Evangelio del domingo, 29 de julio de 2018
El domingo pasado veíamos cómo Jesús, después del trabajo misionero de los apóstoles por aquellos pueblos, les quiso dar unas pequeñas vacaciones retirándose a un lugar tranquilo; pero veíamos cómo la multitud de gente, deseosa de escuchar la palabra de Jesús, les fue siguiendo, de modo que Jesús tuvo que comenzar de nuevo a enseñar su palabra y a instruirles sobre las cosas del Reino de Dios. Pues bien, así siguieron todo el día y, como estaban en terreno más bien desierto, se encontraron con un problema. Y es que la mayoría de la gente, por el deseo de seguir a Jesús, no había llevado comida y el hambre se cebaba en toda aquella multitud.
Hoy se nos narra el gran milagro de la multiplicación de panes y peces. Tuvo que hacer mucho impacto entre la primitiva cristiandad, pues es de las pocas cosas que narran los cuatro evangelistas, y dos lo narran dos veces. Hoy, después de la narración el día anterior del evangelio de Marcos, se nos expone este milagro narrado por san Juan. La razón principal es para continuar en los domingos siguientes exponiéndonos la proclamación de la Eucaristía que hará Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. San Juan emplea el milagro como un signo que le sirve para introducir esa proclama.