún trabajo. Los habitantes “de siempre” protestaban: que les quitaban el trabajo, que no había espacio para todos, que tenían otras costumbres... Muchas de estas cuestiones eran ciertas, pero no todas eran perjudiciales para el pueblo. Sin embargo, la gente se miraba mal cuando se cruzaban en la calle y cuando se encontraban en la puerta de la escuela, montaban grupitos separados. Al comenzar el año, las maestras y los maestros hicieron una reunión con las familias. Allí vieron reproducido lo que sucedía en el pueblo. Cada comunidad estaba apartada de la otra. Iba a ser un año difícil. Pensaron realizar algún proyecto en dónde pudieran estar juntos, donde cada uno valorara lo que tenía el otro... Podrían hablar y estudiar las diferentes culturas, pero eso no era suficiente. Tenían que pensar en qué actividad podían encontrarse los niños realmente.
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Hoy comienza el evangelio diciendo que uno fue ante Jesús para que fuera juez entre él y su hermano por razones de herencia. No era raro en aquella sociedad judía que una autoridad religiosa hiciera las veces de juez. Quizá por eso, porque aquel hombre vio en Jesús una cierta autoridad religiosa, le propuso el caso. Pero Jesús no quiere hacer de juez entre aquellos hermanos. La razón es porque aquel hombre buscaba la justicia con el poder; pero Jesús no quiere usar la vía del poder, sino la del amor. Ve que aquel hombre no se acerca a Él para conocer la Buena Nueva, sino para provecho propio material. Es el ejemplo de tantos que esperan que sus problemas los solucionen otros o el mismo Dios, como de una forma mágica, cuando en verdad Dios nos ha dado inteligencia y responsabilidad para ir solucionando nuestras cosas.
Jesús aprovecha la proposición de aquel hombre para dar a sus discípulos y a todos nosotros una gran lección sobre la avaricia o codicia que corroe a gran parte de los seres humanos. Es decir, que Jesús va a solucionar el caso desde la raíz: desde la caridad, que debe ser lo contrario de la avaricia. Para ello cuenta una parábola.
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María era tímida, muy tímida, excesivamente tímida. Y tenía una amiga genial: ¡Dori era lo más! Sabía lo que quería, y, cuando lo que quería Dori se cruzaba con lo que quería María, iba al frente, lo decía, luchaba por conseguirlo. Muchas veces ganaba ella. Pero, si era María la que obtenía lo que deseaban ambas, en un primer momento se sentía mal. Después era capaz de alegrarse con la felicidad de su amiga. Era sincera, decía lo que pensaba y no permitía que alguien hablara mal de quien no estuviera presente, aunque no fuera su amigo o amiga. Esto era lo que más destacaba María de Dori: su sinceridad. Por eso, cuando le dio el consejo, ese que le cambió la vida, María la escuchó y lo puso en práctica. Todo ocurrió cuando estaban organizando el acto del 25 de mayo, y la maestra distribuyó los papeles. María soñaba con ser una dama antigua y vestirse con esos vestidos "inflados". Pero, como siempre, la eligieron para vender pastelitos.
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