Ciencia y Cristianismo

Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)

gil hellin

 Dentro de unos días tendrán lugar en nuestra archidiócesis de Burgos las Jornadas Ciencia y Cristianismo, que se vienen organizando anualmente y celebran ya su VIII edición. Al preparar hoy estas palabras me ha venido a la memoria lo que, al finalizar el Concilio Vaticano II, expresaba en su «Mensaje a los hombres del pensamiento y de la ciencia». Les decía en concreto: «Un saludo especial para vosotros, los buscadores de la verdad; a vosotros los hombres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia... ¿Por qué un saludo especial para vosotros? Porque todos estamos a la escucha de la verdad. La Iglesia no ha de dejar de encontraros. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca extraños a los nuestros. Somos amigos de vuestra vocación de investigadores... Nunca, quizá, gracias a Dios, ha aparecido tan clara como hoy la posibilidad de un profundo acuerdo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, una y otra al servicio de la única verdad». Me he detenido en este mensaje porque el sentir de la Iglesia, sobre la relación entre la ciencia y la fe cristiana, aun con las dificultades que se plantean con el pensamiento moderno, es el mismo ayer y hoy.

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Evangelio del domingo, 15 de abril de 2018

Todas nuestras familias tienen su propia historia. Esa historia no está hecha de especulaciones, opiniones o ideas personales sino que se fundamenta en hechos, testigos y narradores. Nuestros padres vieron que nuestros abuelos hicieron o dejaron de hacer ciertas cosas, luego nos las trasmitieron y nosotros hacemos lo mismo con los que nos siguen. Sin esos hechos, testigos y narradores nosotros seríamos un árbol sin raíces y sin referencias. La Iglesia, que es la familia de los hijos de Dios, tiene también su propia historia y, por ello, sus hechos fundantes, sus testigos y sus trasmisores. Los hechos son la vida, doctrina y obra de Nuestro Señor Jesucristo.

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Evangelio del domingo, 8 de abril de 2018

Primer domingo de la historia. Atardece. Los Apóstoles están reunidos en el Cenáculo, en Jerusalén. Falta Judas, que se quitó la vida hace tres días. Tampoco está Tomás, que se ha despistado. Tienen caras largas e inexpresivas. Les atenaza el miedo. La muerte en cruz de su Maestro ha sido un mazazo demasiado duro para la fe que habían puesto en él. Es verdad que esta mañana vino María Magdalena diciendo que le había visto vivo. Pero no hay que darle crédito. Cosa de mujeres. En estas se presenta Jesús, se pone en medio de ellos y les saluda con el clásico Shalom: la paz sea con vosotros. Podía haberles echado una bronca, pues su comportamiento durante la Pasión había sido lamentable. Pero no les riñe ni recrimina. Les saluda con el afecto de siempre. Ellos se ponen a gritar, pues piensan que es un fantasma. Jesús les serena: No tengáis miedo, mirad mis manos y mis pies. Siguen sin dar crédito a lo que ven. Él insiste: dadme algo de comer. Le ofrecen un poco de pescado y lo come. Ni aun así se rinden. Tiene que explicarles las Escrituras y abriles los ojos para que se acepten la evidencia.

Jesús se ausenta y ellos no dejan de repetir: Es verdad, ha resucitado. Poco después llega Tomás y uno tras otro corren a decirle: Es verdad, ha resucitado. Pero Tomás, con aires de intelectualoide, protesta: “Si no meto mi dedo en las llagas de sus manos y mi mano en su costado, no lo creo”. Es malo pasarse de listo y peor aún alardear de soberbia, despreciando el testimonio de quien es, cuando menos, tan creíble como nosotros. Porque nos equivocamos y hemos de rectificar, so pena de caer en la obcecación. Eso tuvo que hacer Tomás, cuando Jesús volvió a los ocho días y le ofreció sus llagas, para que realizara su verificación intelectual. No lo hizo, porque se rindió y confesó: “Señor mío y Dios mío”. Gracias, Tomás, porque tu incredulidad nos permitió escuchar estas palabras consoladoras de Jesús: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Nosotros. Porque creemos sin haber visto, pero fiados del testimonio de quienes sí le vieron. Y cada domingo, cuando vamos a misa, esa fe nos permite encontramos realmente con él.

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Observación

Santiago pidió a sus padres colocar su cama debajo de la ventana. En un primer momento, no aceptaron porque por ahí entraba mucho frío. La ventana era vieja y, por más burletes que le pusieran, era inevitable que se filtrara viento durante las noches de invierno. A él le gustaba ese sitio porque, acostado sobre la cama, veía el cielo. Su habitación daba a la calle. Hacía bastante tiempo que el farol estaba roto. Las casa vecinas eran bajas, no había tiendas y las noches eran muy oscuras.

