Recomencemos, desde Cristo, en lo cotidiano de la vida

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Recomenzamos el tiempo cotidiano de la vida y volvemos a la entrega diaria. Y ahí, en este volver a empezar, Cristo se hace verdaderamente presente para recordarnos que debemos santificarnos en el ofrecimiento de la vida, el trabajo, la familia, las alegrías y las dificultades.

Decía san Josemaria Escrivá que «es en medio de las cosas más materiales de la tierra donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres». De esta manera, cuando hacemos del trabajo ordinario un lugar de encuentro con el Señor, todo adquiere un sentido nuevo, sobrenatural, distinto. Hagámoslo con empeño, sin dejar un solo detalle sin cuidar, porque en el Cielo, adonde nos dirigimos de la mano de Dios, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría que puedan suplir nuestra labor en esta Tierra (cf. Ec 9, 10).

El apóstol Pablo instaba a la comunidad de Corinto a mantenerse «firme e inconmovible», sin dejar de progresar en la obra del Señor, consciente de que su trabajo en Él no es en vano y «sabiendo que no dejará sin recompensa nuestro trabajo» (1 Cor 15, 57).

Cristo se hace presente, una y otra vez, en el quehacer frecuente de la vida. Ahí nos habla, nos renueva y nos alimenta con su presencia. Por eso, hemos de educar la mirada hacia Él para mirar con ojos nuevos las pequeñas cosas que hacen, de su Reino, un hogar tranquilo, sosegado y apacible de eterna salvación para todos. Mirar para aprender a ver, y viceversa, hasta que advirtamos a Dios en cada detalle, sentido y circunstancia de nuestra frágil existencia.

Cada inicio se convierte en una oportunidad para mirar como el Señor nos mira. A menudo, cuando su presencia permanece escondida entre cientos de detalles frecuentes, me pregunto cómo será la mirada de Jesús cuando habita en nuestros ojos. Y me imagino su rostro, su semblante y su gesto al contemplar el milagro de la vida. Y pienso que esa es la única manera en la que hemos de vivir: aprendiendo a mirar cómo Él lo hace.

Recomenzar desde Cristo es, también, acompañar y dejarse acompañar, acoger a quien acude a nuestro encuentro para buscar una luz o abandonarnos al hermano que aparece para iluminarnos el camino. Empezar de nuevo es ver a Dios en los ojos alborozados del resucitado y en las lágrimas mendicantes del herido, es darles un sentido renovado a los acontecimientos y es buscar la voluntad del Padre en todo aquello que nos sucede. Empezar es vivir el servicio con alegría, es desposeerse de las comodidades que nos encadenan y es amar lo que no siempre nos apasiona.

La vida en Cristo es un milagro que responde a un amor –el suyo– que no se marchita jamás. Cuidar el lugar que Dios ocupa en nuestra vida es el comienzo de una nueva aventura. Cada amanecer, por tanto, ha de revestirse de un deseo renovado que implica vivir la santidad en las pequeñas cosas, en todo aquello que parece insignificante a los ojos del mundo, en lo que por su incalculable sencillez y humildad pasan desapercibidas a los ojos superficiales.

De cara a esta etapa que ahora comienza y de la mano de la Virgen María, os invito a cuidar los detalles que tejen nuestra existencia, hasta que entendamos que nuestra vida «está escondida con Cristo en Dios» (Col 3, 3). Y no hay más camino hacia el Reino que este amor que tantas veces no se puede comprender porque supera toda nuestra capacidad, conciencia y entendimiento.

Aprendamos de María a tener presente al Señor en cada tarea, no nos apartemos de Dios cuando aflore el cansancio y recordemos siempre que el Señor recompensará con el infinito a cada uno por el bien que haya hecho (cf. Ef 6, 8).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Evangelio del domingo, 1 de septiembre de 2024

Los fariseos se preocupaban sólo por guardar las normas externas sin detenerse a pensar que los pensamientos y deseos del corazón son los que dan realmente el valor a nuestras acciones. Dios ve el corazón del hombre sin detenerse en las apariencias. No es fácil desapegarse de las opiniones de los demás; es más, muchas veces actuamos por temor a lo que los demás piensan de nosotros y no hacemos aquello que es correcto.

El ser cristiano es una llamada a la santidad, a amar a Dios con todo el corazón. Por eso debo preguntarme cada día, ¿he hecho algo simplemente para complacer a los demás y por eso me he olvidado de hacer el bien? Si algún día encuentro que la respuesta es sí, debo aceptar que actué hipócritamente. Aun así, Jesús nos ofrece su perdón y su amor, y nos llama a ser valientes y a tomar responsabilidad por nuestras acciones y nuestras intenciones. ¿Estoy dispuesto a seguirlo?

«Respondiendo a aquellos fariseos que le habían preguntado, Jesús intenta también ayudarles a poner orden en su religiosidad, a reestablecer aquello que verdaderamente cuenta y aquello que es menos importante. […] El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin amor, tanto la vida como la fe permanecen estériles. Aquello que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal estupendo, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. De hecho, hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo y para amar con Él a todas las demás personas».

