Día del padre y día del seminario

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, 19 de marzo, solemnidad de san José, conmemoramos el día del padre. De la mano de san José, padre adoptivo de Jesús y patrono de la Iglesia y del seminario, recordamos la figura esencial de nuestros padres, quienes –tantas veces, desde lo escondido– se hacen presencia, ternura y misericordia infinitas para cada miembro de la familia. Cuando un padre pone su confianza en san José, modelo de humildad, prudencia y fidelidad, puede asumir con amor el tesoro de la misión que el Padre ha depositado en sus manos. Hoy, por tanto, quiero felicitar a todos los padres y agradecer el don precioso que su identidad y su misión.

También hoy celebramos el día del seminario. Con la mirada puesta en el Evangelio y con el lema Levántate y ponte en camino, la Subcomisión Episcopal para los Seminarios desea mostrar su cercanía con los seminaristas y sus formadores, con el deseo de animarles a continuar cultivando su vocación, pues Dios insiste en «levantar a quien, una y otra vez, cae y se aparta del proyecto de vida que Él le ofrece».

Este domingo laetare, IV de Cuaresma, promesa revestida de alegría que anuncia la cercanía de la Pascua, ponemos rostro, nombre y voz a los seminaristas que preparan su corazón para configurarlo con el de Cristo Sacerdote, Cabeza, Pastor, Servidor y Esposo. Merced a sus manos consagradas, el cielo proclamará la gloria de Dios y el firmamento pregonará sin descanso sus obras; a veces sin que hablen, sin que resuene su voz, pero con la confianza plena de que a toda la tierra alcanzará su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje (cf. Sal 18).

En las vidas de los seminaristas se esconde una gran promesa para el futuro de la evangelización. «La plena revitalización de la vida de los seminarios en toda la Iglesia será la mejor prueba de la efectiva renovación hacia la cual el Concilio ha orientado a la Iglesia», escribía el Papa san Juan Pablo II a los obispos con ocasión del Jueves Santo de 1979. Por ello, hacerlo todo nuevo y caminar al encuentro de Aquel que te ha elegido para ser eternamente suyo, de Quien carga sobre sus espaldas con los sufrimientos de la humanidad en el árbol de la Cruz, desvela un misterio de amor infinito: «No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros» (Jn 14, 18).

Y si Él te llama amigo, te elige para que des un fruto imperecedero (cf. Jn 15, 15s) y te pide la vida para estar con Él y ser enviado por Él (cf. Mt, 20, 20), ¿acaso vas a negarle la mano y encontrarás un horizonte mejor donde derramar tanto amor?

El Día del Seminario es una oportunidad magnífica para que todos los que amamos, de una manera u otra, a la Iglesia, hagamos una parada en el camino. Ciertamente, el Señor es quien elige libremente y sin Él no podremos hacer nada (cf. Jn 15, 5), pero si queremos dar fruto abundante, hemos de permanecer en Él con firmeza, fidelidad y confianza para mantener encendida la llama de la vocación.

Queridos seminaristas: nada os faltará si permanecéis junto a Él, si seguís la estela del Buen Pastor. Sois discípulos, testigos y misioneros de Cristo y, haciendo lo que Él os diga, como hermano y maestro, seréis capaces de servir –con el espíritu de servicio que Jesús ha legado en vuestros corazones– al Pueblo de Dios que algún día os encomendará. Aunque en algún momento paséis por cañadas oscuras, nunca olvidéis que sois los futuros pastores de una Iglesia, luz del mundo, que necesita hermanos que brillen por su entrega, generosidad y humildad.

Pedimos a la Virgen María, primera discípula de Cristo, y a san José, custodio de la Iglesia y del seminario, que suscite y vele por las vocaciones al ministerio sacerdotal y sus formadores. Que la Sagrada Familia de Nazaret interceda y colme la mies de obreros buenos, capaces de reflejar con su vida el cuidado paciente y misericordioso del Señor: Aquel que se hizo «obediente por nosotros hasta la muerte» (Flp 2, 8) en una entrega plena a la Iglesia, su Esposa.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga

La educación cristiana de los hijos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Como nos enseña la experiencia diaria, educar en la fe hoy no es una empresa fácil. Así, tanto los padres como los profesores sienten fácilmente la tentación de abdicar de sus tareas educativas y de no comprender ya ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que les ha sido encomendada». Detrás de estas palabras, pronunciadas por el Papa Benedicto XVI en 2007, durante el Convenio de la Diócesis de Roma, deseo traer al presente un tema fundamental con respecto a la educación cristiana de los hijos: hemos de ser transmisores de los principios que fundamentan la vida en la verdad y el bien.