A Santiago no le gustaba irse a dormir solo, y a sus padres les gustaba acompañarlo un rato mientras se dormía. —¿Quieres que baje la persiana? –le preguntaban todas las noches–. Total el farol está roto y no entra nada de luz proveniente de la calle. —No, me gusta dormirme mirando el cielo, las estrellas brillan con más fuerza. Su papá y su mamá llegaban cansados y muchas veces se quedaban dormidos sobre la cama de Santiago; cuando se despertaban a las dos o tres horas para pasarse a su cuarto, Santiago ya estaba profundamente dormido. Una mañana, Santiago se levantó y fue hacia la cocina. Sus padres desayunaban y era evidente que estaban muy enfadados. —¿Estáis peleando? —les preguntó. —No, estamos enfadados por el farol. Hicimos numerosas reclamaciones a través de cartas firmadas con los vecinos, mandamos fotos de la calle oscura a los diarios, nos paramos con carteles en la puerta del ayuntamiento, nos quejamos en la radio, pero no obtuvimos resultados favorables, el foco de la calle siegue roto. No vino nadie a verlo. —¿Por qué quieren que lo arreglen? –preguntó Santiago –. A mí me encanta dormirme mirando las estrellas; con el farol veo muchas menos. —Porque está muy oscuro, no se ve nada; si llegamos de noche, tenemos que usar linterna. ¡Hace más de tres meses que estamos así —Pero está buenísimo, mamá me dijo que de cada cosa podíamos aprender. —¿Dices que podemos aprender a arreglarlo nosotros? —No, digo que gracias a que estuvimos todo este tiempo sin el farol, desde mi ventana se veían las estrellas y la Luna. Me di cuenta de que hay un día en que la luna no se distingue, es como si hubiera desaparecido, aunque estoy seguro de que está ahí, ¿no? No se puede ir a ninguna parte. Ese día hay muchísimas más estrellas. Después, va creciendo, como una medialuna que va engordando hasta que un día está toda entera, brillante. Después va adelgazando hasta desaparecer nuevamente.

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Evangelio del domingo de Resurrección, 1 de abril de 2018

Evangelio significa Buena Noticia. Hoy se nos da la mejor de las noticias: Cristo ha resucitado. Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana, descansaría en el vacío y en la muerte. Pero Cristo resucitó y nuestra fe se acrecienta en la esperanza de que nosotros también un día podemos resucitar y entrar en la vida definitiva. Proclamar la Resurrección es anunciar que la muerte está vencida, que la muerte no es el final.

Nadie fue testigo del momento de la resurrección del Señor, porque no fue un hecho físico y sensible como el de levantarse del sepulcro para vivir la vida de antes. Fue un hecho estrictamente sobrenatural. Los apóstoles no vieron el hecho transformante, pero fueron testigos de los efectos: Vieron a Jesús, le palparon, y este acontecimiento les trasformó totalmente la vida. Hay personas que quizá piensen que la resurrección de Jesús fue como un revivir, como fue lo de Lázaro, la hija de Jairo o el joven de Naín. En ese caso después tendría que volver a morir. Lo de Jesús fue un paso adelante hacia otra vida superior, hacia una vida para siempre, una vida que será para nosotros.
Hoy lo primero que se nos pide es un acto de fe: creemos que Cristo resucitó, que vive entre nosotros. Cristo resucitó y por lo tanto vive para nosotros y en nosotros. La Resurrección del Señor no es un acto que pasó. Es actual, porque vive y lo debemos sentir que está con nosotros. La Resurrección nos revela que Dios no nos abandona, sino que está con nosotros en nuestro caminar de la vida. Por eso es un día de acción de gracias y de alegría. La alegría es un fruto del Espíritu Santo. No debemos ahogarla aunque hayamos sufrido con Cristo clavado en la cruz el Viernes Santo. Precisamente a aquellos que más unidos estuvieron con el dolor de Jesús en su muerte, en el día de su resurrección Jesús les quiere dar una mayor alegría. Sentir la alegría de Cristo resucitado sería una gracia que debemos pedir a Dios vivamente en este día.

El evangelio de este domingo nos cuenta cómo María Magdalena, al ver el sepulcro vacío, va a contárselo a los apóstoles. Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, marchan a toda prisa al sepulcro. Los dos ven lo mismo: que el cuerpo del Maestro no está, que las vendas y ropa están bien colocadas, cosa que no harían unos ladrones, y el que más ama cree. La fe verdadera es una mezcla de razones y de amor. En este día se nos dan razones para creer, sobre todo por el testimonio de los apóstoles y otras personas, que sintieron transformada su vida y con su predicación comenzaron a transformar al mundo. Así nuestra vida de cristianos tiene que ser también un testimonio de que Cristo vive entre nosotros. Y esto será verdad, si nuestra vida es una vida de seres resucitados o vivificados por el impulso de Jesucristo.

Como al discípulo amado también nuestro amor debe llevarnos a la fe. La alegría de la Pascua madura sólo en el terreno de un amor fiel. También nuestro apostolado será más eficaz, si vivimos como personas resucitadas con Cristo. Hoy san Pablo nos dice en la segunda lectura que, si hemos resucitado con Cristo, debemos aspirar a los bienes de arriba. Es lo mismo que cuando pedimos que “venga su Reino”. En primer lugar ese reino pedimos que venga sobre nosotros y también sobre los demás.

Cuando comenzaron a predicar los apóstoles, como se dice en la primera lectura, el principal mensaje era la Resurrección de Jesús: que El vive. Esta es nuestra gran persuasión. Por eso se enciende el cirio pascual en la liturgia: para recordarnos que Cristo está vivo entre nosotros. En verdad, como decía san Pablo, si Cristo no hubiera resucitado seríamos “los más miserables de los hombres”. Es el día de reavivar el compromiso bautismal para estar más unidos a Cristo, como se hacía anoche en la Vigilia. Hoy saludamos con alegría a la Virgen María, que fue la que más se alegró en ese día. Y la pedimos que nos ayude a que vivamos en nuestro corazón el misterio de esta alegría, para que podamos dar testimonio en nuestro trabajo de cada día del amor y la esperanza que Cristo resucitado nos da en nuestro caminar.

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Parroquia Sagrada Familia