Ser leproso en tiempo de Jesús era tanto como estar muerto en vida. Los leprosos, en efecto, eran expulsados de su familia, del lugar donde habitaban y de los centros religiosos. Vivían en el campo y, si alguien se acercaba, tenían que gritar: “apestado”. El evangelio de este domingo nos presenta un grupo de diez leprosos: nueve judíos y un samaritano. Al enterarse de que Jesús venía hacia un pueblo, se aproximaron y a grandes voces gritaron: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Jesús sólo les dijo: “Id a los sacerdotes”. Ir a los sacerdotes era indispensable para obtener el certificado de curación, con el cual venía la reinserción familiar, social y religiosa. Ellos le hicieron caso y se pusieron en camino. Mientras iban caminando, uno se dio cuenta de que había sido curado. Al advertirlo, desanduvo su camino, vino a Jesús, se postró delante de él y le dijo con gran alegría: “Muchísimas gracias, Señor, muchísimas gracias”. Jesús, que además de perfecto Dios es también perfecto hombre, agradeció el detalle y lamentó las ausencias. “¿No eran diez los curados?, preguntó. Los otros ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Porque era samaritano, puntualiza san Lucas.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Muchos de vosotros, seguramente, habréis visitado la Exposición de las Edades del Hombre, que este año tiene lugar en nuestra Villa Ducal de Lerma, con el título de Angeli, porque versa precisamente sobre las múltiples y bellas manifestaciones artísticas de los ángeles. De ella ya he hablado en otras ocasiones, admirando la belleza de la iconografía cristiana que nos los presenta, unas veces en adoración y otras en acción, como seres que intermedian siempre en la relación de Dios con los hombres. Hoy quiero referirme a los ángeles desde la vivencia cristiana de esta realidad espiritual, ya que hemos celebrado recientemente las fiestas de los Santos Ángeles Custodios (el día 2 de octubre) y unos días antes (el 29 de septiembre) la de los Arcángeles San Miguel, San Rafael y San Gabriel, advocaciones muy presentes en múltiples parroquias y ermitas de nuestra diócesis burgalesa.
Los ángeles forman parte de un mundo misterioso para nosotros, difícil de abarcar, de objetivar y de formular con claridad, pero no son realidades fantásticas o mitológicas. Su existencia ha estado siempre presente a lo largo de la historia de la salvación como servidores y mensajeros de Dios. «Espíritus servidores, dice San Pablo, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación» (Heb 1,14). Con un lenguaje claro y sobrio la Iglesia enseña en su Catecismo que la vida humana está rodeada de la custodia e intercesión de los ángeles y que «la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición...» (nº 328).
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Es posible que se mueva un monte porque nosotros se lo digamos? ¿Es posible que lo haga una morera y se plante en el mar? Pues el evangelio de hoy asegura: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os obedecería”. Un grano de mostaza es tan minúsculo, que casi es preciso verlo con microscopio para apreciarlo. La fe que Jesús nos exige para hacer verdaderos milagros, para convertir en posible lo imposible, basta que sea verdadera aunque sea muy pequeña. Los apóstoles lo habían visto y lo verían en repetidas ocasiones.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Este domingo celebra la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema «No se trata solo de migrantes». Es una Jornada que tiene ya una larga tradición en el calendario de la Iglesia, pero la realidad del fenómeno migratorio se ha puesto ahora de especial actualidad por su amplitud, por las noticias que permanentemente nos llegan a través de los medios de comunicación y por el sufrimiento e inmisericordia que habitualmente las envuelve. Por eso hoy, al tiempo que saludo fraterna y cordialmente a todos y cada uno de los emigrantes que se encuentran entre nosotros, os invito a hacer una lectura creyente de esta realidad migratoria, que no nos deje indiferentes como cristianos.
Las migraciones no son un fenómeno nuevo. A lo largo de toda la historia han acontecido infinidad de movimientos migratorios que han tenido que ver con guerras, catástrofes, hambrunas, miseria... Muchos de nuestros conciudadanos tuvieron que emigrar también en otros momentos. El ser humano, desde que lo es, ha buscado permanentemente la seguridad, la supervivencia y el bienestar para sí y para su familia. Quizás, la novedad del momento presente radica en la globalización del fenómeno que permite, a través de la información, ser más conscientes del mismo. Y, junto a ello, sin duda, el haberse convertido nuestro país en «sociedad de acogida». De esta manera, nuestras ciudades y pueblos se han transformado para hacerse mucho más plurales, multiculturales y multiétnicos.
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