Evangelio del domingo, 25 de marzo de 2018
Comenzamos la Semana Santa. La Iglesia nos presenta en esta semana los hechos más importantes de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Dios nos podría haber salvado con medios más sencillos, pero quiere unirse a nuestro dolor y testifica con su sufrimiento que su amor es sincero, es grandioso y que merece toda nuestra correspondencia. Para ello Dios se hizo hombre, aceptó un cuerpo como el nuestro y se entregó a la muerte y una muerte de cruz.
Pero el dolor no es el final de Jesús, como tampoco Dios quiere que sea nuestro final, sino la gloria y la felicidad. Por eso esa demostración sublime de amor terminó en la gloria de la resurrección. Hoy comenzamos la consideración de la Pasión de Jesús, que va unida al triunfo de su entrada en Jerusalén. La liturgia de este día tiene dos partes: En la primera asistimos al recuerdo, hecho vida en nosotros, de la entrada triunfal de Jesús. Después se celebra la misa donde se lee en el evangelio la Pasión de Jesús. Este año, que es el ciclo B, las dos lecturas son del evangelio de san Marcos.
San Marcos es el evangelio más sencillo. Según todos los entendidos fue el primero que se escribió. San Marcos era algo así como el secretario de san Pedro, de quien recoge estas grandiosas vivencias de un modo tierno y sencillo. En la entrada triunfal en Jerusalén se fija de una manera especial en la sencillez y mansedumbre. Parece ser que fue el mismo Jesús quien suscitó esa entrada cabalgando como en señal de triunfo o más bien de protagonismo profético. Porque ya lo había dicho el profeta que el Mesías iba a entrar en Jerusalén aclamado, pero de una manera humilde. La diferencia con un líder triunfador es que éste hubiera entrado cabalgando un caballo muy bien adornado, mientras que Jesús va a entrar cabalgando un burro o borriquito.