Una educación que tenga en su raíz la presencia amorosa de Dios, con un sentido auténtico de pertenencia a una familia que nos acompaña, la Iglesia, hará del encuentro con Cristo una relación que llena siempre de ánimo y esperanza. Aunque sobrevenga cualquier temporal, quien ha experimentado en algún momento de su vida el amor de Dios, no podrá borrar de su corazón a Quien le entregó su vida en la cruz.

En esta admirable tarea educativa de poner los principios del humanismo cristiano como base de la educación, pienso en tres pilares fundamentales: los padres y su responsabilidad primordial; la colaboración subsidiaria de la Iglesia y las administraciones y el servicio ofrecido por los colegios de titularidad diocesana o de congregaciones religiosas y entidades católicas; y la importancia de inscribir a los niños y jóvenes a la clase de Religión también en los centros de titularidad estatal. Todos ellos los considero públicos pues están abiertos a todos, sin exclusión.

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Mujeres fuertes de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

El 8 de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y más allá de cifras y datos que apuntan a una injusta desigualdad en diversos aspectos laborales, sociales y económicos que deben ser superados, quisiera centrarme de modo particular en todas esas mujeres que sacan adelante sus familias con arrojo, valentía y entrega.

«La Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas de Dios que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella», escribía el Papa san Juan Pablo II, primer Pontífice en abordar específicamente la cuestión de la mujer, en su carta apostólica Mulieris dignitatem (n. 31).

Volviendo la mirada al Santo Padre y haciendo memoria de una carta que escribió en 1995 a las mujeres del mundo entero, quisiera perpetuar en nuestra memoria la entrega de cada una de ellas, por lo que son para el mundo, por lo que hacen desde su compromiso sin límite y por lo que representan en la vida de la humanidad. Cada una de las palabras del Papa es una acción de gracias hacia aquellas que, en nombre del Padre, nos dieron la vida: «Te doy gracias, mujer-madre […] mujer-esposa […] mujer-hija y mujer-hermana, […] mujer-trabajadora […] mujer-consagrada […] Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas» (n. 2).

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Cuaresma: el camino de la confianza en Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz». El Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma de este año, invita a contemplar, de manera especial, el pasaje sobre la Transfiguración del Señor. «Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida –recuerda el Santo Padre–, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” (Mt 17,1) junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis».

Un año más, el Señor nos toma consigo y desea llevarnos a un lugar apartado para cambiarnos la mirada y el corazón. Porque solo así podremos comprender y acoger el misterio de la salvación divina, «realizada en el don total de sí», como expresa el Papa en la carta, si nos dejamos conducir por Él «a un lugar desierto y elevado» y si nos distanciamos «de las mediocridades y de las vanidades».

Seguir al Señor no siempre es fácil, pero hemos de ponernos en camino, romper con lo que nos impide amar de verdad y vencer nuestras comodidades que acartonan el corazón. Como a los discípulos que Él eligió para ser testigos de un acontecimiento único y sublime, Jesús desea llevarnos al monte Tabor para alcanzar la plenitud de la vida en Él y con Él.

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Conviértete y cree en el Evangelio

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Esta semana, con el Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma: cuarenta días de preparación y conversión, en una senda bautismal, caminando de la mano de Cristo en su retiro al desierto.

El Miércoles de Ceniza, día de ayuno, abstinencia y oración, marca la senda inicial del tiempo de preparación a la Pascua, y nos recuerda a todo el Pueblo de Dios que nuestra vida es el preámbulo de lo que nos ha prometido el Señor en la Vida Eterna.

La tradicional imposición de la ceniza (que se elabora a partir de la quema de ramas de olivo del Domingo de Ramos del año anterior) nos recuerda, mediante la señal de la cruz, que nuestra fragilidad se transforma en fortaleza al ser abrazada en el amor de Dios. El símbolo del nacimiento de estas cenizas conmemora que lo que fue signo de triunfo, pronto se reduce a nada.

Por tanto, no es un día cualquiera: es el anuncio de algo grande, bello y maravilloso. Y este signo nos llama a prepararnos, de una manera especial, para recibir la ceniza. Este día inicia un nuevo camino cuaresmal «que se desarrolla por cuarenta días y que nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte», expresó el Papa emérito Benedicto XVI, en 2013, en la Basílica de San Pedro, en uno de los últimos actos públicos de su Pontificado.

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Parroquia Sagrada Familia