Homilía de S.S. Francisco, 29 de octubre de 2017

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Disfrutemos de la naturaleza y cuidemos la Creación

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Espera y actúa con la Creación es la invitación que nos dirige el Papa Francisco con motivo de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que celebramos el próximo 1 de septiembre.

Con la única intención de que nuestra vida sea «canto de amor por Dios y cuidado de nuestra casa común», el Santo Padre pone su mirada en la carta que san Pablo escribe a los romanos (cf. Rm 8, 19-25), donde el apóstol de los gentiles se concentra en la esperanza cierta de la salvación por medio de la fe, «que es la vida nueva en Cristo».

Esta invitación clara a vivir según el Espíritu para esperar y actuar en consonancia con la Creación, y a hacerlo más adentro aún del corazón de Cristo, implica «vivir una fe encarnada» que, en palabras del Papa, «sabe entrar en la carne sufriente y esperanzada de la gente». En Jesús, el Hijo eterno hecho hombre, «somos verdaderamente hijos del Padre». Un gesto que nos invita a ser todos uno en el Amor, amándonos como Él nos ama (cf. Jn 13, 34-35) para hacer del Evangelio el único camino de verdadera salvación.

Hemos de renacer cada día, y no solo del agua y del espíritu, sino «de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). A veces con gemidos, otras en silencio, pero siempre con un profundo anhelo de amor.

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Evangelio del domingo, 25 de agosto de 2024

A veces, se escucha sobre la santa misa esta objeción: “¿Para qué sirve la misa? Yo voy a la iglesia cuando me apetece, y rezo mejor en soledad”. Pero la eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la eucaristía es “memorial”, o sea, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros.

La eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos.

Ángelus de S.S. Francisco, 16 de agosto de 2015

 

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Venid a un sitio tranquilo a descansar

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«A menudo, luchamos por tener nuestro tiempo libre, pero hoy Jesús nos invita a encontrar el tiempo que nos libera», reveló el Papa Francisco durante una de sus audiencias en 2023, mientras comentaba la parábola de Jesús sobre los invitados a la boda. El Santo Padre, de esta manera, exhortaba a disfrutar del tiempo de descanso en Dios: periodo que, en definitiva, libera al ser humano de aquello que le lastima en lo más profundo.

Dios, en su infinito amor, sigue convocándonos cada día a su Banquete de misericordia: «No se da por vencido», sino que «sigue invitando»; es más, «amplía la invitación hasta que encuentra quien la acepte entre los pobres», destacaba el Santo Padre.

El tiempo dedicado a Dios jamás carece de sentido; máxime en esta estación veraniega en la que gozamos de más tiempo de descanso. La familia, la parroquia, la escuela y el tiempo libre son los pilares fundamentales de la educación que van construyéndonos como personas y, paso a paso, gesto a gesto, van moldeando lo que somos y hacemos por y para los demás.

Este tiempo estival de descanso y contemplación es un momento especial para renovar y profundizar en la relación con Dios. La Creación nos invita a cultivar el sosiego, a contemplar esos detalles que permanecen callados durante el resto del año, a dejarnos prender por su consuelo y su paz para estar más cerca todavía del corazón del Padre.

«Sólo el corazón que no se deja secuestrar por la prisa es capaz de conmoverse», dijo en otra ocasión el Papa. Una llamada importante a no dejarse llevar por uno mismo y por las incontables tareas que nos agobian y
nos alejan de los demás.

El cansancio interior puede llegar a nublar nuestra vida y, por añadidura, nuestra fe. Por ello, dejar a un lado la agenda repetitiva y dedicarle nuestro tiempo al prójimo supone mirar a los ojos al Señor, recordar que
permanecemos en su presencia y volver a su mirada compasiva que nunca abandona a quien cuida de sus hijos: «Yo estoy contigo», dice el Señor, «y te guardaré dondequiera que vayas» (Gn 28, 15).

«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco» (Mc 6, 30-34), les dice Jesús a sus apóstoles, después de que estos le contasen todo lo que habían hecho y enseñado en la misión que les había encomendado. «Eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer», recuerda el evangelista Marcos. Y se fueron en barca a un sitio tranquilo, apartado de todo, donde poder reposar el peso de su cansancio. Más tarde, al desembarcar, el Señor se encontró con una gran multitud que le esperaba y que andaba como oveja sin pastor. Y entonces Jesús, renunciando a su descanso por amor, se compadece y «se puso a enseñarles con calma».

Buscad la mirada del Señor, descansad en su presencia y dejaos seducir por su mano delicada y dócil.

Y reposad, también, en María, mujer fuerte del sosiego, quien aplacó el llanto de su Niño en su regazo de paz. Que Ella nos calme con ese mismo abrazo y podamos decir, como Jacob al despertar de su sueño, «ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía» (Gn 28, 16).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia